Nicolas

4 0 0
                                    

Nicolás.

Era invierno, estaba recargada en la ventana de mi habitación observando como los copos de nieve caían sobre las frías y húmedas calles de mi colonia, esperando a que algo interesante pasara por ésta, pero no, era la misma aburrida y tranquila colonia de siempre, donde lo más interesante que podía pasar era ver a la vecina peleando con el señor  Nichols. Y ese era un asunto de nunca acabar.

Mamá llamó a mis hermanos y a mí para que bajáramos a desayunar y de paso me pidió que sacara las basuras al patio de enfrente por lo cual no discutí esta vez, al salir pude notar que una nueva familia se había mudado a la casa de enfrente. Decidí ser cortés y saludarlos como muestra de bienvenida, pero ellos eran muy extraños, sólo me miraron muy raro y no respondieron a mi saludo. Al entrar los padres a la casa, miré que el hijo mayor de la familia bajaba del auto. Me pareció interesante y lo saludé y él hizo lo mismo.

‒Hola, oye, disculpa a mis padres, lo que pasa es que vienen cansados por el viaje.
‒Dijo el chico.

‒No te preocupes, está bien. – Contesté.

‒ ¿Cuál es tu nombre? – preguntó.

‒ Me llamo Samanta, pero todos me dicen Sam, ¿y tú cómo te llamas? ‒ Dije.

‒Nicolás.‒respondió con una sonrisa y entró a su nueva casa.

Nicolás parecía amigable, algo me decía que seríamos amigos, muy buenos amigos...

En la noche, mientras trataba de conciliar sueño me puse a pensar qué haría al día siguiente, mis padres saldrían de casa y mis hermanos irían a jugar hockey, y yo... yo me quedaría en casa... No, no me quedaría, porque de alguna manera buscaría la forma de no estar ahí.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, me di cuenta de que mis padres me observaban  extrañamente cuando hablaba sobre Nicolás y su familia, pero ya era tarde y debían irse. Todos salieron de casa y yo me quedé ahí sola, y no se me ocurrió una mejor idea que ir a casa de Nicolás. Cuando llegué sus padres se comportaron mejor que la vez pasada pero aun así me siguieron pareciendo extraños. Toda la mañana me la pasé muy bien, jugando y riendo con Nicolás y su familia, era tan genial, que al llegar mis padres y hermanos a casa corrí a contarles lo bien que me la había pasado, mis padres, me miraron preocupados.

‒ ¿De qué familia hablas? –Dijo mi padre.

‒ ¡Papá! Se  nota que no me prestan atención, toda la mañana les hablé sobre ellos, ¡pero seguro me ignoraron! –Contesté y me fui molesta a mi habitación.

Minutos después, mis padres subieron a mi habitación y se disculparon por hacerme sentir así, pero también me aclararon algo; no había ninguna familia nueva en el vecindario. Lo cual no les creí y me molesté más.

En la mañana salí al patio a ksacar las basuras de la casa como de costumbre, volteé hacia enfrente y... ¡Sorpresa! Un escalofrío me recorrió de los pies a la cabeza. La casa de Nicolás estaba vacía, y no sólo eso, me puse a investigar más a fondo y esa casa llevaba años sin habitar, ni siquiera podía ser habitada porque por problemas antiguos sellaron las puertas y ventanas, a excepción de la ventana de la habitación del último piso, la habitación de Nicolás, la cuál era una ventana muy pequeña, supongo que por eso no la sellaron. 

Sé que no fue un sueño, eso pasó... Pero, no entiendo, ¿cómo  fue que pasó?... Si no había tal familia y la casa estaba sellada, ¿En dónde estaba yo ese día?... Y... ¿Por qué sigo viendo a Nicolás por la ventana, saludándome cada vez que paso por ahí? 

Fin

CuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora