Desperté una tarde de otoño en medio de la gente en una gran avenida de la ciudad de Buenos Aires. Hojas secas me hacían compañía en el suelo gélido de concreto, mientras los demás caminaban como si nada a mi alrededor. Habían sido las tres y pico de mi último recuerdo en aquel lugar tan familiar para un oficinista del centro, donde me hallaba corriendo tras ella. Ya eran las casi siete y oscurecía. A pesar de estar en mi barrio, me sentía perdido. Me paré y observé mi reflejo en una vidriera. Mi traje se encontraba estropeado, y no tenía mi maletín.Confundido, lo primero que se me ocurrió hacer, fue agarrar el teléfono público y llamarla. No atendió. No estaba. De alguna manera, me sentí aún más desorientado.
Caminé derecho a casa, que se hallaba a tan solo unas cuadras. Cuando llegué a la puerta, había una muchedumbre aturdida más un patrullero de policía. Habían cintas de "Prohibido pasar" por doquier. Cuando creía que la situación no podría ser más alarmante, dos paramédicos llevaban a la ambulancia, una camilla con una frazada cubriendo un cuerpo. No sabía qué pensar. Ya me veía venir lo ocurrido mientras estuve inconsciente. Me quedé entre las tinieblas. Por un raro impulso, no podía estar tan cerca de la escena. Cada vez entendía menos de este suceso.Entre sollozos, un pequeño de ojos puros apoya su mano en mi hombro diciéndome:
-No entendés nada, ¿Verdad?
Me sobresalté, ya que un pequeño pudo notar que yo estaba ahí. Luego de asimilar toda la situación, él insistió en que respondiera.
-Honestamente, creo que sí... y al mismo tiempo no. ¿Sabés algo de lo sucedido?
-Mis amigos me han dicho que se trata de un hecho de amor.
-¿A qué te referís con eso?
Pero no tenía respuesta. Él ya no estaba. Solo tenía más preguntas que respuestas.
Me armé de valor y me dirigí hacia la multitud a consultar. Pero nadie me escuchaba.
Ya agotado de estas circunstancias decidí entrar, ignorando la situación mientras los policías revisaban los departamentos uno por uno. Una vez que encontré la puerta verde con los números dorados uno y seis, ahí estaba ella, esperándome.
-Me alegro tanto de vert...
Aliviado y aún confundido, le interrumpí.
-No entiendo nada. ¿Por qué desperté en medio de la avenida? ¿Por qué no respondiste el teléfono? ¿Quién ha muerto? ¿Por qué tengo la ropa destruída?
En ese momento me miró afligida por mi exasperante actitud.
-¿En serio no recuerdas lo que ha pasado, cariño?
En mal momento, la policía derribó la puerta, y ella rápidamente fue a esconderse. Mientras les gritaba maldiciones a los federales, ellos seguían en lo suyo, con las armas en alto recorriendo el departamento. Cuando dieron la vuelta hacia el baño, la vi en la entrada haciéndome gestos a que la siga.
-Debemos salir de acá.
-¿Qué está pasando?
-No hay tiempo para explicarte. Solo corre.
Tomé su mano y le hice caso para luego enterarme de lo sucedido.
Mientras bajábamos las escaleras, ella pedía que me esforzara en apresurarme y escapar por la otra puerta de entrada a la calle.
Con el corazón en la garganta, juntos abrimos la puerta y nos encegueció una gran luz.Justo a tiempo, abrí los ojos, y me dí cuenta de que todo había sido un mal sueño y la gran luz, era el sol pegándome en la cara, avisándome que estaba llegando tarde al trabajo.
-Buenos días, campeón. Ayer estuviste increíble en el concierto. Me olvidé de comentártelo anoche porque apenas te acostaste, te dormiste como nunca. ¿Descansaste bien?
Feliz la abrazé y besé, agradeciéndole de estar a mi lado esta mañana, para dejar de lado una respuesta con respecto a mi sueño.
Me preparó el desayuno, y decidí tomar mi tiempo. Salí, tomé el colectivo y llegué hora y media tarde, pero por alguna extraña razón no parecieron notarlo.
Mientras completaba algunos papeles, esperaba la llamada de Tomás, ya que nos juntaríamos a tomar unas cervezas. Han pasado ya varios años de que dejé mi puesto como repartidor del correo.
Sonó el teléfono de la oficina. De solo escuchar aquella voz grave y ronca, me heló la sangre.
-Tenemos a tu novia. A las tres quiero quinientos mil pesos argentinos, o no la volverás a ver.
-A mí no me jodas, charlatán. No te voy a creer esa.
Corté. Traté de relajarme. Tomé aire y seguí con los papeleos, haciendo de en cuenta que solo fue un secuestro virtual.
Sonó otra vez el teléfono. Ya temblando, agarré aquel objeto con terror, y lo único que oí de fondo, fue su voz pidiéndome auxilio. Ahí comprendí que era en serio.
-Debes ir al edificio de al lado del que vives, el abandonado. Ahí dejá la plata, y tu chica estará esperándote. Asustado salí corriendo del trabajo. Mi jefe enojado me detiene en la calle agarrándome del traje y rajando éste, cosa que no me fue de real importancia y seguí mi camino.
Eran las dos y media de la tarde y no encontraba bancos con dinero. Cajeros completamente vacíos, y de uno solo obtuve un mísero billete de cincuenta pesos. Para mi mala suerte, era sábado, haciendo que la idea de pedir un préstamo se convierta inútil. Me sentí perdido.
Sentado en la vereda de plena avenida sin saber que hacer, me encuentro con Tomás, que me saluda con los viejos hábitos de siempre. Luego de contarle todo lo sucedido, vi en su rostro un gesto que me dio esperanza.
-Mirá. Puedo ayudarte. Me desharé del jefe distrayéndolo y lo dejo hablando con la secretaria del quinto piso. Contá quince minutos y vas al sótano del edificio de correo, y ahí encontrarás una caja fuerte. Como ahora me toca hacer de turno en las cámaras de seguridad, apagaré la que filma el sótano. Te doy el código y te llevás la plata que necesites. Vamos que no tenemos tiempo.Corrimos hacia allá e hicimos todo rápido. Tomé mi malentín, me deshice de mis cosas de trabajo y lo llené de la cantidad de dinero que necesitaba. Quinientos mil pesos exactos.
Ya eran casi las tres y estaba saliendo. No sabía qué pensar." ¿Llegaré?" Tantas preguntas recorrían mi cabeza que me sentí aturdido de ellas.
Ya siendo las tres y cuarto, a pocas cuadras del edificio, ilusión o no, la vi en la esquina de la calle...esperándome.
-Seguime.
-¿Dónde están ellos?
Ella expresó un gesto en ese instante de deseperación al ver algo que se encontraba detrás de mí, y gritó con todas sus fuerzas:
-¡Solo corre!
Ella empezó a correr y yo la seguí. Escuché a mis espaldas un fuerte impacto, seguido de un rayo solar potente.
Nuevamente desperté en una avenida con gente caminando a mi alrededor, con hojas inertes haciéndome compañía en el suelo de ciudad, recordando solamente que eran las tres y pico de una tarde de otoño, corriendo tras ella.
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Luces inoportunas
Short StoryHistoria ganadora de un corcurso literario. Espero que les sea de su agrado.