"Está perdiendo la cabeza", "se le ha botado un tornillo", "se ha vuelto loco".
Frecuentemente decimos estas u otras frases para referirnos a la acción de alguna persona perdiendo la cordura, como un juego generalmente, pero ¿qué pasaría si en realidad a los que les pasa esto es a nosotros mismos?
Muchos me han dicho que "se me botó un tornillo" y probablemente tú pienses igual, gusto me daría que alguien llegase a pensar distinto a todos aquellos a los cuales llegué a llamar seres queridos. El hecho que estoy a punto de contarte es lo que me tiene entre estas cuatro paredes, con esta vestimenta que apenas permite el movimiento de mis extremidades.
Lo recuerdo con tanta claridad y lucidez que yo mismo me asombro, pero no era para más. Pues, ese día, ese 19 de noviembre de 1865, fue cuando las leyes de mi ciudad me acusaron de "asesinato con arma blanca" hacia Marie de Febres, mi propia esposa.
Siempre la traté como una dama, nunca le falté al respecto. Ni siquiera la llegué a alzar la voz, o bueno, esto sea probablemente por el hecho de carecer de esta desde el día de mi nacimiento. Jamás le hubiese llegado a poner la mano encima, mucho menos a asesinar de una forma tan sádica e irreal a la persona que más amaba en el mundo.
Llegué a casa después de un arduo día, de tener que formarme desde las 6 de la mañana pretendiendo obtener una de las escasas vacantes que ofertaban, de las que no daban más de 20 al día, no era un empleo fijo y las filas llegaban a ser de más de 100 personas. Ese día recuerdo que fui una de esas personas con la oportunidad de ganar lo suficiente para vivir un día más. Me senté y comencé mi labor, pisada tras pisada de aquel duro pedal dejó a mi pie con dolor como para que lo recordase una semana más como mínimo, las maquinas "SINGER" eran una de las innovaciones más recientes dentro de la industria. Al terminar nos poníamos en fila, donde llegábamos a una ventanilla atendida por un hombrecito casi calvo, con un bigotito que rayaba dentro de lo cómico, su voz tipluda la cual hacía juego con unas antiparras con las que sus ojos se veían enormes, casi como yo imaginaba que los podría tener un extraterrestre, su visera raída contrastaba con su camisa y chaleco increíblemente pulcros y perfectamente planchados, unas fundas protectoras de hule se ceñían en sus muñecas y sus manos huesudas se movían con una rapidez y precisión que parecería que toda su vida habían hecho lo mismo.
Me llamó para entregarme mi paga y mientras buscaba mi expediente y calculaba el importe de mi "jugosa" remuneración. No podía dejar de pensar lo que pasaría si alguien hubiese movido alguna de las cosas de su escritorio tan solo 2 centímetros ¿habría alguna consecuencia o se adaptaría al cambio?
Jamás lo llegaré a averiguar aunque, de no haber necesitado tanto el dinero con gusto hubiese dado la mitad por ver su reacción.
Recuerdo que al salir, la lluvia era abundante. Bastantes veces tenía que ir a tomar refugio para no llegar tan mojado a casa. Después de tanta corrida creo que mis pies se sentían como si hubiese saltado sobre ellos unas 100 veces, me sentía totalmente exhausto.
Al llegar a mi casa esperaba lo habitual: al entrar un abrazo, luego me dirigiría a la mesa solo para encontrar la cena ya hecha, no abundante pero suficiente para los dos, luego ir a la cama para poder descansar y ambos caer en brazos de Morfeo. Pero desgraciadamente, ese día no fue así. Al entrar a la casa en el ambiente había algo de humo y un olor desagradable a quemado se impregnó en el lugar, apresurado me dirigí a la cocina para encontrarme una masa carbonizada de algo que debía de haber sido un pollo dentro de la cosa la cual le llamábamos "estufa". Mis pensamientos se centraron en tan solo una acción: se habrá quedado dormida.
Con eso en mente, me dirigí a lo que para nosotros era un cuarto y al llegar, en esta parte es donde la pesadilla empezó, aquí fue donde todo se me vino abajo en un instante, el cuadro que se abrió ante mis ojos era digno de una novela barata de esas que se venden en las calles de los barrios bajos, tal y como en el que vivíamos.
Mi amada esposa se encontraba semidesnuda, lo único que estaba cubierto eran sus pies mientras que el resto de sus ropas estaban rasgadas con lo que parecía ser un cuchillo, en un mar de sangre, sus ojos abiertos ya no brillaban como aquel día en que la conocí, y algo que noté de manera muy especial era cómo sus piernas estaban extendidas y cómo su parte sangraba, como si alguien con una mente totalmente retorcida y enferma quisiera que me fijara principalmente en eso. Pude identificar por lo menos cuatro sentimientos en ese momento y hubo otros tres que por más que intenté recordar en que situación los he llegado a sentir, jamás supe que eran. La mayoría de las personas llamarían por ayuda en ese momento o probablemente gritarían, pero cuando se es mudo... Pues eso resulta imposible. A partir de ahí no tuve noción ni del tiempo ni de lo que hacía, solo recuerdo su rostro, ese rostro que usualmente lucía una sonría, ahora tenía algo que reflejaba dolor, un dolor inenarrable.
Probablemente la policía llegó a eso de las 10, no por el asesinato, sino por el olor desagradable de quemado, no lo había notado pero la parte baja de la casa estaba en llamas. Al verme justo al lado del cuerpo, me apartaron y notaron toda la sangre que mis sucias manos y ropa tenían. Me llevaron a la comandancia de policía y me encerraron como era de esperarse, debido a mi problema con el lenguaje sobre decir que los interrogatorios y mi juicio fueron, aunados a mi precaria situación económica, completamente unilaterales. Pero todo esto era lo de menos, había algo que me quitaba el sueño, al pasar los días una "presencia" me abrumaba. Sentía constantemente esos ojos de miedo en su más pura esencia, los sentía cuando dormía, cuando comía, cuando me vestía, incluso cuando estaba tomando alguna ducha o haciendo cualquier otra actividad.
Al contarle esto al oficial que hacía guardia, me llevaron con un psiquiatra que trabajaba de interno por las tardes. Al tener una "conversación" con él basada en que me tradujeran en lo que yo "decía", dio el diagnostico final, en pocas palabras, dijo que yo estaba loco y necesitaba que me llevaran a una clínica especializada.
Así fue como yo, William de Martí fui condenado, no a pasar el resto de mi vida en un lugar como éste, sino a la silla eléctrica. Mañana 19 de enero de 1866, aparte de haber pasado dos meses desde que mi esposa fue asesinada, será el día en el cual moriré. Antes de terminar este escrito me gustaría poder aclarar esto: prefiero el morir mañana, que tener que seguir viendo el rostro de mi esposa a cada lugar que voy, en cada minuto que paso en algún lugar obscuro, en cada segundo que parpadeo. No puedo soportar esa mirada intensa detrás mío, el tener que sentir esos enormes ojos observándome en cada lugar me hace perder toda la cordura, o bueno, lo que queda de ella. No puedo soportarlo más, este dolor es insoportable, lo lamento Marie... Enserio lo lamento.
William de Martí
18 de enero de 1866
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Estoy perdiendo la cabeza
Mystery / ThrillerAlguna vez conociste a alguien a quien "se le haya botado un tornillo"? Que haya "perdido la cabeza"? Te invito a conocer la historia de este hombre el cual "ha perdido la cabeza"