La figura de Sama se deslizó rápidamente por el pasillo blanco. Un pasillo de marfil reluciente por el que pasaba cada mañana, desde hace unos siglos.
Mientras sus pies rozaban el delicado piso, su mente seleccionada cual excusa, de su largo repertorio, usaría esa vez. Se maldijo interiormente por no encontrar la apropiada.
Su melena roja domada en una cola de caballo, su mirada metálica, y su porte erguido, sus pantalones negros, su camisa gris y su chaqueta de cuero oscura;de toda ella emanaba un aire de seguridad y soberbia que combinaba a la perfección con su aspecto general.
Pronto llegó al final del pasillo. A una puerta blanca que parecía ser de perlas genuinas. Se detuvo un momento y dio una mordida a la jugosa manzana que tenía en su mano. Abrió la puerta. Su mirada de plata dio un paseo por la habitación y pronto se topó con el azul de un par de ojos que le miraron con desdén. El hombre era rubio, de apariencia delicada. Y se hubiese visto más apuesto de no ser por la mueca de disgusto que se apoderaba de su cara.
—¿Qué será esta vez, Sama? —cuestionó Eros . Sama le miró de reojo y sonrió.
—Nada que no hayas escuchado antes —repuso sin perder la sonrisa.
Eros bufo. Sama miró en derredor una vez más. El bello salón de marfil ya estaba llenó. Todo el consejo era muy puntual, algo que ella no compartía. Inspeccionó con cuidado a cada uno de los allí presentes, escrutando sus pensamientos.
Al parecer a esa morena no le agradaba. Y ese paliducho pensaba que era una irresponsable. Pero ese castaño, había algo en él. En su miraba se notaba la preocupación exagerada que sentía por ella.
Sama le sonrió abiertamente, él, por el contrario, le dedicó una sonrisa nerviosa y una mirada repleta de ansiedad.
—¿Me estás escuchando, Sama? —el ángel se enfureció.
—Desde luego que no —aseguró sin prestar atención a las muecas de Eros — ¿desde cuándo te presto atención?
Los murmullos se hicieron oír, como la última vez. Sin embargo, más fuertes. Eros fulmino a todos en la sala para luego volverse a la pelirroja.
—Un día, es todo lo que pido. No me interesa como te comportes el resto del tiempo, pero hoy justamente, necesito que no me... —el ángel hizo una pequeña pausa —Te imploro, no, te exijo respeto. Yo soy cupido.
—Y yo también —bufo sonriente —. Y todos en este jodido lugar.
—Me refiero... Yo soy Eros . El gran Eros.
Sama arrugó la cara por un instante.
—Eso me queda claro. Aquí, tu eres quien lleva los pañales bien puestos. No digo que no.
Una carcajada armoniosa llenó la habitación. Todos los presentes sucumbieron ante la ironía de aquel comentario. Todos menos el hombre de la túnica blanca.
Eros llenó sus pulmones de aire y gruño. Un gruñido sonoro, impropio de una criatura de semejante belleza.
El salón quedó de nuevo en silencio. Eros se giró para encarar a Sama. Se acerco a su rostro como si le fuese a confesar un secreto.
—Hay algo mal en ti —susurró, sabiendo lo que causaría —Que gran equivocación. Que gran decepción.
Aquellas palabras hirieron el alma de la chica, como cada vez que las oía ; y como cada vez, se limitó a apretar una sonrisa y mascullar:
—Lo sé. Pero es defecto del fabricante.
Giró sobre sus talones que caminó a su lugar. Su lugar al lado de Haslin, el castaño.
Todo rastro de confianza abandono su cara. Se dejó caer de una vez en el asiento que le correspondía. Fijó su mirada en el hermoso hombre que a partir de ese momento le olvidó. El hombre que le creó. El hombre al que más odiaba y quién más rechazo le brindaba. El gran cupido. El magnífico Eros.
Su discurso pasó demasiado lento. Sin embargo, no perdía el tono arrogante que siempre había poseído. A Sama eso le asqueaba. El modo frío con el que se refería a todo el asunto. De todos, ella era quien más roze con los mortales había tenido; no le agradaban, pero sabia bien lo que sentían aquellos que estaban del otro lado del juego. Era asqueroso verle. Era decepcionante saber que ella era, de alguna manera, semejante a ese demonio de alas blancas.
Haslin, quien desde hace uno o dos siglos era su amigo, contemplaba el ensimismamiento de la pelirroja. Le miraba fijó. Como si de no ponerle atención toda ella fuera a desmoronarse. No era nuevo para nadie que el la quería. De una manera o de otra, le quería y mucho.
Casi ni siquiera podía recordar como era su vida antes se acercarse a Sama. Esos días en los que le miraba como toda una rebelde. Esos tediosos días en los que le dedicaba más respetó a Eros. Sus primeros días de vida. Cuando el miedo era lo único que conocía.
—... Pueden irse ya. Más les vale no decepciomarme, hijos míos —advirtió el hombre rubio de túnica blanca.
Sama se apresuró a salir. Haslin le siguió. Caminaron por el pasillo en silencio y con paso apresurado. Haslin miraba a Sama. Sama miraba a la nada.
—Hoy es un hermoso día, ¿no lo crees? —dijo. Observó como la cara de Sama se desfiguraba en una mueca de asco.
—No. Ni lo intentes cabron, no voy a caer. No estoy de humor.
—Se que te dolió lo que...
—No sabes nada —cortó fría.
—Que tu padre te rechaze es...
—Eros no es mi padre.
—Yo se que...
—Basta, Haslin —pidió deteniéndose por unos instantes.
Avanzaron en silencio por unos minutos hasta llegar a un ascensor blanco.
—¿Quieres un café antes de empezar?
La sonrisa de Sama se enganchó de apoco: —Si tu invitas.—¿Y cuándo has pagado tú?
—¿No tienes miedo de lo qué Eros pueda...?
—No lo sabrá —le guiño.
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—¡Maldita la hora en que...! —Ladro Eros.
Lowell le miraba estático desde la puerta. Verle molestó era de los pocos placeres que le satisfacción de sobremanera. Un placer que debía atribuirle a su hermana.
—Calma, mi señor.
—No es necesario ponerte de ese modo, Eros —La voz de Gab surgió de repente.
—¿La habéis visto? —gruño en dirección a ambos —¿Qué no han notado ese tono?
—No se de que te sorprendes —Apunto Gab. Movió sus ojos grises hacia Eros —Ella siempre ha sido así, y en parte es tu culpa.
—¿Mi culpa? —se escandalizo el rubio —Ella pone en duda autoridad, se comporta como una estúpida niña ¿pero es mi culpa? No digas estupideces, Gab.
—Sabés bien a lo que refiero. Ella, yo y Lowell somos creación tuya. No hay nada en nosotros que no halla en ti.
—Aún así —intervino Lowell —, Sama debería mostrar más respeto ante su creador, ¿no es así? —inquirió en dirección a Eros.
—Lo es —confirmo el ángel —, pero de todo modos no es de la incumbencia de ninguno. Ya me las veré con esa... pequeñaja. Pero hay algo más importante ahora.
—Hmmm —Gab se dio un paseo por la habitación —¿Qué tan importante?
—Hazte una idea. Les estoy pidiendo que vallan conmigo.