Kelly Baker

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Manchester, Inglaterra

2013

La estación de trenes Victoria, uno de los pocos edificios aún en pie del añorado siglo XX se erigía como un vestigio de la alguna vez floreciente Manchester.

Apenas eran las cinco de la mañana, el frío y deteriorado andén V.I.P. estaba ocupado por escasas cinco personas. Una de ellas era Kelly Baker, la nieta del adinerado y plenipotenciario magnate de la Energía Carbónica, el afamado Sir Robert Baker II, asesinado recientemente.

La encantadora joven vestía un elegante abrigo de legitimo zorro, bajo él destacaba un traje azul de corte victoriano, aunque algunos dirían que era eduardiano -en tono de chanza- por mostrar las piernas por encima del talón en contra de las normativas de la Seguridad y Moralidad Ciudadana (S.M.C.).

Kelly Baker podía darse estas libertades sociales sin sufrir las consecuencias sancionatorias, a fin de cuentas su difunto abuelo y su padre eran -por así decirlo- los dueños de media Inglaterra, gracias a los beneficios de Carbonita Baker y Asociados.

—Aún no comprendo por qué su abuelo insistió en hacerla viajar por este medio de transporte tan obsoleto —se quejó Donovan Smith, el tutor de Kelly mirando con nerviosismo a todos lados—. Es riesgoso viajar en tren a Glasgow en esta época del año.

—Mi abuelo estipuló como condición en su testamento que debía mezclarme "un día" con la plebe. Podía elegir entre trabajar en un centro comunitario o viajar en tren la misma cantidad de tiempo. Y aquí estamos, esperando que el dichoso aparato comience a funcionar —dijo con indiferencia la señorita Baker.

Lo común para Kelly, era viajar en su avión privado con propulsión carbónica, sin embargo de no cumplir con la condición de su abuelo estaría en un grave predicamento. Tendría que compartir la cuantiosa herencia con su medio hermano, Daniels Yarligh.

Una pelota rebotó contra su pierna sacándola de sus cavilaciones. El niño de unos seis años de mejillas coloradas y rostro cuadrado se acercó a buscar la esfera.

—Disculpe señorita —dijo el chiquillo con su voz adormilada.

—No te preocupes, solo ten cuidado y no te acerques a la orilla —sugirió Kelly con una sonrisa benévola.

El niño regresó al lado de un señor mayor, que bien podría ser su padre o su abuelo, quien revisaba azorado algo en su maleta.

Fue en ese momento cuando Kelly cruzó su mirada con el quinto usuario del andén.

Era un hombre de contextura delgada, barba rala y ojeras pronunciadas, quien fingía leer el periódico sin quitarle el ojo de encima.

A Kelly no le pareció extraña esta actitud. Apenas contaba con veintiún años de edad, tenía un cuerpo voluptuoso que inspiraba el deseo en los hombres, su sedosa cabellera negra enmarcaba a la perfección el perfil griego de su madre y las cejas abundantes de su padre. La joven retiró sus ojos marrones claros del sujeto con el horrible saco verde para fijarlos en el tren de energía carbónica arribando al andén.

Era un modelo estándar Weelinton, conformado por el vagón principal con forma de bala, luego el vagón V.I.P y otros seis dispuestos para los pasajeros de segunda clase, quienes viajaban atiborrados de personas que tenían como destino la estación de Glasgow.

Kelly y su tutor abordaron el tren, esperaron que arrancara y se dirigieron al salón comedor donde pidieron un jugoso desayuno.

Minutos después, Dimitri –el niño del andén- y el Dr. Ignacio Vordenton –su padre- se presentaron formalmente y acordaron desayunar todos juntos.

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