Capítulo veinticinco

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En toda la semana el doctor Hale me prohibió ir a la escuela ya que tanto tiempo bajo la lluvia fría y el viento había hecho que me enferme. Ya el lunes podría volver a mi rutina normal pero debería cuidarme del frío si no quería enfermarme de otra cosa peor que una simple gripe. Sumado a eso, había sufrido un desmayo anteriormente debido a las bajas defensas en mi sistema.
Jason no dejó de perseguirme todo el día, no entendía que ya estaba bien, que no necesitaba que me estén ayudando con las cosas ni sosteniéndome si me mareo. Pero no pudo ayudarme cuando lo volví a ver. Estaba parado frente a mi camioneta esperándome para vaya saber uno qué. Tenía su rostro serio y duro como el mármol, así como lo conocí. Sentí miedo, angustia, enojo, un revuelo de emociones inundaba mi corazón. Luego una gran calma, calma que no podía explicar.
Miré a mi alrededor y vi a los perfectos hermanos de Ian apoyados en una flamante Ferrari roja. Uno de ellos, Jasper, me miraba fijamente y luego miraba a Jason. Decidí no darle importancia a ninguno de los dos, ni a Jason ni a Jasper.
- Vámonos, no tienes por qué hablar con él – dijo Jason al verlo. 
- Sí tengo – caminé hasta mi camioneta mirándolo seria y fijamente – ¿Necesitas algo? 
- Hablar contigo un momento – su rostro estaba igual de serio como siempre, pero aún así había calma en el aire.
- ¿De qué? Creo que no tenemos nada de qué hablar. 
- Yo creo que sí. ¿Caminamos? – dijo caminando hacia mí. Hizo un gesto hacia sus hermanos y estos se subieron a la Ferrari que conduciría Rosalie. Se marcharon en menos de un minuto.
- No. Si quieres hablar, habla ahora. 
- De acuerdo – hizo una pausa –. No quise dejarte sola, sólo quería que salgamos de ese lugar. De noche es muy peligroso. No sé qué se te cruzó por la cabeza para querer quedarte allí. Cuando me di cuenta que no estabas conmigo ya había cruzado todo el bosque y vi que Jason te traía en sus brazos. Me sentí la peor persona del mundo, si es que soy una persona – mi corazón empezó a latir más rápido. ¡Al diablo con todo! No podía olvidarlo, no quería olvidarlo. Sé muy bien que no me hace bien, pero cuando me habla o me mira, siento algo raro dentro de mí, algo inexplicable. La calma había desaparecido –. Lo único que me queda es pedirte perdón. 
- No fue tu culpa, yo decidí quedarme y correr todos los riesgos que implicaba hacerlo. Sentí que no tenía fuerzas para seguir caminando, además corrías prácticamente. Me senté a ver la puesta del sol y perdí la razón del tiempo, perdí la conciencia, perdí el control sobre mi cuerpo. Sentí que me moría casi.
- Me haces sentir peor con lo que me estás diciendo – cerró los ojos con fuerza y volvió a hablar –. Hay una sola manera de que esto no vuelva a pasar. 
- ¿Cuál? – dije asustada. A todo esto, me había olvidado de que Jason estaba detrás de mí, mirando con odio a Ian.
- Que desaparezca de tu vida – sentí una opresión en el pecho, angustia le llamaban algunos. Mis ojos se llenaron de lágrimas a punto de salir de ellos. Sus ojos también se inundaron en lágrimas. Creo que eso fue lo peor que pude haber visto. Nunca imaginé ver a un hombre llorar por algo, menos por mí. 
- No quiero que desaparezcas – dije tratando de contenerme. Me acerqué a él para tener más cerca sus hermosos ojos empañados.
- Es lo mejor para ti. Desde que me conociste creo que tu vida cambió. No puedo permitirme seguir haciéndote daño. 
- ¿Sabes que lo que menos haces es hacerme daño? – algunas lágrimas ya rodaban por mis mejillas. 
- No neguemos la realidad, Em. 
- Emily debemos irnos – interrumpió Jason. Claramente, nadie lo escuchó. 
- ¿De qué realidad me hablas? Estás muy equivocado si crees que conoces mi realidad, mi vida, mi historia. 
- Te conozco más de lo que crees. 
- Emily, tenemos que irnos ahora – volvió a interrumpir Jason, impaciente, tomándome del brazo con fuerza. 
- Si de verdad me conocerías, sabrías que yéndote, desapareciendo, no solucionarías nada. No cambiarías nada. Lo arruinarías todo – liberé mi brazo de Jason y lo miré con ira.
Caminé hacia mi camioneta y subí en ella. La arranqué sin escuchar lo que Jason me decía, no me interesaba nada en este momento. Quería llegar a mi casa y encerrarme en mi cuarto. ¿Quién era él para decir que me conocía más de lo que yo creía? ¿Quién era él para decir que yéndose solucionaría mi vida? En estos momentos deseaba tanto perderme, no encontrar mi casa, manejar hasta quién sabe dónde. 
Llegué a casa y ahí estaba él. ¿Cómo llegó más rápido que yo? No lo vi pasar por mi lado en la carretera. 
- ¿Esta es tu manera de desaparecer de mi vida? – dije cuando bajé de mi camioneta. 
- Esta es mi manera de que podamos terminar bien nuestra conversación sin que Jason nos interrumpa. 
- No hay nada más que hablar, Ian. ¿Qué más quieres decir? ¿Pedirme perdón por algo que no hiciste otra vez? ¿Hacer un discurso enorme diciendo todo lo que sientes? ¿Toda la culpa que hay en tu interior? ¿Qué quieres Ian? Ya has dicho todo – las lágrimas caían por mi rostro cual lluvia de otoño –. Si quieres desaparecer, hazlo de una vez. Pero no me molestes más, Ian. Déjame en paz, ya he sufrido suficiente en mi vida como para soportar que alguien más quiera cuidarme de manera erronea.

Ian no me contestaba y eso me ponía peor. Más desesperada, más angustiada. Necesitaba una respuesta, una palabra, algo que me diera una mínima esperanza de que se quedaría conmigo, de que no me fallaría ni me dejaría sola.
Pero en cambio solo tuve su mirada. En ella había tristeza, estaba segura de eso. Quizás no encontraba las palabras justas, quizás necesitaba más tiempo para pensar en una respuesta que no me hiciera mal. Pero su silencio era más fuerte que su mirada, su rostro desencajado. No podía más con esta situación.

La oveja y el leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora