"Amén"

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Una vez más, un día más, Uth se levantaba de su camastro con el sonido del despertador monitorizado.
Sin luz aun en el exterior, se vestía mecánicamente en las sombras de su pequeña casa medio derruida. Antes había sido algo como "cuarto de baño" o eso ponía el letrero de la habitación antes de quitarlo. No sabía que significaba esa palabra, a decir verdad, no creía que sus compañeros supieran decirle el significado de aquello. Quizás lo supiera aquellos Monjes, confinados en sus grandiosos búnkeres estudiando y recopilando información para ganar la guerra...o quizás no existieran...quién sabe, nadie los ha visto jamás.

Disuadió sus pensamientos con un "amén" y se terminó de vestir de uniforme, o lo que quedaba de él. Salió al exterior, la ciudad se extendía hacia el horizonte, o mejor dicho, las ruinas. Antes, hacía mucho, había sido la capital de su nación, donde según decía el periódico, había estado llena de vida y belleza, un triunfo de la ingeniería Kentasiana, nadie recordaba aquellos días, ni los más viejos, ocurrió en un tiempo muy anterior, y solo el periódico se hacía eco de las memorias de su nación, de su grandeza perdida por la guerra, la destrucción a manos de los Geliantes, sus eternos enemigos.

Hizo sus necesidades en un hoyo cavado por él hacía tiempo, fue hacia el río que pasaba cerca de su "hogar" y limpio sus manos en las verdes aguas. No imaginaba que el río debía de tener ese color, debía ser transparente, igual que el del agua que bebía en las botellas lanzadas en las cajas de suministros, pero a decir verdad, solo conocía ese río, y aunque verde, le parecía hermoso. Sabía que potable no era, había visto a criaturas feas y horrendas, acercarse a beber bajo la atenta mirada de Uth, y al cabo de minutos, caer sin emitir sonido alguno y dejar de respirar para siempre. Paradójicamente una especie de helechos violáceos crecía junto al él, bebiendo de sus aguas y creciendo a sus anchas sin ninguna competencia.

El paisaje que él conocía y el único que había visto, se resumía en una ciudad completamente en ruinas, además de un vasto río verdoso que cruzaba un enorme terreno yermo y arenoso que se perdía en el horizonte, o mejor dicho, en el frente enemigo, pues nadie sabía de las tierras que se extendían tras él. Según el periódico, los Geliantes habían conquistado y conservado la parte más bella y rica en recursos, donde había arboles por doquier, animales y ríos cristalinos que cruzaban sus tierras y las enriquecían. Ellos no comían cualquier comida enlatada como Uth y sus compañeros, Uth solo había visto árboles en fotos, al igual que los animales. Y no se refería a aquellas bestias sanguinarias que acampaban a sus anchas en todo el territorio y cazaban a los indefensos compañeros de Uth cuando dormían en sus desprotegidos hogares. Los llamaban "Cambis" en honor al primer hombre que murió bajo sus garras y colmillos. Se refería a animales bellos y hermosos, como las llamadas palomas, gorriones, ciervos, cerdos...y muchos otros tantos que Uth había memorizado con deleite.

Uth, y al igual que sus compañeros, los envidiaban. Muchos, la mayoría, los odiaba, aunque para Uth no había odio, pues consideraba que sus enemigos habían conseguido aquello con grandes victorias y grandes soldados, sino, no lo habrían logrado.
Lo que más envidiaba Uth, no era sus paisajes, sus comidas, ni sus animales, sino las mujeres.

Los Geliantes tenían el derecho de poseer una pareja, siempre que esta quiera, desde cualquier edad y en cualquier momento. Uth no había visto ninguna mujer, solo en fotos, en revistas de "desfogue" que le suministraban cada año. Solo se le permitían tener mujer cuando se jubilara. Y aquella mujer podría no querer engendrar hijos, puesto que los Monjes ya habrían fecundado a aquella mujer tantas veces como quisieran para preservar a la raza. Así pues, puede que Uth no tuviera hijos.
Era necesario, pensó, los Monjes eran los que poseían una genética superior a lo demás y gracias a ello, saldrían niños más fuertes y más sabios, solo así ganarían la guerra.

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