Él nunca consiguió entender qué fuerza de la providencia mantenía su vida y retaba a su contraria, la muerte, logrando escapar de ella, cada día.
No era hombre fuerte, tan solo muchacho enclenque de edad jamás cuestionada. Niño alto, cuyos huesos formaban en su oscura piel un hermoso paisaje de valles y cordilleras, sobre los cuáles, un torrente de indomable cabello negro se avecinaba espalda abajo. La corriente de hilos negros que recorrían la parte posterior de su cuerpo, habían de sortear numerosos hoyos en forma de cicatrices, que dificultaban el trayecto de aquel río constante y denso. Este matojo de azabache concluía a la altura de un enorme lunar blanquecino en la parte opuesta al vientre. Su torso brillaba por su minimalismo, y hacía destacar el escaso hábito de John, su amo, de alimentar al muchacho como máximo una vez al día.
Los pensamientos enredados de Kaleb contrastaban con la anatomía austera de su templo. Éstos comprendían una extensa red de nudos de diferentes colores y texturas, que, concedían a su poseedor, de vez en cuando, brillantes ideas que finalmente no eran llevadas a cabo debido a diferentes causas. La extrema delgadez de su exterior y la excelencia de su personalidad, eran lo más llamativo, valioso y único que poseía Kaleb.
Pequeños pájaros que revoloteaban rebeldes e insumisos con ganas de volar se encontraban en su interior, y tan sólo se manifestaban a través del niño mostrando este en su faz una expresión ligeramente sarcástica, sonriente junto a un ceño fruncido, debido a la rabia que acumulaban sus criaturas dentro de él, por sus incontrolables deseos de proclamar libertad.
Kaleb no se consideraba persona. Era un niño, pequeño animal salvaje sin maldad, que poco a poco, y a través de la fuerza impuesta, había estado siendo envenenado y humanizado, asesinando cruelmente así, su espíritu más puro.
Y respiraba. Un balanceo vertical sobre su pecho. Sus costillas se dibujaban armoniosamente siguiendo el ritmo de la marea. Mar intranquilo de olas irregulares. Tormenta. Tormenta de sensaciones enfrentadas y contradichas, escapando por su piel a través de sudor. Río, río de tinta blanca, transparente, imperceptible a ojo incrédulo, deslizándose por todas las prominencias de su cuerpo.
Tras tres horas de vigilia intranquila bajo el carromato de John, la lluvia comenzó a cesar, el río perdió su sinuosidad, el mar, se tornó llano y carente de movimiento iracundo. El balanceo de su torso era a cada instante más amplio y lento. Sus emociones ralentizadas, apartadas, disminuidas, combatidas, aniquiladas, inexistentes, eliminadas por la frialdad de la figura y la razón de Kaleb en aquella escena cubierta de sangre, mientras la tierra árida remojaba sus pies polvorientos, y piedras afiladas soportaban su humilde peso resistiendo la presión que la calesa ejercía sobre el frágil suelo. Intuía que todavía no había acabado. Aquella rebuscada posición le recordaba que si volvía a la cabaña, su cuerpo se desvanecería siguiendo el patrón marcado por aquellas fichas de dominó agrupadas en alineado colectivo, en el que la primera miembro provocaba una catástrofe de grados insignificantes, ergo continuó apoyado de cuclillas inmiscuyéndose en un pensamiento que reconcomía de nuevo su estabilidad.
Lo inenarrable había comenzado harían ya cinco horas, cuando todavía el sol bañaba su piel y fundía sus cadenas en el ébano de su tez. Sus manos coloreaban de rojo el blanco de los algodones al tocarlos mientras que el verano se clavaba en su espalda y en las de sus compañeras, en forma de látigo y angustia.
Cuando sentía la suavidad de la flor tras una afilada punzada de continuidad en las yemas de sus extremidades, reflexionaba, se preguntaba que características tendría su identidad, a parte de las que ya conocía. Se llamaba Kaleb. Era esclavo y su amo, John, tirano de ojos grises. Y... tenía una hermana. Más alta que él, de complexión musculosa y de carácter protector. Se llamaba Morgana.
Lo más prematuro que él recordaba eran un conjunto de imágenes difuminadas, una escena acogedora y exterior, recargada de colores vagabundos sobre los cuales él y su hermana corrían, saltaban, en esa alfombra verdosa en la que sus pies penetraban. Aquel recuerdo fue aniquilado impetuosamente, cuando el muchacho sintió un golpe seco y metálico en su pecho, "¡Despierta, no tenemos todo el día, bastardo!" pudo escuchar pese al desconcierto del asalto. Y continuó realizando esos leves movimientos al tratar el suavemente puntiagudo algodón. Su obediencia le sorprendía, odiaba aquel hecho, por lo que desde hacía tiempo había decidido combatir su sumisión conservando sus sentimientos, sus recuerdos, rompiendo esos grilletes que sus represores trataban de imponer inexitosamente. Sus movimientos físicos podrían responder a las órdenes dictadas, sin embargo el adoctrinamiento no repercutía en su alma, y ésta combatía continuamente por no dejarse asesinar. Su animal recóndito no podía transformarse en mecanismo de regular funcionamiento. Luchó por sentir, aunque sus acciones acompasadas dijeran lo contrario. Kaleb era afortunado. Sufría rebeldía interiorizada. Y es que su corazón era ingobernable, y ello era lo que le mantenía despierto.
Él convivía en aquella disputa invisible con cinco mujeres, que danzaban con amargura en su labor. Confiaba en que ellas también llevaran a cabo determinada batalla, eran sus compañeras, su única relación mantenida era con su pequeño grupo de trabajo. ¿Y su hermana? ¿Cómo le iría dentro del caserón del amo? Hacía un año que no la divisaba en la plantación. Un día la empujaron adentro entre invasores llantos y nadie conoció su existencia. ¿Conservaba ella esos recuerdos, esas emociones? Paradójicas eran esas preguntas. Kaleb había sido protegido por Morgana larga temporada, nunca había sentido hacia ella ningún tipo de preocupación, tan solo se desvelaba en él, un sentimiento de admiración por ella, una fundada admiración. Ahora, meditaba sobre su estado. Ella debía ser compensada por largos años de enseñanza y maternalismo.
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Ocré
SpiritualEsta es la historia de Kaleb, un esclavo de raza negra durante el siglo XIX en Estados Unidos. Es mi primera historia, espero no me juzguen.