Una última copa

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La ciudad de Madrid se extendía infinitamente bajo sus pies. Francamente esas eran las mejores vistas de la ciudad. Desde allí se podían ver los rascacielos del CTBA, las torres Kio, e incluso podía llegar a distinguirse el edificio España. Aquel chico, del cual no recordaba el nombre la había llevado a aquel lugar, que parecía estar apartado del mundo y sin embargo estaba situado en el centro de la gran ciudad.

Se habían tomado apenas dos copas cuando el joven se lanzó a los labios de Alicia, que no supo cómo reaccionar. Le acompañó a casa. Cuando estaban despidiéndose Alicia, por cortesía, le invitó a pasar por su casa y tomarse la última copa. Mejor dicho, las ultimas copas. Alicia había dicho adiós a su conciencia hacía ya un buen rato, y el muchacho sabía lo que quería, aunque su estado no difería mucho del de su recién estrenada amiga.

Al día siguiente Alicia se despertó aturdida. Por un segundo pensó que aquella noche había dormido sola. Pero se equivocaba. A su lado yacía un hombre de unos 24 años, con el torso descubierto, una mano detrás de la cabeza y la otra colgando de la cama. Alicia guardaba una última esperanza. Miró por debajo de la sábana que la tapaba el pecho. Efectivamente, todo indicaba lo que había pasado en esa habitación la noche anterior. Alicia se puso una camisa que había tirada en el suelo y se llevó la mano a la cabeza. ¿Por qué no había dejado de beber cuando se lo propuso a principios de año? Pereza, supongo, se dijo a si misma mientras comía a mordiscos una manzana sin pelar al más puro estilo Blanca Nieves. Después volvió al pasillo y antes de volver a entrar en el dormitorio se topó con un muchacho en calzoncillos con intención de ir al baño. Alicia le indicó la puerta correspondiente y empezó a pensar en el momento en que le podía decir a aquel chico tan ilusionado que no quería nada con él y que lo que había pasado había sido, pues eso, un rollo de una noche. Tan rápido lo pensó como se lo dijo. El chico se atragantó con un trozo de la galleta que había cogido de la cocina, al oír aquello. Nadie hasta ese momento le había dejado. A él, al inigualable Iván Lozano. El siempre decía que la erre de su nombre era la de irresistible. Lástima que esta historia no pudiese ser escuchada por Alicia, que lo puso de patitas en la calle cinco minutos después de que terminara de desayunar. Ya le parecía suficiente haberle dejado utilizar su cama y tomar su desayuno como para dejarle más tiempo pisar su recién barnizada tarima flotante.

El chico se marchó enfadado y cerró la puerta del portal de un portazo. Alicia ni siquiera se molestó en escucharlo, estaba demasiado acostumbrada. Se duchó y salió a dar una vuelta con su amiga Silvia. Silvia tenía 27 años y unas ganas tremendas de encontrar novio. Ya tenía planeada su vida ideal: un marido alto, moreno y deportista, un niño rubio llamado Lucas y dos niñas gemelas, Marta y Adriana a las que vestiría igual y a las que su hermano mayor defendería por encima de todo. En esto iba pensando Silvia, mientras su amiga le contaba con pelos y señales todo lo que había sucedido la noche anterior. Y es que la manera de vivir de Alicia no tenía nada que ver con la de Silvia. Nuestra protagonista llevaba años sin tener una relación estable, aunque todo esto tenía su origen.

Cuando tenía 17 años, al comienzo de lo que parecía su primer amor, el chico con el que salía, el más guapo del instituto la dejó con una rastrera nota en su taquilla. Un comportamiento extremadamente inmaduro que la entonces inocente e ilusionada Alicia nunca pudo comprender. Bueno miento, un comportamiento que no podía entender entonces, cuando entonces era tan sólo una niña; porque ahora lo entendía muy bien. A partir de aquella primera y fallida relación su actitud con los hombres dio un giro de 180 grados. Había pasado de ser una niñata infantil e inmadura en aquello del amor, a ser una mujer curtida en mil batallas. Ya ni siquiera dejaba que los chicos de una noche se quedaran a dormir. Procuraba incluso olvidarse de su nombre para no tenerles ni una sola pizca de afecto. Y es que lo que le sucedía a Alicia era que no le había dado al amor la oportunidad de presentarse por segunda vez.

Alicia, el amor y otras paradojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora