David

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El tiempo es cuestión de tiempo, la vida es cuestión de vida, la vida dura un momento, el tiempo toda la vida.

La pelinaranja se detuvo en la parada del autobús, cruzó los brazos y tamborileó, impaciente, los dedos sobre el antebrazo. A lo lejos se escuchó el estruendo de un relámpago; era justo lo que le faltaba, ese día había llegado tarde a clase de literatura solamente para darse cuenta de que había dejado su ensayo de la música, en el que había trabajado por más de tres semanas, en casa. Después había perdido el dinero para su almuerzo y había tenido que pedir prestado a sus amigos. Y ahora esto. La lluvia.

Por suerte, cuando las primeras gotas comenzaban a caer del oscurecido cielo, tuvo el tino de pasar el autobús que la llevaría a casa. May puso un pie sobre el escalón y resbaló, golpeándose la rodilla con la orilla de éste. Refunfuñando logró ponerse en pie y caminó derecho al chofer, rebuscando monedas en su bolsillo. Sacó un par de ellas y, avergonzada, dijo:

—Yo… ehmm… le pagaré el resto en mi parada.

—No, niña, o pagas todo o no subes— el chofer la miró con sus pequeños ojos porcinos mientras se rebuscaba entre los dientes con un palillo. Marie miró hacia el exterior, donde una lluvia más persistente había comenzado a caer, y un escalofrío le recorrió el cuello, que su corto cabello no alcanzaba a cubrir.

—Gracias, de todas formas— dijo con enojo mientras bajaba del vehículo.

“Bueno, si empiezo ahora puedo llegar a casa en una media hora” pensó con pesimismo mientras sacaba de su mochila una chamarra y se subía el cierre hasta el mentón.

El camión del que se había bajado arrancó con un estrépito y comenzó su marcha, May lo observaba alejarse cuando alguien llegó corriendo a su lado.

—¡Demonios!— dijo una voz masculina— Creí que podría alcanzarlo.

—Créeme, no querrías subirte con ese horrible chofer que lo lleva— murmuró la chica de curioso cabello mientras comenzaba a caminar por la banqueta.

—¿Qué dices?— preguntó la misma voz, alcanzándole.

May volteó a ver al propietario de la voz, era un joven de cabello oscuro y ojos verdes, su camisa a cuadros estaba mojada por la lluvia, y mantenía la mano sobre la frente, como un visor, para evitar que las gotas le nublaran la vista.

Con un movimiento casi riguroso, pero discreto, al que May estaba acostumbrada, volteó a verse la muñeca derecha, donde unos números rojos marcaban:

112d 7h 19m 57s

 “No es él, Marie” se decía con enojo siempre que llevaba a cabo el mismo ritual.

—No tenía el dinero suficiente,— dijo ella— y el chofer no me permitió pagárselo al llegar. Me hizo bajarme en la lluvia.

Otro relámpago retumbó, como secundando la experiencia, la lluvia incrementó de intensidad.

—¿Eso hizo?— preguntó el chico frunciendo el ceño— Vamos.

Sin darle tiempo de discutir tomó de la mano a May, jalándola hasta bajar de la banqueta, y haciéndola correr a toda velocidad por en medio de la calle encharcada. El agua les salpicaba la ropa y les alborotaba el cabello mientras avanzaban bajo la lluvia.

—¿Qué es lo que haces?— preguntó ella con el pánico reflejado en sus ojos grises.

Pero el joven no le contestó, y no le permitió parar hasta que llegaron a un semáforo en rojo, donde se volvieron a encontrar con el camión del grosero chofer. El, ya empapado, muchacho se subió con ímpetu al vehículo, aun jalando a Marie tras de él.

—Disculpe— dijo tocando con fuerza el hombro del conductor— me parece que unas paradas atrás hizo que esta señorita se bajara en medio de la lluvia porque no tenía dinero para pagarle.

—Yo no doy viajes gratis— le respondió el hombre sin siquiera voltear a verlo- ¿van a pagar? ¿O tendré que bajarlos de nueva cuenta?

 Sin soltar nunca la mano de May, el joven sacó de su bolsillo un billete y lo puso en la sucia mano del chofer.

—Me parece— dijo— que con esto será suficiente para mí, mi amiga y las próximas diez personas que quieran subirse. Así que más le vale que no vuelva a echar a nadie más a la lluvia.

El chofer cerró su mano en torno al billete, refunfuñando, pero no dijo nada. May miraba a su acompañante con los ojos bien abiertos mientras se iban a sentar.

—No era necesario, pero gracias— dijo, sonrojándose.

—Alguien tiene que enseñarle— respondió él— que no todo es sobre el dinero, a veces hay que hacer buenas acciones por los demás. Me llamo David.

David extendió su mano mojada hacia la chica, quien correspondió el saludo con una mano igual de empapada.

—Marie— respondió ella, bajándose las mangas de la chamarra para que no se viera su Reloj— pero mis amigos me llaman May, mucho gusto.

The clock [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora