Capítulo 23: Silencio

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Ann caminaba en silencio sosteniendo a Lori mientras Bill sacudía la cabeza de vez en cuando. Pensaba en las palabras que el Origen le había dicho y a pesar del tiempo que, transcurrió desde ahí, todavía no se convencía que no fuera una pesadilla eterna y que iba a despertar algún día.

El trayecto hasta la nave era corto y en poco tiempo estaban fuera del bosque, en el mismo lugar donde comenzaron y donde Lori un tiempo antes le dijo que no estaba segura de seguir en la expedición. Bill recordaba esas palabras con claridad y le carcomían el pensamiento. Se arrepentía de haberla instado a acompañarlo, porque así el Origen no hubiera despertado nunca y esa chica que caminaba a su lado no existiría.

Contempló a Ann y le ordenó que se detuviera. Quería que permanecieran en ese lugar mientras dejaba descansar a Lori e iba por oxígeno a la nave que estaba cerca. Ann asintió y sintió una ligera decepción cuando vio a Bill alejarse porque su utilidad en el viaje llegaba a su fin y una vez que Lori pudiera valerse por sí misma nadie estaría obligado a llevarla.

Miró de reojo a Lori e intentó que ella no notara su nerviosismo y ansiedad, aun cuando apenas podía controlarse. Movía la cabeza y miraba hacia el bosque que acababan de dejar atrás sin mantener la mirada en un solo lugar por mucho rato. Cogió la mano de Lori y la apretó fuerte, se sentía confundida entre hacer lo mejor para ella o lo mejor para todos. Pensaba en ella y en Bill, en su propia supervivencia y su deseo por salir de ahí, pensaba en el Origen y su obligación hacia su creador, pero no se decidía por ninguna.

—Hazlo, no tengas miedo —le dijo Lori mientras intentaba zafarse de su agarre.

Ann se quedó inmóvil y no le respondió. Tenía miedo de quedar en evidencia. Se mantuvo así un par de minutos hasta que sintió que Lori, a pesar de sentirse débil, lograba liberar su mano. La vio directo a los ojos y la escuchó.

—Se lo que quieres y créeme que te entiendo, yo en tu lugar hubiese hecho cosas peores. No somos buenos, el Origen tiene razón. Estamos muy lejos de la perfección —agregó con dificultad—. Solo una de nosotras va a salir de este planeta, Bill lo sabe y el Origen también.

—No puedes saber eso —resopló.

—Porque está aquí —dijo y apunto su cabeza con el dedo—, no ha salido y no lo va a hacer nunca. Y se lo que va a ocurrir si me voy, ya me lo ha mostrado. No puedes dejar que eso pase.

—Pero si te lastimo va a matarme, jamás me llevará con él.

—Si vivo no te llevará, pero si muero tienes posibilidad de subir a esa nave. Quizá te abandone en algún sitio o mi recuerdo lo mantenga nostálgico y quiera conservarte. Tienes una sola oportunidad, te ruego no la desaproveches.

—La única manera es que mueras y yo no sea responsable de eso —reclamó— no sé cómo hacerlo.

—Envenéname.

—No puedo.

—Claro que sí, quita lentamente el suministro de oxígeno y dame algo más. Sé que puedes, sé cómo funcionas.

—Cambiar papeles sería más efectivo.

—No lograrías engañarlo de nuevo.

A lo lejos se veía a un malhumorado Bill salir de la nave con una maleta que contenía un nuevo equipo para Lori. Descendía apresurado por las escaleras con una habilidad que sorprendió a Ann.

—Ahora ¡hazlo! —insistió Lori.

Lentamente Ann hizo lo que le habían pedido. Quitó el suministro de oxígeno y lo reemplazó por gases nocivos extraídos de la atmosfera. La miró con compasión, una mirada que Lori le devolvió mientras la envenenaba y la mantenía con apenas un hilo de vida, suficiente para esperar a Bill y que la viera morir. Tendría suficiente tiempo para permanecer consciente.

Cuando Bill estuvo de vuelta vio que Lori mantenía el mismo tono semi azulado de cuando se marchó, con la única diferencia que ahora tosía sin poder controlarse. Bill le ajustó la máscara de oxígeno, pero Lori no fue capaz de resistir y se desmayó. Ann cortó las membranas que las unían para que no pasaran otros gases.

—Esto está mal. Apúrate, debo conectarla a la central de oxigeno de la nave.

—Creo que se ha envenenado —dijo, pero Bill no le respondió, solo se limitó a maldecir entre dientes mientras ella disimulaba la culpa que sentía y que no la dejaba respirar en paz.

Se apresuraron en llevarla con el corazón acelerado y los ojos llenos de lágrimas. A Bill el calor le subía por la cabeza y le empañaba el visor y no podía evitarlo. Sacudía sus pensamientos trágicos y caminaba rápido hasta llegar a la entrada de la nave. Luego, Bill soltó a su amiga para abrir la escotilla, subir por la escalera y dejarles entrar por otra puerta al otro lado de la nave en donde sería más fácil asistirla.

Una vez adentro la recostaron en la camilla, la misma en donde Ann estuvo antes. Desprendió a Lori de su ropa y de la máscara de oxígeno y la conectó a la nave. Ahora dejó que se purificara con oxigeno limpio.

Lo que Bill no sabía era lo que había pasado entre Lori y Ann minutos atrás, no sabía que todos esos esfuerzos eran en vano, no sabía que Lori ya no tenía forma de volver a la normalidad y le esperaba una muerte inevitable. Y no se desanimaba, le pedía a Ann que le ayudara y ella a pesar de lo que Lori le había dicho antes. Lo hacía para que Bill no la culpara por lo que pasaría después.

Pero los esfuerzos eran en vano porque la condición de aquella joven no mejoraba y por fin Bill se daba cuenta que el tiempo no había sido suficiente y que todos sus esfuerzos habían sido en vano. Por supuesto no lo reconocería, muchos menos frente a Ann, no estaba dispuesto a asumir una derrota.

Acomodó a Lori y esperó. Uno, diez, cuarenta minutos, una hora, mientras la observaba y revisaba sus signos vitales que se hacían cada vez más débiles. Miraba como respiraba mientras se afirmaba la cabeza con una mano y con la otra jugaba con una pequeña etiqueta en su manga. No pensaba con claridad, imágenes iban y venían y todas lo llevaban a Ann de pie, mirándolo, como una figura inerte que lo vigila desde un lugar muy lejano, esperando el desenlace.

—Que estás mirando —gritó.

—¿Qué va a pasar ahora? —respondió Ann casi en un susurro.

—Que me largo de esta mierda cuando Lori despierte —dijo abriendo los brazos y señalando a su alrededor— ¿Qué piensas que voy a hacer?

—No puedes esperarla para siempre —dijo Ann, como si dictara una sentencia. 


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