Diez minutos.
El reloj siguió corriendo.
—No te pongas nerviosa, Margaret— susurró su madre mientras le colocaba un mechón de cabello detrás de la oreja—. Te ves preciosa.
Margaret no pudo más que sonreír con la llegada del halago; tomó las manos de su mamá entre las suyas, agradeciéndole, y acto seguido se puso en pie, respirando profundamente y saliendo de la casa de su infancia hacia la cafetería donde había quedado con sus amigos.
Todos ellos sabían de lo que se trataba, ya que aquel momento era algo digno de recordar, todo un evento social en aquella época: el reloj de Margaret estaba a punto de detenerse.
No a todos les ocurría a la misma edad, y nadie conocía la razón de que el Reloj variara. Lo que era cierto es que a todos les sucedía, a todos les llegaba el momento en que su Reloj quedaba en ceros; al nacer, la abuela de Margaret solamente tenía 12 horas, llevándola a conocer al abuelo cuando ninguno de los dos ni siquiera sabía el significado de aquella fuerte unión. Sin embargo el Reloj de Erin, la mejor amiga de Margaret, aún entonces seguía marcando más de cuarenta años, e incluso se conocía la historia de personas que habían muerto cuando los números en sus muñecas seguían disminuyendo, ¿se encontrarían en otro mundo?
El caso de Margaret era bastante común, justo ahora estaba por cumplir los diecinueve y, en realidad, se sentía bastante preparada. Un poco nerviosa, sí, pero ese era un momento para el que la habían preparado toda su vida, del que le habían hablado desde que era una redonda bebé con dos dientes por encía. Ella lo ansiaba.
Cinco minutos.
Al llegar al establecimiento sus amigos la abrazaron como si fuese su cumpleaños, todos se mostraban con radiantes sonrisas ante lo que estaba a punto de acontecer, la joven pelirroja miró a su alrededor, observando los rostros que componían la habitación y limpiando discretamente el sudor de las palmas en su ropa.
Se sientan todos en una misma mesa, Erin y Margaret de un lado, Christopher y Alma del otro; estos últimos son almas gemelas, se toman de las manos y se miran con intensidad cuando piensan que nadie puede verlos. A veces Margaret se pregunta si así se comportarán todos, si así se comportará ella cuando su momento llegue… que será dentro de muy poco.
Tres minutos.
—¿Estás lista?— preguntó Erin, claramente nerviosa por su amiga.
—Eso creo— contestó Margaret intentando sonreír- un poco inquieta, pero esto se acaba de un momento a otro.
Christopher se inclinó sobre la mesa y jaló la muñeca de su amiga hacia él, ansioso por ver los números corriendo de forma inversa.
—Hey— reclamó Margaret recuperando su extremidad- no hagas eso, me pones peor.
—Lo siento— contestó Christopher riendo mientras pasaba su brazo por los hombros de Alma— es sólo que, ¿ya lo viste? Dos minutoooos— canturreó alegremente.
Un minuto, 37 segundos.
Las piernas de la pelirroja comenzaron a temblar. “No puedo hacer esto, realmente no” pensó tamborileando los dedos sobre la mesa.
Un minuto, seis segundos.
Alguien dentro de esas cuatro paredes debía tener la misma cuenta regresiva que ella y, probablemente, debía estar sufriendo la misma presión.
Fijó la mirada en la madera, recorriendo con las uñas las grietas oscuras formadas en el café del mueble.
54 segundos.
Margaret está confundida, siente que debería estar más contenta que nerviosa, pero no lo puede evitar. Se secó el sudor de las manos en el vestido, por décima vez desde que salió de casa. Aún no puede creer que su mamá la haya convencido de utilizar uno, era bastante bonito, debe admitir, pero realmente no era lo suyo.
30 segundos.
De pronto Margaret de levantó, movida por algo muy dentro de ella, Erin la tomó de la muñeca por un instante para infundirle valor.
—Todo saldrá bien, Maggie— dijo Alba, o eso es lo que le pelirroja cree escuchar.
Mordió su labio inferior en un tic nervioso que no sabía que tenía. Se tronó los nudillos, revolviendo sus manos junto a su pecho y respirando profundamente un par de veces.
24 segundos.
Una sensación en su estómago la jaló hacia el centro de la habitación, como si no pudiera controlar sus propios movimientos o deseos.
20 segundos.
Continuó en esa dirección. Con cada paso su corazón se aceleró un poco más.
19 segundos. Aún más.
18 segundos. Más rápido.
17 segundos. Veloz.
16 segundos. Está corriendo.
Ese es el momento que cambiará su vida para siempre; sus ojos buscaban frenéticamente en torno a la cafetería, buscando a alguien que pareciera igual de nervioso que ella. Alguien quien se estuviera dirigiendo sin sentido hacia su futuro, como ella. Por ella.
La sola idea la hacía estremecerse.
Diez segundos.
Terminará en cualquier momento, caminó un par de pasos a la izquierda. Para después apoyar su peso en una pierna y otra de forma alternada.
Su corazón latió desbocado, como jamás le había sucedido.
Cinco. Su corazón se ha rendido por completo.
Cuatro. Dejó de caminar.
Tres. Tan sólo esperó.
Dos. Todo estaba a punto de cambiar.
Uno. Respiró profundamente. Cerrando los ojos.
000d 00h 00m 00s
Alguien le dio unos golpecitos en el hombro. Esperó un momento en la misma posición pero, finalmente levantó los párpados y se dio la vuelta, sus iris azules se encontraron con otros, con unos ojos grises, los grises.
—Hola cariño, aparentemente somos almas gemelas, ¿eh?
Como si hubieran desconectado su cerebro Margaret no supo que decir, le recordaba a uno de aquellos complicados exámenes orales del colegio en el que, con el tema que más había estudiado, se quedaba en blanco.
Finalmente encontró sus cuerdas bucales, su lengua y sus labios, hilando algunas vagas palabras que salieron como un susurro por su boca mientras sonreía.
—Por fin nos conocemos.
ESTÁS LEYENDO
The clock [Editando]
Short StorySi un reloj tuviera una cuenta regresiva hasta el momento en el que encuentres a tu alma gemela, ¿la aceptarías?