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Pasó los dedos por su largo cabello negro, los enredó con sutileza y una sonrisa se formó en su rostro mientras terminaba de colocarse el labial rojo, lanzó un suspiro y se puso de pie. Arrastró suavemente la silla para poder contemplarse en el espejo de cuerpo entero que se encontraba al frente de ella. Una mujer muy hermosa le devolvió la mirada y sus brillantes ojos azules parecieron cobrar vida propia, ya que emitieron un destello particular. Su piel era lechosa, sus facciones podrían ser la envidia de muchos modelos y de hecho lo eran. Ella era consciente del efecto que causaba en los demás, sobre todo en el público masculino y aquello la reconfortaba, más que eso la hacía disfrutar con sumo regocijo.

Entonces alguien llamó a la puerta. Se dio un vistazo al espejo y acomodó sus tirabuzones con rapidez.

—¡Él ya está aquí! —Se oyó el grito de un hombre—. ¿Podemos irnos ahora?

—¡Lárguense! —exclamó, sonriendo a su majestuoso reflejo.

Se escucharon pasos crujir ante el contacto con la madera vieja y después un sonoro portazo que remeció la pequeña cabaña.

—Perfecto —susurró con un resoplido de deseo.

Bajó la mirada a la mesa desteñida de su tocador y sus ojos se entrecerraron, al parecer lo que buscaba no se hallaba a la vista. Se molestó al instante y con un fugaz movimiento de muñeca lanzó a un lado las cosas inservibles, estas fueron a parar al piso ocasionando un gran estrépito. De repente una pluma azul le llamó la atención, extrajo el artículo con sumo cuidado y lo tomó con ambas manos.

Contempló la máscara con veneración, estudió cada centímetro y se le escapó un ligero suspiro. Se encontraba impaciente por comenzar, no podía retrasarlo por más tiempo o no lo soportaría. Elevó la máscara lentamente hasta que se alineara a su rostro, entonces acercó el antifaz y disfrutó cuando este empezó a tocar su piel. Se giró para observarse en el espejo, comprobó el resultado y se quedó enamorada de su imagen por enésima vez. El antifaz creaba un halo inexplicable alrededor de sus magníficas facciones, las plumas le daban el toque estrambótico que tanto deseaba tener. Además, le otorgaba la suficiente discreción que requería para hacer lo que tenía pensado. Echó su cabello oscuro hacia atrás y miró con orgullo su balanceo como el ondear de una serpiente, alisó su vestido de diseñador mientras el rastro de una sonrisa se formaba en sus labios.

—El juego puede iniciar —murmuró, divertida y sintiendo las ganas de reír.

Atravesó la habitación y salió con prisa, ansiosa por conocer a su nueva presa. Casi podía percibir el miedo del hombre e incluso le parecía haber oído algunos de sus gritos desesperados, se encontraba lista para recibir su mirada aterrorizada y por supuesto también para gozar con sus súplicas. Sus pies descalzos se deslizaron por la madera, se movió con la destreza de un felino y tomó impulso de manera sorprendente. Dobló la esquina e ingresó a la amplia estancia.

Un hombre joven elevó la mirada hasta toparse con sus ojos y en vez de mostrar el miedo habitual que reflejaban las demás presas, su expresión lució cautelosa. No gritaba, no gimoteaba y menos se revolvía en la silla con la estúpida ilusión de querer liberarse de las gruesas cadenas que lo sujetaban. Su posición era tensa, pero mantenía el control de forma única. Su cabello era del mismo tono rubio, sus ojos de un tono achocolatado que le resultaba familiar, sus rasgos muy similares a los del diablo. Hermosos, sin embargo, malditamente perversos. Hasta sus labios eran parecidos, ya podía imaginarse saboreándolos cuando los cortara. Su mente divagó y una extraña oleada de placer inundó su cuerpo, dejó de regodearse con lo que le haría para notar lo que siempre debía. Aparte de la terrorífica similitud, había algo más que deseaba. Era bastante simple, que él implorara por su vida. Sin embargo, él no le brindó lo que esperaba ver. Al contrario, le mantuvo la mirada con valentía y apenas retrocedió un poco ante su avance. Alzó el rostro, adoptó una expresión extraña como si pudiera ver a través de su máscara y supiera quién realmente era la persona que estaba detrás del místico antifaz. Sus ojos marrones se entrecerraron, retadores y casi fueron una abierta invitación a que empezara con el peligroso juego.

«Es imposible que él me reconozca», pensó la mujer. Ladeó la cabeza en señal de duda y se detuvo frente a su víctima. Al instante, se dio cuenta que él era diferente, no era como otras víctimas que eran muy fáciles de convencer y de dañar.

Alzó el brazo y tomó un mechón de sus cabellos dorados entre sus dedos, acarició cada hebra de pelo para luego arrancárselo en un segundo. El hombre profirió un grito de dolor y aquello la excitó a más no poder. Reprimió una risa, mordiendo su labio con fuerza y soltando un pequeño gemido. No alejó su mano e hizo que levantara la cara todo lo que la silla le pudiera permitir, oyó el sonido de su nuca golpear el respaldar y supo que era suficiente. Era el momento para que su compañero de reparto se introdujera en el personaje, ella ya se había internado en el suyo; por lo que solo faltaba una pequeña colaboración de su parte para que el espectáculo se iniciara.

El individuo tenía los ojos fijos en ella, detectó confusión y sospecha en sus pupilas, más no temor. Lo observó al mínimo detalle mientras sus recuerdos más oscuros salían a la superficie e inundaban su mente como si un río hubiera perdido su cauce. Su lado hermoso le ofreció el recuerdo en bandeja de plata, sonriendo con el sufrimiento que este le provocaba. Lo recibió su lado perverso, se lo arrebató con sus garras y lo manipuló cuidadosamente. Sus ojos azules se helaron, perdieron cualquier rastro de vida y se sumergió en el pasado.




Secretos de Luna llenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora