VIII

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Guillermo sólo pensaba en salir corriendo, gritar, golpearlos para deshacerse de ellos. Pero nada de eso le aseguraría que iban a dejarlo en paz. En realidad no había cosa que pudiera hacer para que no le hicieran nada.

En el momento en que Samuel se cruzó en la vida del chico, supo que ya no había vuelta atrás.

Intentaba mantener la calma, aunque no era algo que le fuera posible.

La llama se hizo visible a los ojos de los cuatro que estaban presentes.

Percy acercaba, poco a poco, el objeto al chico que estaba a su lado, mientras que este se apartaba inconscientemente de él.

—No te muevas —le dijo—. Será peor, si intentas evitarlo.

Guillermo levantó la mirada del mechero, unos segundos, pudiendo ver a Samuel contemplando la escena con los ojos iluminados. Estaba como embobado. Y eso al chaval le dio escalofríos.

—No quiero que me quemes —Se atrevió a pronunciar aquellas palabras—. No os he hecho nada para que queráis hacerlo.

Samuel y Percy alzaron ambas cejas. ¿Qué no les había hecho nada? ¿Y qué tal, aparecer en sus vidas con esas palabras de descaro hacia ellos?

Eso era más que suficiente para poder hacer lo que quisieran con él. O al menos, así era la manera de pensar de los amigos.

—Nunca debiste hablarme como lo hiciste, chico —Las palabras de Samuel, lo distrajeron, de nuevo, del objeto que amenazaba con hacerle daño—. No somos del tipo de personas que olvidan.

Guillermo notó cómo una mano levantaba su camiseta del uniforme de presidiario, y no pudo evitar alejarse ante tal cosa. Pero no pudo alejarse demasiado. Percy lo tenía agarrado.

El que más odio le tenía al novato, se levantó de su asiento y se situó al otro lado del chaval. Acorrándolo para que no pudiera escaparse. Quería que el inglés lo quemara y no podía esperar más para verlo.

Ambos le subieron, de nuevo, la prenda superior. Y como el nuevo no dejaba de mirar con terror a lo que estaba a punto de hacer el de ojos azules, De Luque lo distrajo, acariciando su piel. Esto alarmó, una vez más, a Guillermo, quién ahora observaba al castaño.

Y en ese momento, la llama hizo contacto con su cuerpo. El grito quedó atrapado en la mano que Samuel le había puesto en la boca, para callarlo.

Percy había apartado el aparato, pero no dejaba de admirar los ojos del chico, de los cuales habían saltado un par de lágrimas.

—Ahora lo repetiremos, pero esta vez durante tres segundos.

Los ojos del moreno se abrieron de par en par y su cuerpo empezó a moverse, queriendo huir de allí.

—No te vas a ningún sitio —dijo Samuel, negando al mismo tiempo con la cabeza—. Esto me resulta divertido, así que no te dejaré ir.

Otra vez la maldita llama, se decía el chico que estaba siendo torturado por aquellos hijos de puta. Quiero que todo esto pase rápido.

Pero de nada le serviría eso. Pasara rápido o no, ellos iban a estar tras él hasta que se cansaran y decidieran matarlo.

Aunque, ¿qué más daba? Iba a morir igualmente, ¿no?

Pero claro, esos hombres se lo iban a hacer pasar mal. Y su muerte sería muy diferente a cómo tendría que ser.

Sin darse cuenta se había puesto a pensar sobre eso y no estuvo atento al momento en el que su cuerpo estaba siendo quemado de nuevo.

Casi llegó a los tres segundos, pero antes de eso, Samuel lo había empujado hacia atrás hasta dejarlo caer al suelo.

Había mordido su mano, al intentar reprimir el dolor y eso no le había gustado un pelo al castaño.

Unos cuantos habían visto cómo el chico había caído de espaldas al suelo, pero todos ellos fingieron que no había pasado nada. Al fin y al cabo, sólo se meterían en problemas.

—¿Qué coño crees que haces? —Samuel intentaba no levantar la voz, pero estaba, realmente, furioso— ¿Me has mordido? —preguntó, poniéndose en pie, aunque era evidente la respuesta.

Guillermo Díaz lo miró con una mezcla entre miedo y odio en su rostro.

Claro que lo había hecho. Y no era algo para reprocharle, cuando le habían estado quemando.

—Respóndeme, pedazo de mierda, o te mato aquí mismo. Y me da igual que nos vean.

—S-sí, lo he hecho. Era gritar o morder algo.

—Algo —repitió lo que había salido de los labios del contrario—. ¿Crees que soy algo?

Creo que eres nadie, era lo que quería decir el más joven. Pero, evidentemente, no lo hizo.

—No es mi culpa. Ha sido un reflejo.

—Un reflejo, eh —Algo se le vino a la mente al mayor, en ese momento. Algo que le haría sentirse muy bien—. Pues los vas a necesitar mucho de aquí en adelante...

Tomás estaba inmerso en la escena, como si fuera la cosa más hermosa que había visto en su vida, claro que sin contar con los asesinatos que él había cometido. Eso era más que perfecto para el hombre.

—Lárgate de aquí, antes de que me arrepienta —articuló De Luque—. Y será mejor que mantengas la boca cerrada.

Guillermo no se lo pensó dos veces y se levantó a tropezones, para salir corriendo de allí.

Samuel se sentó en su sitio, y empezó a comer en silencio. Sus compañeros hicieron lo mismo, y por un buen rato ninguno de ellos dijo nada.

Notaban que su amigo necesitaba un momento para calmarse. Y eso requería su tiempo.

Cuando todos terminaron de comer, la voz de Percy se hizo presente.

—¿Qué le haremos la próxima vez a ese imbécil?

—Eso déjamelo a mí —respondió Samuel—. Tengo algo en mente.

Tomás dibujó la sonrisa más sincera del mundo en sus labios.

Su amigo se le parecía mucho en estos momentos, y aquello le gustaba sobremanera.

Minutos después, cada uno estaba de nuevo en su celda, cada cual pensando en lo que había sucedido hacía un instante.

Unos querían venganza, otros muerte, otros simplemente diversión, mientras que otros sólo querían pasar desapercibido en aquel lugar...

Prisioneros [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora