Le cabinet des marveilles

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Hacía mucho tiempo, cuando los cuartos de maravillas iban siendo reemplazados poco a poco por sofisticados museos, existía en Londres uno de los últimos gabinetes de curiosidades, el famoso "Le cabinet des marveilles". La familia que lo atendía era reconocida por todos, ya que su custodia y atención eran pasadas de generación en generación.

Elise, la futura heredera, era una ávida aprendiz. Su abuela era la encargada de enseñarle todo sobre su arte, desde cómo reconocer algo valioso hasta cómo conservarlo y catalogarlo. Todos los días, durante la mañana, ambas trabajaban a la par atendiendo a clientes y curiosos. De noche, la joven salía con su grupo de amigos a escarbar en las calles en busca de objetos dignos de estar en una vitrina. Si alguien encontraba un posible tesoro, ella le pagaba con monedas y se lo llevaba a su casa.

Un día, que comenzó como cualquier otro, salió a hacer las compras para el almuerzo mientras tarareaba una canción. Idris, su gato, la acompañaba. El felino era ciego, pero ella se había asegurado de conseguir los mejores elementos para construirle unas gafas que incluso le permitían ver mejor que los más dotados de su especie. Siempre y cuando las conservara puestas, no debía preocuparse por él.

 Siempre y cuando las conservara puestas, no debía preocuparse por él

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Le encantaba ir al mercado ya que siempre se encontraba con cosas nuevas que demandaban su atención. Había sido criada para encontrar una aguja en un pajar y mientras más tupido fuera este, más disfrutaba ella de sus hallazgos. Era curiosa, demasiado para su propio bien según sus padres.

Mientras iba completando la lista requerida por su madre, un hombre de guantes negros le extendió un folleto. Le agradeció con una sonrisa sin saber cuál ojo mirarle, si el real o el que estaba cubierto por un monóculo espejado que reflejaba su rostro de manera distorsionada. Bajó la vista y leyó la invitación a una mascarada con búsqueda del tesoro.

—¡Estupendo! Mira, Idris —bajo el papel para que su gato lo leyera, pero este se limito a lamerlo como si tuviera algo. Elise lo levantó y olfateó como si tuviera los sentidos de un can y luego frunció la nariz. Olía a pescado —Espero que tengan menú para gatos, porque iremos juntos.

El resto del día trabajó junto a su abuela para construir la máscara que usaría. Le pusieron un lente en el ojo derecho, que le permitiría hacer zoom por si llegara a necesitar una visión más aguda, y unos amplificadores de sonido que podía conectar a sus oídos desde unos cables ocultos en la cara posterior de la máscara.

Cuando terminaron, la levantó por sobre sus cabezas y ambas la contemplaron maravilladas. Era el lobo más completo que podían emular. Elise se la probó y sintió cómo el instinto de su animal favorito comenzaba a apoderarse de ella. Se sentía llena de vitalidad.

 Se sentía llena de vitalidad

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⏰ Última actualización: Jan 15, 2016 ⏰

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