El último beso

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—Aún recuerdo su piel entre mis dedos y sus finos labios besando los míos. ¿Acaso imaginé todo? —dijo mi amigo la última vez que le vi.

Esteban Matías, mi amigo, era un enamoradizo empedernido que apenas sobrepasaba los veintiún años. Solía decirme que pronto encontraría a una chica, a la de sus sueños para ser exactos. Esteban no mintió.

No pasó mucho tiempo para que conociera a Mayra Sevilla, una chica tres años mayor que él, pelirroja, nariz pequeña y con los labios siempre teñidos de un rojo carmesí.

—Es perfecta —solía decirme—. Ya quiero volver a verla.

Como buen amigo, me ofrecí a llevarlo a sus citas, pues él no tenía coche propio. Así sucedió durante un tiempo.

Cuatro meses después de que Esteban conociera a su chica ideal, vi algo que me resultó inquietante.

Era de noche, regresaba del trabajo, cuando pasé por la calle Dátil, creí ver a Mayra. Pensé en ofrecerme a llevarla a su casa, así que giré el coche y enfilé a su encuentro, pero no contaba con lo que pasaría. Me sorprendió todo lo que presencié, a tal grado que no fui capaz de reaccionar.

Dos días después, visité a Esteban, quien me dijo quería llevar a su novia al restaurante "Giorgo's". Me contó todo lo que tenía planeado para celebrar su tercer mes juntos. Asentí a cada cosa que me decía, pues aún no podía borrar esa imagen de Mayra algunas noches atrás.

—Entonces ya quedamos que el domingo, ¿verdad? —dijo Esteban sacándome de mis pensamientos.

—Claro, claro, no te preocupes, yo paso por ustedes.

Me pasé dos días pensando en cómo decirle a mi amigo lo que vi. Sabía muy bien que con ella él era muy feliz, se le notaba a leguas, además eran las vísperas de su celebración y no quería arruinarle sus planes. Fue así cómo decidí callarlo para otra ocasión.

El día llegó, pasé primero por Esteban, durante el camino no le dirigí la palabra y antes de llegar, me preguntó:

—¿Te pasa algo? ¿Te molesta el que tengas que llevarme con Mayra?

—Sabes bien que eres mi mejor amigo y lo hago con gusto —respondí vacilando, pues no quería contarle la verdad.

—Te conozco desde hace años David, sé que algo te incómoda. Por favor, dime qué es.

Dudé un instante pero al final le conté.

—Hace poco creo haber visto a tu novia con otra persona —guardé silencio para dejar que procesara mis palabras—. La vi entrar en una casa con un hombre mayor.

—Tal vez era algún pariente —dijo Esteban suprimiendo los celos.

—No lo creo, iban abrazados de una manera demasiado inapropiada. Además, perdóname por lo que diré, pero ella parecía disfrutarlo.

Esteban se negó a creer en lo que le contaba y me dijo que seguramente la había confundido. Le di la razón, pues no quería discutir con mi amigo, después de ese día no volví a hablar del tema.

El tiempo continuó su curso, seguí haciendo de chofer para ellos durante dos meses más, momento en que mi amigo logró conseguirse un auto propio. A partir de ese instante los frecuenté cada vez menos.

Durante los próximos ocho meses, en el camino de mi trabajo a la casa, podría haber jurado ver a Mayra varias veces con otros hombres. Bien es cierto que con ella casi no traté, pero por lo que Esteban me contaba, me resultaba difícil creer que se tratara de ella. La frecuencia con la que veía a Mayra con otros hombres aumentó en los siguientes días, lo cual me inquietó mucho. En diversas ocasiones intenté hablarlo con Esteban, pero por motivos que no comprendía, él me cambiaba de tema nada más insinuar la situación. Esto me molestó y dejé de verlos.

Crónicas del miradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora