Una daga maldita.

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INMA

Siguieron pasando los días y seguíamos en el mismo sitio. María llevaba mejor la herida y parecía mejorar, además tuvimos la suerte de que los mercenarios seguían sin encontrarnos y no había ninguna tormenta de arena.

María ya se podía mover y aunque yo tenía algunos moratones me podía mover con toda comodidad, así que mañana por la mañana de madrugada empezaríamos a caminar hasta encontrar una ruina o un pueblo, si es que no habían colgado carteles con nuestras caras y un cartel de Se Busca, con una recompensa de agua bastante grande.

Había llegado la noche y estábamos terminando de preparar las mochilas cuando se me cayó una daga de la mochila de Raquel. Me agaché al suelo para cogerla, y me fijé en el dibujo que tenía en el mango. Eran dos serpientes enredadas entre sí, una negra y otra verde oscuro. Enseguida me dí cuenta de cual era la daga.

-¿Dónde has encontrado esto Raquel?-susurré en su oído un poco apartadas de las demás.

-¿Qué haces con eso?-dijo mientras me la quitaba de las manos y se la guardaba en la bota, que le llegaba hasta la mitad de las rodillas y le cabía de sobra sin que se le viera.

-Respondeme a mi pregunta. ¿No sabes qué es o qué?

-Es una simple daga, tampoco es para tanto.

-No es una simple daga, Raquel. Es la daga maldita de la que tanto hablan los ancianos del pueblo-se encogió de hombros-. No sabes la historia...-dije con asombro.

-Pues no. Nunca me han gustado las historias que cuenta la gente para cotorrear y divertirse un rato.

-Esta daga la encontró uno de los mercenarios que nos atacó, a ti concretamente, hace muchos meses mientras buscaban a un ladrón de agua. Le dejaron vivir al ladrón a cambio de que no se le volviera a ver el pelo en el pueblo. Todo el mundo sabe que los mercenarios intentaron mentir a los jueces y esos no les creyeron.

-¿Y? No me has contado nada fascinante ni relacionado con esta daga, supuestamente maldita.-seguíamos hablando en susurros.

-¿Qué ocurre?-dijo Yoli detrás de nosotras.

-Nada, nada hablando.-asintió y se fue.

-Me he ido un poco del tema. El caso es que el ladrón de agua, era el hermano pequeño del verdadero ladrón de agua que le dio el agua a su hermano para que saliera corriendo. Cuando los mercenarios encontraron al chico totalmente desidratado en el desierto, le hicieron creer que esa daga tenía poderes y que le podrían matar sin mover un dedo.

-No le veo nada malo. Esos mercenarios metieron miedo al chaval y este les creyó. ¿Qué quieres que le haga?

-El dueño mercenario de la daga mata a quien se atreva a robarla.

-Que se atreva a tocarme un pelo, si de verdad tiene narices.-negué con la cabeza.

Se fue de allí dejándome sola en aquella parte del coche. Nos subimos a este y nos acomodamos en los asientos. Pasamos las horas dormidas y nos despertamos con unas combras que nos estaban ocultando la luz del sol, algo agradable y horroroso a la vez ya que podía ser cualquiera.

Cuando levantamos las miradas nos dimos cuenta de que los mercenarios nos habían encontrado y nos habían atado de pies y manos. Nuestras manos estaban atadas a nuestros tobillos por la espalda y no nos podíamos mover.

Una vez nuestros ojos se acostumbraron a la luz tuvimos que ahogar un grito algunas para que no notaran nuestro miedo. Mantener la respiración en aquellos momentos era difícil: todos tenían las armas en sus manos y nos miraban con venganza.

-Nosotros también teníamos que recuperarnos de las heridas. Creo recordar que fue a ti a quien le dí.-dijo mientras le tocaba el costado a María y esta ahogaba un grito.

-¿Y ahora que vais a hacer con nosotras?

-Obvio. Llevaros de vuelta al pueblo y entregaros a los jueces. Ellos decidirán como mataros.

-Asquerosos.-dijo María en un susurro, pero notablemente audible.

-¿Qué has dicho, rizitos?

-Que sois asqueroso. Morenito. A mi me han enseñado a llamar a las cosas como son, y para vuestra desgracia, sois asquerosos.

-Y vosotras ladronas.

-No. Nosotras no somos ladronas, somos supervivientes. ¡Os queréis quedar con el agua y matar al pueblo entero!

-Eso. ¿Qué creeis? ¿Qué no vimos la cantidad de agua que teníais ahí escondida? Y aún encima nos cortáis el agua este mes. Ahí había agua de sobra para más de un pueblo.

-Nosotros solamente obedecemos órdenes.

-¿Por qué lo hacéis?-Raquel, como siempre, pasando de las conversaciones y diciendo lo que le apetecía en aquel moemento.

-Por que no tenemos otra opción. Desde niños somos entrenados para esto, para matar. Cuando somos lo suficientemente mayores para elegir si entrar o no, nuestros familiares nos obligan a entrar a cambio de vivir nosotros felices.

-Podéis ser felices sin ser mercenarios.

-No, no podemos. Si no entramos para ser mercenarios los jueces nos harían la vida imposible, incluso han llegado a matar a familiares.

-No sabéis nada de la vida.

-¿Y tú si?

-Pues al parecer sí. Mi hermano tenía dos años más de la edad requerida para entrar a ser mercenario y no le hicieron nada.

-¿Por qué crees que robó el agua con sus amigos? Le hacían la vida imposible y quería darles una lección. Jamás os dijo nada porque pensaba que le ayudaríais a robar el agua y no quería que os mataran.

-¿Por qué deberíamos creeros? A mis hermanos los mataron por robar el agua, no tenían la edad requerida.

-Pero robaron agua. Y después de que aquel chaval sobreviviera...

-Les prohibieron dejar algún superviviente ladrón. Eso les obligaría a ser más duros y fuertes.

-Soltarnos.

-No podemos hacer eso.

-En el fondo no sois así.

RAQUEL

-¿Qué te hace pensar eso?

-No parecéis mercenarios comunes. Matais con rapidez para que la gente no sufra, no empatizais para no coger cariño a la víctima, y disparáis directamente al corazón para que deje de latir lo más rápido posible.

-¿Tú qué eres, psicóloga?

-No. Me fijo en los detalles, ¿algún problema?

-Sí, te puede traer problemas.

-Y nosotras sueltas, os podemos traer problemas a vosotros.-sin que se dieran cuenta, me había ido cortando la cuerda con la daga que guardé en la bota.

Me levanté y miré a los mercenarios que quedaban. Había conseguido romper la cuerda de Rosa y María que eran las chicas que tenía a los lados. Las tres nos levantamos y les miramos. Cogí la daga del suelo y empecé a lanzarla en el aire y a cogerla.

El mercenario al que se la robé, que era el de la espada, miraba la daga con los ojos abiertos y asombrado. Dejó de mirarla cuando dejé de lanzarla al aire y la agrré con la mano, para mirarme a mí con el rostro tenso y los ojos notablemente enfurecidos.

-¿De dónde la has sacado?

-Te la robé a ti, ¿no te acuerdas?

-Devuélvemela.

-Quitámela.-fueron mis últimas palabras antes de que se lanzara a por mí, impidiendo que los demás atacaran. Las chicas tampoco hicieron nada puesto que se lo pedí.

Un Desierto Inolvidable (Auryn, Make My Day)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora