Cuando le conocí tenía 5.000 seguidores en Instagram y unos ojos perfectos
Inmediatamente quise formar parte de su vida.
Por entonces él tenía 18 años. Era un surfista mediocre que malvivía en Hawai. Pasaba los mañanas surfeando y las noches de fiesta. Su vida era una sucesión de olas y daiquiris. Todos sus amigos eran guapos y no parecía necesitar dinero. Su única nómina eran los likes de sus seguidores en Instagram.
Esa noche dormimos juntos en mi hotel. Le pregunté si solía acostarse con hombres tan mayores. Se rió y no dijo nada.
Volví a California. Y cada noche, cuando volvía conduciendo a casa, las palmeras me recordaban su cabello alborotado. A su lado me sentía insignificante. Tenía 87 seguidores.
Tres semanas después, le escribí un DM. "Hola Mark. Espero que te acuerdes de mí. Aunque entendería que no lo hicieses. Te escribo porque llevo días dándole vueltas a una idea. Creo que podría convertirte en una estrella. Solo necesitamos Instagram. Créeme. Llevo 25 años trabajando en la industria del entretenimiento y sé algunas cosas de cómo funciona esto. Ven a visitarme a Los Angeles y tendré un plan desarrollado. Lo veo muy claro. Esto podría cambiar tu vida. Espero tu respuesta".
A los dos días, Mark cogía un avión.
No. No era una estrategia para volver a verle. Bueno, sí. Pero no solo. Creía honestamente todo lo que le había dicho. En aquel tiempo, Instagram empezaba a convertirse en una fuente de negocio. La fábrica de sueños ya no era Hollywood. Ahora todo el mundo la llevaba en el bolsillo. Alguien con su magnetismo y estilo de vida podía ser una mina. Si a mí, un ejecutivo forrado que vivía en Beverly Hills, me daba envidia, el efecto que podía provocar sobre la gente mediocre sería devastador. Y no hay nada más valioso en Instagram que dar envidia.
Pero colgando fotos del océano no iba a llegar a ninguna parte. Había que construir un personaje.
Cuando Mark entró en mi oficina, Bambam ya estaba ahí. Dios, cómo lo odiaba. Era el hijo de un ejecutivo discográfico con el que había trabajado hace años. el típico niñato de Beverly Hills obsesionado con la fama. Pero cuando su padre me dijo que se había aficionado al surf, supe que la necesitaba. Y cuando vi el modo en que miraba a Mark, supe que había acertado.
Les conté el plan. Iban a fingir que eran pareja. Iban a viajar por el mundo de paraíso en paraíso. Harían surf, se tirarían en paracaídas y nadarían con tiburones. Y lo harían junto a dos personas que lo documentarían todo. Fotos para Instagram. Vídeos para YouTube. Montajes para Vine. Les iban a enseñar al mundo lo que era una vida perfecta. Durante medio año me ocuparía de todos los gastos. A partir de entonces calculaba que ya podríamos estar generando los suficientes ingresos publicitarios para que el proyecto fuese autosuficiente. Cuando hubiese beneficios, iríamos al 33% por ciento.
A las pocas semanas, ambos ya habían ganado decenas de miles de seguidores.
La química entre ambos era perfecta.
Algunas webs empezaron a dedicarles artículos. Hablaban de un "cuento de hadas".
Pero yo sabía que eso era imposible.
Cada vez que Mark volvía a Los Angeles, pasábamos un fin de semana en mi casa de Malibú. Fumábamos hierba. Bebíamos tequila. Follábamos.
Y a veces a mí me entraban ataques de celos. Y le preguntaba sobre las fotos que subía con Bambam en la cama. Y él me decía que eran las que más likes tenían. Y yo bromeaba diciéndole que me obligaría a hacerle unfollow. Y él se reía.
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INSTAGRAM•one shot•
Short StoryHace unos días, algunas publicaciones digitales aludían a mark y bambam como la gran pareja de Instagram. Su mérito era documentar sus viajes por el mundo. Gracias a ello, habían convocado a decenas de miles de seguidores. Lo que sigue es un ejercic...