Capítulo V

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En ese momento unas alarmas comenzaron a sonar, y seguían oyéndose ruidos muy fuertes, de pronto saltaron las luces de emergencia y todas las puertas se sellaron. Comencé a ver pasar a guardias corriendo por los pasillos poco antes de escuchar horrorizado disparos y gritos desgarradores de no sabría decir quien.

En medio de todo aquel caos de pronto sentí un golpe contra la puerta de la sala en la que me encontraba que me hizo saltar del susto, ya que tenía ya el miedo metido en el cuerpo por la situación en la que estaba, encerrado en una habitación, oyendo disparos, golpes y gritos; mientras no podía ver nada. Me di la vuelta y vi el cristal de la puerta resquebrajado y teñido por el rojo intenso de la sangre de lo que quiera que golpease la puerta.

Yo observaba atemorizado y sin poder moverme cuando de pronto vi la peluda cabeza de un lobo asomar la cabeza, mostrando sus afilados dientes y ahora rojos y goteando sangre posiblemente del lo que quiera que golpease la puerta, pero que ahora ya me hacía una idea.

Me miraba fijamente cuando, de pronto, la puerta cayó de un golpe y pude ver que era enorme, peludo, con unas garras muy afiladas y con una sonrisa en su cara.

- ¿ Quieres jugar ? - Dijo con una voz muy distorsionada y en un tono perverso que me hizo estremecer hasta los huesos.

Entonces me cogió por el cuello contra la pared, mientras con la otra mano cogía una de las inyecciones que el Dr. Nigel había usado con los sujetos. Y acercándomela me dijo:

- Vamos a divertirnos un poco jajaja. - Mientras él seguía con esa sonrisa perversa.

Entonces me introdujo lentamente la aguja y me introdujo aquel extraño líquido de una sola vez. Aquel líquido comenzó a correr por mis venas a la vez que hacía que se hincharán como si fueran a estallar, y mi sangre me quemase por dentro como si de fuego se tratase. Empecé a agonizar por el dolor que en mi sentía y el que no podía parar, mientras observaba como aquella bestia, causante de todo aquel dolor en mi, se reía y aunque no podía oírlo por mis desgarradores gritos, sabía que era una risa malévola y macabra por la expresión de su cara, de felicidad en el sufrimiento de los demás, con ese brillo en los ojos, que pronto perdí de vista al desmallarme.

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