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Es una quemadura, había dicho aquel tío, como si Guillermo no supiera de qué se trataba.

Había vivido cómo se la provocaban hacía escasos minutos. No hacía falta que le dijeran lo que era.

—¿Quién ha sido? —vocalizó el hombre. Y esa era la pregunta que había estado temiendo en todo momento.

Quizás él hubiese podido chivarse, pero ¿por qué, al menos, no lo dejaban descansar unos días?

¿Tenían que estar detrás de él, continuamente?

Entre unos y otros no lo dejaban respirar.

—¿Cómo es posible que hayan podido provocarte una quemadura? ¿Cómo diablos ha pasado?

El chico tan sólo podía realizar movimientos minúsculos e involuntarios. No tenía la menor idea de qué debía hacer.

—Me las pagarás, escoria.

Fue lo único que pronunció el que vestía de azul, y al chico le dio la impresión de que mientras desaparecía de allí, estaba pensando en algo. Algo con lo que vengarse de él.

Se estremeció ante semejante pensamiento.

¿Qué podría ocurrírsele?

¿Otra paliza propinada por sus compañeros de trabajo? ¿Un interrogatorio en el que si no respondía lo que ellos creían correcto, habrían consecuencias? ¿O...?

Lo último que le vino en mente, fue algo, totalmente, diferente.

No, aquello no podían hacerlo.

Bueno... En realidad muchas cosas de las que hacen, no deberían hacerlas...

Deseaba con todo su ser que esa idea no se les viniera a la cabeza a ninguno de ellos.

Escuchó una leve risita, y creyó que había sido parte de su imaginación. Pero luego pudo comprobar que no era así.

—Muy bien hecho, chico —Era la voz de Samuel, y sonaba, horripilantemente, divertida—. Ni una palabra de lo ocurrido.

Mientras que Samuel hablaba sin tener una respuesta por parte de su enemigo, un grupo de carceleros mantenían una pequeña charla.

El hombre que había visto la quemadura en la piel blanca de Guillermo, Miguel, les había contado a los que también se encargaban de ese pasillo lo que acababa de presenciar.

—¿Y cómo han podido hacérsela? —preguntó Pierre, un policía con raíces francesas.

—No tengo la menor idea, pero tendremos que averiguarlo. —Miguel estaba furioso. Era normal, ya que en aquel lugar, la mayoría de los prisioneros se creían demasiado listos como para ser descubiertos.

—¿Se sabe quién ha sido?

El silencio se hizo entre los cuatro hombres que estaban allí.

—La última vez que a ese chico lo golpearon —Empezó a hablar el de raíces francesas—, fue en las duchas. Ya sabéis que hay alguien que se encarga de provocar peleas allí.

—Sí —respondió otro de ellos—. Creen que no tenemos ni idea, pero ya hemos conseguido algo de información.

—Pero aseguran no saber de quién se trata, lo cual me parece una gran mentira. —Al pronunciar aquello, el francés de llevó una mano a la cabeza. No le gustaba estar metido en algo así.

No soportaba que hubieran presos creyéndose los dueños del lugar.

—Habrá que sacarle la información por las malas —Había dicho Miguel, quién parecía estar deseándolo—. Así es como aprenden esa basura.

Los demás asintieron, menos el francés, quién no participaba nunca en algo así. Todo el mundo le decía que era demasiado bueno para trabajar en aquel sitio, pero él no era capaz de cometer semejante barbarie. Por lo cual, siempre se mantenía apartado de los actos crueles de sus compañeros.

—Sí, pero la última vez que le dimos una paliza al chico, no soltó nada.

En ese momento, la única persona que faltaba en esa reunión, apareció. Había oído lo último que habían dicho, y él sabía que podían hacer.

—Habláis de Guillermo, ¿verdad? —Dos de los que ahora lo estaban mirando, asintieron con la cabeza, dando paso a la idea que se había hecho visible en la mente del hombre, quién sonrió con maldad— Ese corderito odia al despiadado de Samuel... Y este lo odia aún más a él.

Varios rostros se iluminaron al oír las palabras del mayor de los presentes.

Si en vez de haber estado pensando tanto en hacérselas pagar al chico, y hubieran pensado un poquito, habrían podido avanzar en su investigación sobre ¿Quién mierda estaba acosando a Guillermo, provocándole daño físico? Incluso podrían resolver también la investigación de quién estaba matando, mientras pasaba desapercibido.

Pero sus mentes se habían nublado por completo, y sólo pensaban en la venganza. Les obsesionaba hacer saber que ellos mandaban allí, hasta tal punto que los volvía idiotas.

Pero Pierre, se había quedado pensativo cuando su veterano compañero pronunció esas palabras.

Samuel, se decía. Samuel.

Prisioneros [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora