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Regresó al presente en contados segundos, sus ojos azules se agrandaron, sus labios se convirtieron en una mueca de desprecio y su ceño se arrugó en señal de enfado. Recordar siempre la hacía sentir impotente y le provocaba la urgente necesidad de matar. No supo decidir si aquello era bueno o malo, ya que por un lado era doloroso, pero por el otro podía ser muy placentero. Asesinar era un acto purificador, reconfortante y inusitadamente divertido.

Una sonrisa se formó en su rostro, soltó un silbido agudo como el de una serpiente a punto de acercarse a su presa, bajó la mirada hacia su víctima y trató de imaginarse que aquel era Dick. Su mente comenzó a trabajar y la imagen del hombre se desfiguró para ser reemplazada por la cara del demonio. Entrecerró los ojos, alzó la mano y lo abofeteó con fuerza. Dick Hill le devolvió la mirada, alzó las cejas con su típico aire de superioridad e hizo que lo golpeara una y otra vez. La cabeza del hombre se ladeó mientras se carcajeaba, sin inmutarse en lo más mínimo. Se burló de ella, soberbio y desdeñoso.

—¡Cállate! —gritó, histérica y se distanció del individuo—. ¡No sigas, detente!

Dick continuo riéndose, se dobló en la silla y sus ojos marrones la observaron con satisfacción. Se deleitaba al ver su reacción, disfrutaba con su desesperación y la escena del callejón descuidado casi volvía a repetirse de manera tan exacta que le daba miedo. La mujer chilló, se puso de rodillas y enterró el rostro en el medio de sus piernas para protegerse del diabólico hombre que se encontraba al frente suyo.

—¡Te odio! —vociferó, asustada—. ¡Cierra tu maldita boca de una vez!

—¿Por qué tendría que hacerlo? —Escuchó que le respondía.

La fémina emergió de su precario escondite, no podía creer que aquel ser fuera tan perverso de no reconocer ninguno de sus repulsivos actos.

—Lo debes hacer, porque si no te mataré —dijo.

—No puedes hacerlo, Layla —pronunció su nombre con una delicadeza admirable que le hizo sentir especial y como si fuera la única mujer en el mundo que le interesaba—. Me amas, nunca serás capaz de matarme. —Sonrió de lado, viéndose muy atractivo.

Ella retrocedió dando tumbos, parpadeó y se convirtió en un ser dócil. Dick era tan hermoso, perfecto y a la vez tan caballero. Lo amaba demasiado y justamente por eso no tenía la suficiente determinación como para asesinarlo. Él tenía razón, nunca podría hacerlo.

—¿Lo ves? —preguntó Dick, guiñándole el ojo y su sonrisa se incrementó hasta volverse casi una mueca socarrona—. También te amo, Layla —agregó y adoptó una expresión tierna.

La mujer entreabrió los labios, suspiró con deseo y lo contempló fascinada. Él era el ser más bello del planeta, asimismo era tan magnífico que le costaba poder mirarlo sin bajar la vista. Se acercó gateando, atontada y con las pupilas dilatadas.

—Ven querida mía. —La animó el hombre que lucía como un súper humano—. Reúnete conmigo, refúgiate en mi brazos que están ansiosos por recibirte y encuéntrate con mis labios que se hallan impacientes por probar tus besos impregnados de dulzura.

Ella obedeció al instante, se arrastró por la vieja madera y se detuvo cerca de los pies de Dick. Alzó la cabeza, lo miró deslumbrada y permaneció atenta. Entonces el hombre le ordenó en silencio a que se irguiera, ejerció una fuerza sobrenatural en el cuerpo de su amada e hizo que ella se levantara como si una finas cuerdas transparentes la controlaran.

—Bien así, Layla —susurró y sus ojos brillaron de una forma sospechosa—. Te necesito, amor mío.

La fémina terminó de incorporarse, se aproximó con rapidez y se abalanzó sobre Dick. Se subió encima de su regazo, envolvió las piernas alrededor de su cintura y descansó el rostro sobre su hombro mientras lo abrazaba con gesto posesivo. Él era únicamente suyo, no pensaba compartirlo con nadie más, le pertenecía y por lo tanto era su dueña absoluta.

—Te amo —murmuró ella y se estiró para poder mordisquear el lóbulo izquierdo de su oreja—. Prométeme que no lo harás de nuevo y podré perdonarte. Dilo, dilo... —repitió en susurros y respiraciones agitadas—, tienes que hacerlo —agregó, perdiendo la paciencia.

Él se quedó en silencio, entretanto jadeaba debido al placer que recorría su cuerpo.

—Vamos, hazlo —presionó la mujer y comenzó a besar su mentón de manera ascendente—. Tú puedes, querido —incrustó los dientes en su piel y lo mordió con suavidad, él soltó un gemido de dolor y aquello la motivo más.

Ella bajó lentamente para acercarse a la base de su cuello como si fuera un vampiro sediento de sangre, lloriqueó de anhelo y pasó la lengua por sus labios hinchados que clamaban ser utilizados para satisfacer a su amante. De pronto, creó un sendero de besos hasta llegar a su meta y se quedó ahí, suspirando contra la piel caliente y deleitándose con el olor a sudor que emanaba de los poros del hombre. Clavó sus manos en los hombros varoniles y los usó para levantarse, echó su largo cabello hacia atrás y este se desplegó creando una imagen digna de admiración. Lo miró de forma sensual, alzó uno de sus dedos para acariciar la comisura de la boca de Dick y lo pellizcó con diversión. Él se quedó embobado y no emitió ni una sola palabra. Entonces ella se inclinó, sin dejar de observarlo directamente a los ojos, y colocó ambas manos en las mejillas de su amado para depositar un plácido beso en sus labios. El cual dejó de ser apacible cuando ambas bocas entraron en contacto, ya que se sumergieron en un frenesí de pasión y lujuria. 

La mujer intensificó su beso, él jadeó y por más que no tenía los brazos libres para rodearla, se las ingenió para hacer que su amante se acerque. Ambos suspiraron al mismo tiempo, se internaron en un mundo paralelo, especial y único. Sus demás sentidos se embotaron a excepción del tacto que alcanzó su máximo esplendor, asimismo olvidaron que uno de ellos se hallaba cautivo y que el otro era su celador. No les importó que una fuera la víctima y el segundo el asesino, aunque quizás la verdadera pregunta era: ¿Quién era quién?

Al parecer, ellos tampoco sabían la respuesta y no tenían la menor idea de qué papel representaban en el juego. La mujer recorrió con sus largas uñas el perfil de su amado, arañó cuando debía y acarició cuando era necesario. Gimió contra su boca, respiró en sus labios y enredó su lengua con la de él, mientras tanto el hombre dejó que ella hiciera lo que quisiera con su cuerpo. Al fin y al cabo, él también estaba disfrutando y mucho más de lo que esperaba.

Layla aguardó a que su prometido realizara lo que siempre acostumbraba hacer, sin embargo él no cumplió con sus expectativas. Su dedo se detuvo en su abdomen y frenó a su uña que descendía imperiosa por encima de su camisa para darle una segunda oportunidad mientras continuaba besuqueándolo. No obstante, él no lo hizo. La mujer bufó con enfado, miró alrededor sin poder creérselo y saltó con rapidez fuera de su regazo. Nunca le había sucedido aquello, pues solo ella podía ordenar el principio y el final de la obra. Era su juego, su venganza, su diversión privada y nadie más se atrevería a tomar las riendas de la situación. No obstante, estaba allí siendo detenida. Chasqueó la lengua con disgusto, soltó un resoplido y gruñó. Él pagaría su atrevimiento, lo haría y se arrepentiría de causar lo que sea que estuviera provocando en su interior. No iba a dejar que una simple presa arruinara sus planes que con tanto empeño había logrado urdir.

Secretos de Luna llenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora