Prólogo: Confesiones

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 —¿Y tú qué harás en las vacaciones de Navidad? —Escuché la voz de María que era apenas un susurro inaudible, pero que consiguió sacarme de mis pensamientos.

—No lo sé, seguramente me encerraré en mi cuarto hasta que acaben —contesté con voz cansada.

—De eso nada —dijo Alba apoyando su mano en mi rodilla consiguiendo que me estremeciera—. Antes de hacer eso, te vienes a mi casa. Para eso están las amigas, ¿no?

—¿Y si quedamos esta noche todas en tu casa? —dijo Celia incorporándose en la conversación.

—¡Eso, eso, fiesta! —la apoyó María.

—Tendría que preguntárselo a mi madre, pero seguramente dirá que sí.

—Pues eso, fiesta esta noche en tu casa, Al. Ya nos dices la hora por el grupo. Nosotras podemos llevar el alcohol —dijo María señalándose a sí misma y a Celia—. Tú encárgate de las chuches —añadió, ahora señalándome a mí.

—Yo no... —empecé a negarme, pero fue en vano, pues la alar-ma que indicaba el final del recreo calló mi voz.

Siempre intentaba evitar estas fiestas, pues tarde o temprano acababan hablando de chicos y siempre salía la pregunta: «¿Y a ti no te gusta ningún chico?», mientras todas esperaban expectantes ante una respuesta que jamás saldría de mi boca. Y es que yo era la única de las cuatro que nunca había tenido novio o se había interesado por alguien en los dos años que llevábamos siendo un grupo.

En este tema de conversación siempre me sentía alejada de ellas, ponía mis oídos en modo off y solo prestaba atención a las historias que mi mente imaginaba. En las que solo estábamos Alba y yo, siendo algo más íntimo que mejores amigas, ahí todo es perfecto.

Sus abrazos que me embriagaban con su olor, sus sonrisas de complicidad, sus ojos que me miraban con afecto, sus manos suaves como plumas que acariciaban mi pelo. Todo es perfecto.

—Ey, idiota. Recoge, que ha sonado la alarma —dijo Alba sacándome de mi ensimismamiento con su peculiar dulce tono de voz.

—Voy —dije intentando disimular mis mejillas sonrojadas por haber sido pillada pensando en ella.

—¿Qué te pasa hoy? Estás en las nubes. Quiero decir... más de lo normal en ti, claro.

—Nada... Oye, no creo que pueda ir, porque...

—No más excusas —me interrumpió—, ya faltaste a la fiesta en casa de Celia. No sé por qué no quieres estar con nosotras fuera del horario de clases.

—¿Qué dices? Sí que quiero estar con vosotras —contesté mientras salíamos por la gran puerta e intentaba buscar la salida rápida a esa conversación por encima de las cabezas de los demás estudiantes deseando ir a casa, teniendo en cuenta de que ya no volverían hasta finalizar las vacaciones de Navidad. ¡Ahí está!—. Oye, ya hablamos, está allí mi padre.

Fui corriendo hacia el coche, dejando a Alba con la palabra en la boca. Me sentí mal por ello, pero desde que pensé en contarle lo que llevaba tres años ocultando, estaba demasiado nerviosa a su lado como para disimularlo. Llegué a mi casa y después de almorzar me tumbé en mi cama. Llevaba como dos horas tumbada, escuchando música con los cascos, cuando un mensaje hizo vibrar mi móvil. Era el grupo de WhatsApp de las chicas:

«Todo arreglado. A las siete y media en mi casa. No tardéis», dijo Alba.

«Perfecto», contestó María.

«Bien :)», escribió Celia.

Decidí abstenerme de contestar, desde entonces no paraban de comentar sobre lo que haríamos esa noche. Pasó como media hora hasta que decidí empezar a arreglarme, abrí el armario y elegí unos vaqueros negros y una sudadera azul. Cogí el móvil, la ropa interior y me dirigí al cuarto de baño mientras seleccionaba una lista de reproducción.

Enamorarse, ¿bueno o malo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora