(En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre por desgracia me acuerdo, aunque no quiera decirlo; llegó a parar nuestro ilustre protagonista, el señor Esteban Quero de Pacotilla, un hombre de negocios respetado en la capital, de gran intelecto, estatura ligeramente baja, aunque lo compensa con cierta dosis de sobrepeso no tan moderado. Nuestro hombre se disponía a realizar la travesía Madrid-Alcorcón atajando por Murcia y Chicago y, cosas que pasan, se perdió, acabando en tan singular plaza).
ESTEBAN
¡Qué lugar tan pintoresco! No me suena de nada. Quizás debiera haber virado a diestra en el cruce con Osaka, y haber comido allí alguno de esos risottos tan famosos. ¡Qué pena! No me queda otra que preguntar a algún paisano; esto está donde Cristo perdió las alpargatas.
(Sigue andando y unos cien años luz más tarde, década arriba, década abajo, encuentra un cartel junto a una iglesia. Como todo hijo de vecino no analfabeto, se dispone a leerlo)
ESTEBAN
"Iglesia de las Santísimas Alpargatas Perdidas de Cristo; se ven pero no se tocan..." ¡Pshé! Lo que yo decía, donde Cristo perdió las alpargatas. Mi mujer me va a matar por llegar tarde a la cena de las ocho de la mañana. ¡No hay remedio!
(Sigue andando y desaparece de escena).
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Ancha es Castilla
Humor¡Ah, el campo castellano! ¡Qué porte, qué belleza incomprendida! La historia que nos lleva a tan ilustre lugar no es ni más ni menos que un absurdo encadenado para echar unas risas hasta el dolor de estómago. No le busquen sentido a esta obra, porqu...