-Señor, quisiera comentarle que este proceso puede doler un poco, y puede ser que deje secuelas en su vida sexual -le advirtió Angelina Merkel, la secretaria de Adolfo.
-Lo sé, vamos, hazlo ya.
-Lo que usted diga -y justo después le inyectó una sustancia verdosa en el pubis.
Hitlero abrió los ojos por primera vez después de que se desmayase del dolor, lo primero que vió es que tenia un bulto en el pantalón, se los bajó y apareció un palo fálico enorme del tamaño de su brazo. Lo que descubrió después es que estaba en la habitación de su casa y que tenia a mano su teléfono móvil en el cual había guardado el número de una cantidad asombrosa de mujeres que ofrecían servicios especiales. Adolfo siguió su procedimiento habitual: miró su reloj digital que marcaba las 11:37:05, buscó en su lista de contactos la número 113.705 y se bendijo a si mismo por comprar ese marcahoras ya que sabía que dentro de poco estaría con Evalisa Brauny, su favorita.
Adolfo Hitlero era hijo de un gran fabricante de prótesis de genitales masculinos, también era el único sucesor de la empresa del abuelo de su abuelo, Aloiso Hitlero, un veterano de la III Guerra Interestelar que perdió su pene en la batalla contra los penifácidos, una civilización inteligente situada a 34 años luz de la Tierra. Aloiso le tenia un odio especial a los penifácidos ya que gracias a ellos no pudo recobrar su vida sexual hasta 39 años después, que consiguió fabricar una pene artificial con células humanas.
Hitlero nació en un pueblo cerca de Berlín, la capital de la antigua República Federal de Alemania, aunque en ese momento no era más que una de las muchas metrópolis del Gran Reino de Alemania, que abarcaba desde los Pirineos hasta la sierra de los Cárpatos, tragándose también a la península de Jutlandia y una pequeña parte de los Alpes. Él tenia una relación especial con su abuelo, el inventor de un suero que cambiaba el tamaño del pene al gusto del afortunado que se lo introduciera, pero a cambio de un dolor enorme en proporción al cambio sufrido (ahora sabéis porque se desmayó), su abuelo le enseñó todo lo que tenia que saber sobre penes y vaginas, y gracias a él, Adolfo era bastante dichoso respecto al terreno sexual.
Estudió y se graduó en la Universidad de Eskisehir Osmangazi, una de las mejores en el programa de relaciones xenosapientes, en el que aprendían las costumbres culturales de cada civilización, los estudiantes podían elegir investigar a una especie de entre los veintidós planetas y sus colonias con más poder político y militar. Hitlero eligió a los penifácidos.
El padre de Hitlero era un gran jefe de la empresa de prótesis genitales que heredó, expandiéndolo así hasta el planeta Penifácido, en el que todos los habitantes masculinos tenian que vivir con la maldición de nunca tener una erección, y gracias a él, los más acaudalados penifácidos podían permitirse el lujo de comprarse unos genitales artificiales capaces de tener una erección cuando a ellos les apeteciera; así, Günther Hitlero se ganó una buena reputación y, si no fue el primero, fue uno de los humanos más respetados en el mundo penifácido, siendo esto muy díficil por el odio que se tenian entre los dos pueblos aún por todos los intentos de los cuerpos diplomáticos para restablecer la buena relación que hubieran seguido teniendo si no fuera por aquella metedura de pata provocado por el dueño de una librería.
Se podría decir que Günther tenia más contactos penifácidos que humanos, y vivió gran parte de su vida adulta en el planeta Penifácido, se llevaba tan bien con ellos que los de su propia espécie le rechazaban, él no entendia el porqué, pero no mucho después le arrebataron su virginidad anal.
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La flor de Kepler
PoetryCacaman es un superhéroe de baja categoría al que solo le envían a misiones nada agradables: limpiar retretes atascados de ancianos. Pero también es un héroe de guerra y un habilidoso electricista. Así que cuando nuestro planeta se prepara para la i...