El amor de mi vida.

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[Fecha de edición: 29/07/2017]

Hacía frío. Mucho.

El viento despeinaba sus cabellos, dándole un aire rebelde que lo favorecía en todos los sentidos. Estaba sentado sobre una fría y húmeda banquita de madera, mirando cómo las hojas secas bailaban de un lado a otro en el suelo frente a sus pies. La quietud de la madrugada lo relajaba de cierto modo. Ajustó sus gafas, cerró los ojos y llenó sus pulmones con ese aire fresco que la noche le estaba regalando. Se encontraba solo, sí, pero él no se sentía de esa manera. Había aprendido, desde pequeño, a sentir la soledad como un regalo, un espacio en el tiempo que era sólo para él y que nadie podía quitarle. Sonrió. Y lo hizo porque sintió ganas de hacerlo, así de simple. Miró la desierta calle, esa que se extendía frente a él, oscura y siniestra a la vez que hermosa y acogedora. Fijó su vista en el cielo vagamente nublado y pensó en él. Rubén. Otra sonrisa cruzó por su rostro, siendo sustituida poco después por un largo suspiro.

Rubén era el amor de su vida, no había espacio para dudas en aquella afirmación. Y Miguel Ángel lo sabía. Ese hombre, muchas veces niño; cabello castaño claro con destellos rubios al sol, ojos pequeños y redondeados -unas veces verdes y otras de un hermoso color miel-, nariz recta y mejillas poco abultadas que se volvían regordetas en ocasiones, delgado y de manos grandes. Divertido, desvergonzado, parlanchín y juguetón. Carácter difícil. Así era él y para Miguel Ángel era perfecto. De nuevo cerró los ojos y se permitió nadar tranquilamente en el extenso mar que representaban sus recuerdos.

-¿Recuerdas cuando te conocí?

Miguel giró para mirar al chico que se encontraba a su lado; parecía totalmente relajado, miraba en dirección del kiosco, ubicado al centro del pequeño y lindo parque en el que se encontraban, en el cual un par de jóvenes músicos se dedicaban a deleitar a los espectadores con diversas melodías. El sol comenzaba a esconderse en el horizonte y los potentes rayos que se filtraban por entre las ramas de los árboles contorneaban su perfil. Miguel sonrió y asintió rápidamente con la cabeza.

-¿Cómo olvidarlo?

Rubén no respondió pero eso no le molestó; el silencio que se había formado entre ellos era pacífico y tentadoramente acogedor. Miró a su alrededor; un grupo de niños disfrutaba creando gigantescas pompas de jabón, familias enteras caminaban por ahí, señalando de vez en cuando alguna cosa que fuera de su interés, algunos artistas llenaban los espacios con sus pinturas hechas al óleo y varios perros jugueteaban por ahí. Pero al chico de las gafas sólo le importaba la persona que estaba a su lado, aquella persona que temía tanto perder.

Miguel Ángel regresó en sí y miró su reloj. 1:20 am. Comenzaba a estar helado, sus múltiples abrigos ya no eran suficientes pero no podía irse de ahí. Y tampoco quería hacerlo. Miró de un lado de la calle hacia el otro mientras abrazaba su propio cuerpo, intentando mantener el calor. La calle seguía desierta. Cerró sus ojos por tercera vez, ahora apretándolos fuertemente; no quería pensar en otra cosa que no fuese Rubén, Rubén, Rubén. El primer contacto, el primer abrazo, los primeros sonrojos, la primera cita, la primera navidad que pasaron juntos, la primera pelea, los malos entendidos. Pero sobre todo, el amor; todo ese amor que nadie podría quitarles jamás. Su corazón comenzó a latir desbocado en su pecho: eran todas las sensaciones que Rubén le provocaba; esas y muchas otras. Se sonrojó al pensar en la primera vez que el castaño le había provocado deseo y en todas las ocasiones en las que se había imaginado estando con él a pesar de no haber tenido nunca contacto sexual entre ellos. Era increíble lo maravilloso que podía llegar a ser todo tratándose de él.

Fue turno de su móvil sacarlo ahora de sus pensamientos; una bella melodía emanó de la pequeña bocina del aparato. No pudo evitar sonreír tontamente; conocía esa tonada a la perfección. Le pertenecía a él, a Rubén, a ambos. Y era su favorita, además.

En mi corazón tú vivirás, desde hoy será y para siempre, amor. En mi corazón, no importa el qué dirán, dentro de mi estarás siempre...*

Miró atentamente el mensaje emergente en la pantalla de su móvil. Era él, por supuesto.

"Estoy llegando, cariño, no desesperes."

Pero Miguel no estaba desesperado. Estaba ansioso, nervioso, enamorado. Regresó el móvil a su bolsillo y se puso de pie, frotando sus manos entre sí y mirando insistentemente hacia ambos lados de la calle. Las pequeñas luces que se acercaban pronto se hicieron más grandes, hasta detenerse a su lado. Una melena castaña saltó del auto estrepitosamente. Y Miguel por fin lo vio, a su pequeño. Deshizo la distancia que los separaba y se lanzó a sus brazos, sediento de contacto, sediento de la deliciosa calidez que su cuerpo emanaba. Suspiró sobre su cuello, inhalando el aroma que por tanto tiempo había faltado en su vida y por último, lo besó. Fue un beso inocente que, poco a poco, se llenó de una pasión que los abrumó a ambos.

-Te amo.

Susurró, consciente de que su voz corría el riesgo de perderse entre el sonido de la noche pero seguro de que el chico frente a él lo escucharía.

-Yo también te amo.- Respondió Rubén, sintiendo repentinamente, que ya no habría nada de lo que pudiese dudar nunca más. Estaba con la persona con la que siempre había soñado estar, con la persona con la que siempre había querido estar.

Miguel apretujó su cuerpo contra el contrario, sin ganas de dejarlo escapar. No tenía ninguna intención posesiva. Sólo quería expresarle, con ese simple abrazo, lo que él sabía que no podría expresar con palabras. Porque nunca existirían palabras suficientes para expresar lo que sentía por él. Quería decirle que era todo lo que necesitaba para ser feliz, quería que supiera que, sin importar las circunstancias, nunca lo dejaría solo. Necesitaba demostrarle que era especial. Quería decirle todo, olvidar lo mucho que lo había extrañado y comenzar una vida juntos. Quería besarlo, abrazarlo, acariciarlo. Quería hacer el amor por primera vez. Lo quería todo y a la vez nada. Sabía que teniendo a Rubén a su lado nada podría ser malo. Y tenía muy clara una cosa.

Rubén era el amor de su vida, no había espacio para dudas en aquella afirmación.

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*Extracto de la canción En mi corazón vivirás de Phil Collins, publicada en 1999 para la película animada de Disney "Tarzán". Todos los derechos reservados© 

El amor de mi vida. |OS Rubelangel|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora