"Si no hay viento, rema".
Esa frase que había leído de un libro le rondaba la cabeza una y mil veces...
No había nada alrededor. Él no podía con su propio cuerpo. No había comido
absolutamente nada hace tres días, y agua ya no podía beber porque le daba más
sed.
Tres días solo, aislado del mundo. Hubiese preferido estar en la cárcel, al menos allí
le darían de comer.
Jamás había visto algo igual.
En su carrera como pintor había viajado mucho. Conocía hermosos paisajes, los
cuales los plasmaba en la mayoría de sus tapices. Su sueño era conocer el mundo
entero, siempre desde el punto de vista de un artista, y en vez de tomar fotografías,
pintar todo lo que veía. Siempre a su modo.
Pero lo que estaba viendo, en ese momento, era realmente increíble. Jamás pensó
que el mar no tenga olas. No había viento. La balsa estaba quieta, flotando sola, sin
moverse. Parecía una tapita de gaseosa dentro de un vaso de agua, quieta. Quieta
hace tres días. Quieta y olvidada hace tres días.
"Tendría que pintarlo", pensó. Pero no tenía ni carbón, ni pincel, ni pluma, ni tapiz
o papel. Lo único que llevaba arriba de la balsa era su cuerpo.
Anochecía, le fascinaba ver el sol esconderse detrás del lejano horizonte, y luego
contemplar las estrellas en la fría y cruda noche.
Las mismas estrellas que veía con su hermana, allá en el campo donde vivía.
Esa hermana que fue como su madre. Le enseño a escribir, a leer. A ser alguien en
la vida. Todas las mañanas se levantaba muy temprano para hacerle el desayuno y
prepararlo para ir al colegio. Ese pobre colegio en el medio de la nada con sus doce
compañeros, con sus doce compañeros y Blanca, la chica que le gustaba tanto,
hacía hasta al ridículo para que se fije en él.
En su fiesta de cumpleaños la había invitado y fue la ultima en irse. Se habían dado
su primer beso detrás del viejo tractor que tenían.
Nunca la volvió a ver. Después de terminar el colegio los padres de Blanca se
mudaron a la ciudad. Extrañaba al colegio, extrañaba a Blanca.
Las noches en el campo eran mágicas. Antes de irse a dormir, iba con su hermana a
ver las estrellas. Las mismas que estaba viendo desde la balsa. Recordó lo que su
hermana siempre le decía: "El tiempo es el espacio para pensar". Pensar, pensar
como sobrevivir, como salvarse. Tenía tanta hambre, que lo único que escuchaba
eran sus tripas retorciéndose, no sus pensamientos.
Ojalá su hermana hubiese tenido tiempo para pensar con quien casarse. Tuvo el
magnífico error de quedar embarazada de un hombre especialista en hacerse odiar.
Maltrataba mucho a su hermana, no entendía que era su esposa y no su sirvienta. Si
no preparaba al niño a tiempo, si se le quemaba la comida, si estaba la cama
desecha o la casa sucia, era capaz de golpearla e insultarla. No le importaba que su
hijo de tan solo cuatro años lo estuviera mirando.
No soportaba ver a su hermana así, ella era una excelente persona y una muy buena
madre. Por ese motivo tuvo la cobardía de abandonarla y dejarla con ese
despreciable monstruo.
La última vez que la vió, fue en La Navidad pasada. Donde se juntaron todos. El
niño ya tenía doce años y habían tenido otra hija de cuatro años ya. La vió muy
bien a su hermana, el maquillaje podía ocultar muy bien los moretones que el
desgraciado de su marido le habría vuelto a hacer. No le dió importancia y se sentó
junto al resto de la familia a festejar.
Su hermana había preparado el pavo relleno que a el tanto le gustaba de chico.
Quería comer un poco más, pero estaba muy lleno para levantarse, entonces le
pidió a su hermana para que le sirviera. Si no hubiese sido por el clavo que
sobresalía de la mesa, no se le hubiese enganchado la blusa de encaje tan fina,
dejando a su hermana tan solo en corpiño, él no hubiese visto las marcas que tenía
en todo el pecho, la panza y ni hablar de su espalda. Cicatrices viejas y nuevas,
quemaduras, ronchas y ampollas. Cerró los ojos con fuerza, no podía ver que la
mujer que había sido como su madre, estaba tan agredida físicamente por culpa de
su aborrecible cuñado. Cuando abrió los ojos vió que su hermana tenía la camisa de
su esposo, dejando a este en camiseta.
El único reflejo vivo que se le vino a la cabeza al joven pintor fue agarrar el cuchillo
que tenía a la derecha de su plato y arrojarlo como lanza al mismo corazón del que
le había hecho tanto daño a su hermana, dejándolo muerto sobre el pavo relleno.
Todos lo miraban, unos con cara de asustados y otros con cara de aliviados por el
gran peso que se habían sacado de encima. Los niños no lloraban, estaban
boquiabiertos detrás de su madre.
Cautelosamente se levantó de su silla y se dirigió a la puerta, no tenía nada que
hacer ahí.
Cuando escuchó una voz femenina entre llantos gritar "GRACIAS", volteó y su
hermana lo abrazó, él le dió un beso en la frente, y se marchó.
Extrañaba a su hermana, tenia ganas de verla, a ella y a sus sobrinos.
Amanecía, amaba ver el sol naciente salir de su escondite. Quiso ir al campo donde
se crió.
Y no tuvo mejor idea que usar los brazos como remos.
No había viento, y se puso a remar.
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Si no hay viento, remá.
Short StoryEsta historia la escribí hace dos años. Es una narración enmarcada, es decir, una historia dentro de la otra. Era para el colegio, mi profesor la iba a publicar en la revista anual. Pero jamas lo hizo. Así que se las dejo para que la disfruten usted...