Bitácora I

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En ese instante desperté, de aquel sueño apacible y violeta como el encanto de los lirios, más hermoso que mil amaneceres en tus brazos, un sonido armonizaba mis oídos, ¡No, no era un sueño!, fue real, las dianas que aún eran mis latidos, por la sangre recorrían en torrentes de ilusión, ¡Sí, eran ellos!, ellos, legiones de ángeles que anunciaban su gloria.
Pero, ¿es verdad?, tal vez la locura que otros llaman cordura -religión- confunde a mi corazón. Me quedé pensando, cuánta literatura, novelas, ciencia ficción; nuevamente estaba soñando, volaba por el universo, me inspiraba la devoción; sabía que algún momento me encontraría con Dios. ¡Despierta!, me dijo un niño y me halaba el pantalón, ¡el susto de mi vida!, reaccioné, frente a mí estaba Dios, en la sonrisa cristalina del pequeño lazarillo, que daba luz a mi confusión, de las nubes, donde ilusionado diseñaba el nuevo mundo, de un solo grito, a la tierra me volvió; mientras reía y reía me miraba con amor, el mundo ¿quién lo dibujó? aún nada sabía, su inocencia era como el sol, intocable, tan inmensa y nadie le regaló, mirándole de lado, con un gesto interrogante le señalé con el dedo, sus ojos eran una ventana abierta invitándome al cielo, ¡inevitable el viaje! Como un imán gigante me arrastraba al centro del iris donde empezaba un nuevo sueño, suspiré, tal vez ahora de la mano del pequeño. De pronto cantó un gallo, nuevamente despierto, ¿por qué?, si aún no te he negado tres veces, coincidencia, me saludaba don Pedro, aunque sus manos grotescas tenían la huella del arado, a la distancia parecían palomas blancas agitando sus alas; muy propia de don Pedro la alegre manera de saludar, seguro que toda su energía cargada para el trabajo es fruto del entusiasmo y voluntad, lleva la gratitud en su rostro, tiene prisa en su lento caminar, pero no le importa y se detiene, algo quiere conversar, pausadamente se acerca, se quita el sombrero, dejando besar al viento el paso del tiempo, que en su arrugada frente no puede ocultar; con voz grave como el ronquido de un jaguar y la firmeza de un militar asegura: ¡Hoy llueve porque llueve!, siempre es igual al cambio de la Luna.
¿Cómo está don Pedro? ¿Poco optimista a la hora de la verdad?, y ¿qué pasó con la fe?; con un gesto de incomodidad mueve la cabeza recogiendo sus hombros, mirando al horizonte; motivándole a la esperanza le dije: Todo está bien, don Pedro, cuando suena una trompeta no siempre significa que se anuncie algo.
Don Pedro: Nada es sin motivo, cuando llora un niño puede ser por hambre, cuando las nubes están negras va a llover y cuando suena el estómago... bueno, ya sabe, pero así es.
Aunque en su rostro pinta la seriedad de la edad, don Pedro siempre le roba una sonrisa a la vida y comparte su alegría, cambia de color el día, es único a la hora de bromear.
Don Pedro: Bueno, solo quería darle mi saludo y si de repente no nos vemos, desearle una feliz Navidad; no también tengo nada más que estas callosas manos para estrechar la suya, pero mi corazón está joven, lleno de deseos para que se realicen todos sus sueños, y por ello voy a rezar.
Pude ver los ojos de don Pedro cómo se mojaban de entusiasmo, con un brillo de absoluta transparencia, iluminado de verdad, una luz fulguraba en su pecho, un abrazo rebosado por destellos de emoción me quemaba como una hoguera y mi espíritu purificaba; un nudo en mi garganta no me permitía decir nada, no hacían falta palabras, todo estaba en mi cara, una expresión entre alegría y lágrimas le decía gracias; ¡qué más!, ¡qué regalo más grande me puede dar la vida que el amor de los demás!, y te he buscado en cada cosa, en el cielo, en la tierra, en el mar y estabas tan cerca, aquí en...
Dios, tengo que viajar y aún no organizo mis maletas, tampoco sé el lugar. Iré tras las mariposas, no me importa cuánto tiempo, su belleza, su silencio, dónde tienen su hogar, el vuelo es sobre las flores, ahí empieza su reino, sin preguntas, sin respuestas, solo volar y volar en la simpleza de su esencia, disfrutando tu presencia sé que puedo seguro caminar, donde no existen los sabios y ensordece el silencio, en la magia del encuentro con un mordisco de verdad.
Mi viaje lo emprendí de niño, sin escoger el camino, me hablaron de un destino, que todo escrito está, que Dios lo sabe todo, que estoy hecho de lodo, y que existe el lugar, jamás entrará al olvido, para el rico, el mendigo, la invitación hecha está. En un tangible recuerdo, visualizo una montaña, mi niñez, al maestro (José María Vargas) un libro frente a sus pestañas que ojeaba sin parar, le pregunté: ¿Desde la cima puedo tocar el cielo?, con candidez me dio un gran consuelo, y quizás el motivó el anzuelo para salir a pescar: ¡tal vez tú, tal vez tú!
Desde entonces me pregunto: ¿Cómo llegar al cielo?
Con un poco de entusiasmo al máximo de lo ingenuo, siendo como el más pequeño, he oído predicar. La realidad es una pesadilla en el desierto, vivir soñando despierto que te puedo alcanzar.
¿En qué piensas? Nada, sólo me perdí un momento

Bitácora Preludio Al Sonido De La Última TrompetaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora