Prólogo

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La imagen de mi recién difunto abuelo apareció de repente en mi cabeza en medio del funeral anunciando que el sentimiento de culpabilidad por su muerte nunca desaparecería de mí. Sabía que no había sido culpa mía, pero mi prima y yo fuimos las únicas que vimos cómo el abuelo moría por culpa de su enfermedad, y nosotras no hicimos nada por evitarlo. Jugábamos tranquilamente a las cartas y su tos resonaba por todo su piso cada minuto. Y fue uno de ellos, el último, el que terminó por arrebatarle la vida.

Las lágrimas descendían por mi rostro mientras mi tío dedicaba unas últimas palabras a su padre, quien en esos momentos estaría danzando por el aire como alma libre en la que se había convertido. Ni aun habiendo transcurrido tres horas después del funeral yo seguía sin desprenderme de mi tristeza.

Él era el único que comprendía lo que me pasaba, el único que encontraba una pequeña y sencilla solución que resultaba obvia para mis problemas más grandes y difíciles de resolver a mi modesto entender. Él era, al fin y al cabo, mi único amigo.

Durante una semana después de su muerte me pasaba los días viendo los álbumes de fotos que me había dejado junto a unos libros y a una pelotita blanda de la Tierra, una cosa demasiado insignificante para algunos pero el mayor de los tesoros para unos piratas como lo éramos mi abuelo y yo. Estaba algo desgastada ya por los años, pero la conservaba igualmente como el mejor motín de un pirata. Durante esa semana apenas comía y no salía de mi habitación ni siquiera por las noches, como si el hecho me hubiera dado una tregua para que me despejara un poco.

Hasta que, el martes, salí de mi habitación por primera vez en una semana y media y la rutina de siempre comenzó de nuevo. Aburrida por el día y perturbadora por las noches.

Motivos, desconocidos.

Corvum Nigrum [Electra #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora