-¿Mamá? ¡Mamá, ven aquí rápido!- así empezó todo. Un dolor insoportable en mi costado izquierdo, un viaje de urgencias al hospital y miles de estudios que lo comprobaron. Recuerdo la resonancia magnética a la que tuve que someterme para que luego el doctor que me había atendido toda la vida me dijera con la voz quebrada que tenía cáncer. Recuerdo a mi madre llorando y a mi padre tratando de mantenerse fuerte. No es lo peor tener cáncer sino tener un hijo que tiene cáncer. Así lo veía yo. Ellos hicieron todo por ayudarme a seguir adelante y hasta pasé el límite de años que me habían dado. Tenía 17 y todos nos preguntábamos cuando sería el día en que ya no despertara.
Ir a la escuela no era nada fácil, todos mirándote con lástima como si fueras un cachorro indefenso bajo la lluvia. Tus maestros, tus compañeros, todo el mundo, pero había alguien que no lo hacía. No era mi compañero sino que el hermano de uno. Más bien una, Charlotte Tomlinson. Era una típica rubia bonita que tenía todo al alcance de su mano, ella era otra que me miraba diferente, con desprecio y un odio inexplicable.
La cosa es que su hermano la iba a buscar todos los días y siempre había contacto visual entre él y yo. Era algo bajo y tenía un peinado descontrolado, ojos de ensueño y una pinta extraña, como si quisiera hacerse pasar por chico malo pero en realidad fuera un ángel en persona.
Y me miraba, y yo lo miraba a él, hasta que Lottie le gritaba que despierte y se meta en el auto de una buena vez. Siempre me sacaba una sonrisa.
-Deberías hablarle, adelántate a su hermana y háblale- me dijo mi único mejor amigo desde que había nacido, Niall.
-No lo sé...- en realidad si lo sabía. Él era todo un ser humano sano, con ningún tumor maligno del cual estar preocupado. Y yo no quería convertirme en su tumor maligno y enfermarlo a él también.
-Sí lo sabes, hazlo por mí por favor. Ya no te aguanto hablando de él- Niall nunca lo había visto ya que íbamos a escuelas diferentes, así que no sabía de la belleza de la que yo hablaba y me deleitaba. Tal vez lo intentaría...
-Señorita, no me siento demasiado bien...- ni bien dijo aquello, la señorita Von Hauting me dio el pase para poder salir, ya sabían el procedimiento. Era una hora estratégica la que había elegido, veinte minutos antes del timbre de salida, corrí por los pasillos hasta la entrada/salida principal y allí estaba el auto azul y el dueño sentado dentro.
Una sensación se formó en mi estómago cuando toqué con mis nudillos la ventana del lado del acompañante y se intensificó cuando esos ojos azules se clavaron en los míos. Sentí calor en mis mejillas y me removí, cubriéndome más en mi buzo.
Bajó la ventanilla y habló con su una voz aguda, que lo hacía un poco gracioso.
-Yo te conozco, eres compañero de Lotts- fue lo que pronunció y enseguida se me prendió la idea en la cabeza.
-Sí, mi nombre es Harry, pero necesito algo, es urgente- me miró atentamente y asintió para que prosiguiera. -Tengo que llegar al Hospital St. Reages ya- y aunque fuera una mentira, solo preguntaría por mi doctor y hablaría un rato con él. Noté que lo pensaba por segundos pero luego abrió la puerta y yo entré.
-¿Estás bien? ¿Qué tienes?- preguntó mientras arrancaba.
-Me siento un poco mal y soy un caso bastante... especial- dije y le sonreí en agradecimiento.
Ese día fue el mejor, conocí a Louis, fuimos al hospital, y luego de eso a tomar un helado y todo parecía en su lugar. Era tan fácil hablar con él, me sentía tan a gusto que cuando me dejó en mi casa al final de la tarde, no quería entrar y terminar el día, el mejor de mi existencia. Le di un beso en la mejilla y le dije adiós, lo que lo dejó helado y entré a mi casa, escuchando gritos de mi madre.
Louis me saludaba cada vez que me veía salir de la escuela, una sonrisa hermosa dedicada a mí. Y eso me hacía feliz.
Me gustaba, claro que sí, y esperaba verlo de nuevo, pero luego en la noche, recordaba que yo iba a enfermarlo, y lo que menos quería hacer era eso.
Un día Charlotte no fue a la escuela, pero al salir Louis estaba allí, fuera de su auto fumando un cigarrillo, lo que me causó un poco de náuseas. Pero me acerqué a él de todas formas.
-Harry, hola pequeño- me dijo y creo que me derretí interiormente.
-¿Qué hay, Louis?- traté de ser relajado. Miraba su cigarro deseando poder apagarlo con la mente así podía acercarme más a él.
-¿Quieres hacer algo conmigo? Tal vez ver una película o no sé- se veía algo nervioso y solté una pequeña risa.
-Claro, no tengo nada mejor que hacer...- bromeé y me miró con cara mala. Reímos los dos y nos fuimos en auto. Fuimos a su casa, un pequeño departamento y me sorprendió saber que vivía solo.
Mientras El Exorcismo de Emily Rose se reproducía, comencé a sentirme muy mal, mi garganta se cerraba y no podía respirar.
-¡Louis! ¡Hospital St. Reages!- pude llegar a gritar ahogadamente. Louis reaccionó rápido, cargándome al estilo novia, subiéndome a su auto en la parte trasera. Hablaba conmigo para que me quedara con él...
Sentí como mi cuerpo se empezaba a despertar pero no quería abrir los ojos, tenía miedo, por primera vez de seguir viviendo. Tenía miedo de que haya empeorado. Tenía miedo.
-Oh, Harry- fue lo primero que oí cuando abrí los ojos, mis padres abrazados al final de mi camilla en el hospital, mi mamá con lágrimas en todo su rostro y mi padre con esa mirada de dolor.
-¿Qué pasó?- comencé a sentir los tubos conectados a mí, desde el que estaba en mi nariz por detrás de mis orejas, hasta el de mi costado izquierdo, llevando un líquido algo asqueroso.
-Lo sentimos tanto, bebé. Fue líquido en tus pulmones, como litro y medio. Ha empeorado, Harry. Tendrás que llevar oxígeno siempre- y eso fue lo peor que me han dicho, más cuando a los doce años me lo diagnosticaron, peor que mil dagas en los pulmones. Peor que todo.
-Está bien mamá, no llores más- le dije y tomé su mano. Sabía que ella necesitaba más apoyo que yo, así que eso le brindaría.
Volver a la escuela no fue fácil, menos con "Henry" mi tanque de vida, como yo lo llamaba. Todos me miraban peor que antes y no porque Henry hiciera ruido al rodarlo por el piso, sino porque lo estaba rodando.
La salida llegó y Louis estaba ahí, mientras esperaba que su hermana dejara de charlar con sus amigas. Me vio y me llamó con la mano.
-¿!Por qué no me has contestado, Harry!? ¡Maldita sea, estaba tan preocupado, pensé que...! Pensé que no volvería a verte- sonreí y me sonrojé un poco.
-No te librarás de mí taaaaaan rápido- reímos los dos.
-Vamos por ahí así me cuentas que pasó- nos subimos al auto, y atrás venía Charlotte sentada, lo que hacía todo muy incómodo.
Llegamos a un lindo café, muy reservado y estilo antiguo. Nos sentamos en una de las mesas contra las ventanas y cómo no, en Londres llovía como si estuviéramos bajo la ducha.
-Mira Louis, te contaré todo, ¿sí? Pero tienes que prometerme algo-.
-Lo que sea- me interrumpió pero no me importó.
-No me tengas pena- asintió y yo procedí. -Me diagnosticaron cáncer de hígado y que tenía varios tumores cerca de la zona cuando tenía doce años. Iba bien, hacía la quimioterapia y estaba funcionando bastante bien, pero se sabía que iba a empeorar. Lo que me pasó el otro día contigo... Se me llenaron los pulmones de líquido, ya que los tumores los alcanzado. Y ahora tendré que llevar a Henry por el resto de mi inestable vida- señalé al tubo de oxígeno. Louis me miraba y se notaba que estaba procesando todo esto, pero de una buena manera ya que tomó mi mano y entrelazó nuestros dedos, los míos fríos y los de él tan calientes.
-Harry, eres a prueba de balas, ¿te has dado cuenta de eso?- negué sonriendo, él estaba loco. -Sí lo eres, no puedo tener más respeto hacia ti y tu fuerza- y apretó mi mano. No podía borrar mi sonrisa y él me regaló una que guardaría por siempre.
-¿Podemos ir a un lugar más... privado?- le pregunté y quizás había quedado como un descarado pero solo quería continuar hablando con él.
Nos acostamos en su cama luego de hablar toda la tarde. Quedamos enfrentados cada uno apoyado en su costado.
-Harry... No puedo más, no puedo contenerme más- lo miré con un poco de sorpresa y confundido como estaba vi como su mano se dirigía hacia mi cuello, y me atraía más cerca a su rostro, hasta que nuestros labios impactaron juntos, cuando me sentí como si miles de fuegos artificiales explotaran dentro de mí.
Todo lo que sentía era él, nuestros labios se movían rítmicamente, su lengua pasó a jugar con la mía y así se pasó la noche.
Y él decía siempre que no me veía como un tumor malo, sino como el mejor, como el que tendrías que dejar en tu cuerpo por siempre porque te ayuda a respirar, a seguir viviendo. Con Louis, todo es bueno, y siempre lo será.