LA RUEDA DEL TIEMPO
Volumen 13
Nuevas alianzas
«Quien acuda a cenar con los poderosos
habrá de subir por el camino de dagas.»
Anotación anónima redactada en el margen de un manuscrito
histórico (presumiblemente de la época de Artur Hawkwing)
sobre los últimos días de los Cónclaves Tovanos
«En las altas esferas,
todos los caminos están pavimentados con dagas.»
Antiguo proverbio seanchan
CAPÍTULO
1
Más fuerte que la ley escrita
En medio de la fría oscuridad de la noche, Egwene se despertó aturdida por unos
sueños agitados e inquietantes, aún más perturbadores porque no los recordaba. Estaban
siempre abiertos a ella, tan claros como palabras impresas en una hoja, pero esta vez
habían sido confusos y aterradores. Tenía muchos de esos sueños últimamente, y salía
de ellos deseando correr, escapar, incapaz de recordar de qué pero siempre intranquila,
siempre temblorosa. Por lo menos no le dolía la cabeza. Por lo menos se acordaba de
otros sueños que sabía que eran importantes, si bien era incapaz de interpretarlos: Rand
llevando diferentes máscaras, hasta que de repente una de ellas dejaba de ser una careta
y era su verdadero rostro; Perrin y un gitano abriéndose paso frenéticamente a golpe de
espada y de hacha a través de zarzas, ignorantes del precipicio que se abría un poco más
adelante. Y las zarzas chillaban con voces humanas que ellos no percibían; Mat,
pesando en una balanza gigantesca a dos Aes Sedai, y de su decisión dependía...
Egwene no sabía qué; algo inmenso, tal vez el mundo. Había tenido otros, casi todos
teñidos de sufrimiento. Recientemente, todos sus sueños sobre Mat eran vagos y llenos
de dolor, como sombras arrojadas por pesadillas, casi como si el propio Mat no fuese
real. Aquello la hacía temer por él, abandonado en Ebou Dar, y le producía una gran
congoja haberlo enviado allí, por no mencionar al pobre Thom Merrilin. Sin embargo,
los sueños que no recordaba eran peores, de eso no le cabía duda.
El sonido de voces susurrantes que discutían la había despertado; la luna llena
seguía brillando en lo alto, arrojando luz suficiente para distinguir a dos mujeres
encaradas a la puerta de la tienda.
—A la pobre le duele la cabeza todo el día, y apenas descansa por la noche —
susurraba ferozmente Halima, puesta en jarras—. Déjalo para mañana.
—No tengo intención de discutir contigo. —La voz de Siuan era puro hielo. La
mujer se echó la capa hacia atrás con la mano enguantada, como preparándose a pelear.