No me tenían paciencia. Por eso los maté. Supongo que nunca tuve mucha afinidad con la gente impaciente, y mucho menos con quienes usan el maltrato constantemente para subyugar a los demás. Siempre intente alejarme de esas personas. Pero es difícil saber cómo reaccionar cuando quienes practican esta forma tan indebida de trato humano son quienes, supuestamente, te han protegido toda tu corta vida. ¿Cuál es el sentido de protegerte si puertas adentro te insultan y te maltratan a gusto? Podía entender que fueran minusválidos e inseguros, y al principio tenía claro que solo eran palabras, y desde que supe que ellos no eran mis padres verdaderos, las palabras ya no eran algo que pudiera hacerle daño a mi corazón. Pero al final todo cambio. Y solo tengo una cosa que decir al respecto: no me arrepiento. Y si pudiera revivir el pasado mi decisión sería exactamente la misma.
Ellos fueron muy cariñosos conmigo desde que entre en sus vidas, pero como es lógico en algún momento comencé a preguntar por qué no era como ellos, por qué era tan diferente. Ellos tenían claridad en sus ojos, su apariencia irradiaba confianza y nadie jamás sospecharía de que ellos pudieran hacerle daño a ningún ser vivo. Su apariencia engañaba hasta al más observador y detallista. Yo en cambio, desde que tengo memoria sentí oscuridad en mi interior, en toda mi vida, hasta en lo oscuro de mi cabello, en lo profundo de mis ojos, todo en mi representaba rebeldía, mi forma de actuar, mi mente fría y calculadora, mi desconfianza hacia las demás personas, casi hacia todo el mundo, entre otras cosas. Cada vez que yo hablaba durante el almuerzo era motivo de bardos y discusiones bastante prolongadas, incluso hasta el atardecer, cuando me iba a la calle, todavía discutían por algo que mencione durante la comida. Siempre con la palabra justa, con la verdad, cada cosa que salía de mi boca les molestaba como si hubiera sacado a la luz su más oscuro secreto. En casa, así era mi vida. Por eso elegía la calle, por eso elegía una vida alternativa, una vida que ellos no conocían.
Fuera de casa no sabían nada de mí. No sabían que hacía, a donde iba, con quien estaba, no sabían que fumaba desde los catorce, cuando me entere que no eran mis padres biológicos; no sabían que había perdido mi virginidad mucho antes de lo que ellos creían, no sabían siquiera si tenía amigos o si vagaba solo, rodeado de todos los peligros de la noche hasta el amanecer. Tampoco les importaba mucho a qué hora regresaba, así que mis noches eran más largas que mis días. Y más felices al fin.
A veces intentaba quedarme en casa, pero jamás podía dormir. Siempre sentía sombras sobre mí, fantasmas, presencias extrañas con ojos juzgadores y voces que toda la noche se rían de mi y repetían; "el imbécil no sabe quién es, y nunca lo sabrá". Lo más triste era que posiblemente tenían razón. Estaba encerrado en un mundo que no era mío, en una vida insatisfactoria.
Con el tiempo deje el colegio y no tenía idea de que hacer. Aunque a ellos no les importo mucho. Conseguí trabajo en una parte de la ciudad que estaba bastante lejos de mi casa. Para mi desgracia, empezaron a aprovecharse de mis ganancias y me hacían pagar cosas que ni siquiera me correspondían. Solía faltarme el dinero del día si lo dejaba a la vista, así que deje de hacerlo, y lo escondía donde solo yo supiera. Por ende se ofendieron y se enojaron conmigo, poniéndome infames amenazas y maldiciones, que terminaron por suprimir aquello que me quedaba de rebeldía.
Por un tiempo, comencé a tenerles miedo. Mi mente maquinaba de una forma impresionante, tanto que me hacía pensar que tal vez sus amenazas fueran reales, que en algún momento iba suceder una tragedia que no olvidaría. Y como los hechos ocurren por predisposición de todas las partes participantes, la violencia comenzó a ser cada vez más prolongada y especifica. De un momento al otro, comenzaron los golpes, y en más de una discusión no pude evitar contestar, con lo cual me gane repetidos castigos a veces muy dolorosos. Siempre pensaba que algún día comenzaría mi revolución, pero ese momento nunca llegaba. Me dejaba sodomizar cada vez más y sus intenciones no eran otras más que aprovecharse de mí. Ya no podía soportar más vivir en esa situación. La rabia aumentaba, y el miedo disminuía.
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Identidad
HorrorUna historia inquietante pero real en muchas ocasiones, corta pero con un ritmo crudo y sin censura, que nos hará pensar en las cosas que se pueden aprender en la vida dando el ejemplo...