Una triste vida

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Ella se sienta en un rincón y mira con recelo a su modesta madrastra. Esta está sentada junto a su padre tomando una taza de té, en cambio ella los ve de lejos porque no es bienvenida en la mesa.

Su vida había sido tachada desde el día que nació, cuando su madre murió después de dar a luz. ¿Qué culpa tenia ella de haber nacido? Tachada por su padre y olvidada por él, solo podía verle desde lejos como su vida seguía sin que ella fuera parte de esa vida.

Con tristeza, baja la cabeza, toma su vestido y va hacia su habitación. No se ha sentido muy bien desde la mañana y ver a su padre le duele aún más, pero nadie la pude ayudar. Aquella que la comprendía había sido enterrada hace ya una semana. Inés, la sirvienta que la cuidaba, se había enfermado de tuberculosis hace un tiempo y falleció producto de esto. Ahora ella estaba sola, en una casa que no parecía la suya.

Cierra la puerta con desánimo y apoya su espalda en ella. Da un largo suspiro y piensa en sus dieciocho años vividos en aquella casa. Tanto había pasado, pero para ella todos los días habían sido los mismos. Pronto alguien nuevo llegaría para ayudarla y cuidarla, pero nunca nadie igualaría a Inés.

Entre pensamientos, de pronto una tos se apodera de ella. Comienza de a poco, pero luego se intensifica. De un momento a otro cae de rodillas al suelo mientras presiona su boca con las manos. Ella se asusta al sentir su mano mojada, la aparta y mira con horror el color rojizo que tiene esta.

No podía ser verdad ¿acaso era lo que pensaba?

Con rapidez corre hacia el baño y se mira en el pequeño espejo que colgaba en la pared. Su cara palidece al ver su boca manchada de sangre al igual que estaba su mano y las ropas que vestía.

Con desespero, comienza a llorar y cae de rodillas nuevamente, pero esta vez de tristeza. Al igual que Inés, ella estaba enferma. ¿Cómo podía estarle pasando? Ella se cuidaba, hasta estuvo lejos de Inés desde el comienzo de enfermedad, pero no había servido para nada.

Con lágrimas en los ojos, levanta la cabeza, con la mirada perdida, y piensa en lo que vendrá. Su padre, quien no la ha querido desde su primer día, la echará junto a los cerdos, igual que a su cuidadora. La dejará morir sin amor alguno, pero esa era la única opción que él tenía. No había cura para su enfermedad.

Con dolor y aflicción, logra ponerse de pie y se recuesta sobre su cama. Tal vez esa sería la última noche que pasaría en ella. Cierra sus ojos y se acurruca lo más que puede tratando de darse consuelo, y lo logra. El sueño aparece y ella cae dormida como si nada estuviera pasando.

***

Los rayos del sol que pegan contra su cara le dan la terrible noticia de que un nuevo día ha llegado.

Con molestia, abre sus ojos par en par hasta que visualiza completamente su alrededor. A su mente comienzan a llegar todos los recuerdos del día anterior y de un momento a otro ella se deprime completamente.

Qué cruel destino el que le esperaba.

Con desánimo caminó hasta el baño para mirarse al espejo. Sus ojos se conectaron con los de su reflejo y comenzó a pensar en todo lo que había vivido.

Tanto sufrimiento por solo haber nacido. Tan sola durante toda su vida que ni el dinero le tenía satisfecha. Era un claro ejemplo que tener todo lo material no satisfacía en nada.

Limpia su cara con el agua fría de la mañana y por un momento piensa quedarse bajo ella para siempre. Esta era tan calmada y fría que le hacía olvidar todo, pero lamentablemente solo duraban unas milésimas de segundos. Si seguía pensando mucho en eso entonces cometería suicidio y era algo a lo que le temía.

Anhelada Libertad ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora