06. La Boda Roja

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Todo había sido tan rápido que apenas había notado el flechazo en mi brazo, y mucho menos había sido capaz de reaccionar a los puñetazos y patadas que había recibido.

Notaba las lágrimas caer por mis mejillas pero no podía encontrar una razón. No sentía nada, sólo dolor. Mi brazo estaba empapado en sangre, y si no hubiera reaccionado a tiempo probablemente estaría muerta, como todos los que estaban allí.

El último en abandonar aquella sala había sido el viejo Frey. ¿Para eso habíamos viajado hasta Los Gemelos? ¿Cómo Robb no pudo verlo? ¿Cómo ninguno de nosotros pensamos en lo sencillo que había sido todo aquello?

El cuerpo del que había sido Rey en el Norte ya no estaba junto a su esposa, un par de soldados de los Frey se habían encargado de cortarle la cabeza y arrastrar lo que quedaba de él hasta la salida.

Estaba tan concentrada repitiendo aquellos hechos en mi cabeza que no noté la rabia, ni la tristeza, ni la impotencia.

Fue entonces cuando lo sentí. Todo llego de golpe y con fuerza.

Jeyne. Su pelo largo y castaño estaba empapado en su propia sangre, y su piel había perdido el color. Sus mejillas ya no se sonrojaban, sus ojos ya no brillaban.Aún estando debajo de la mesa, cubrí mi boca con la mano del brazo bueno. Sollocé angustiada. Era incapaz de mantener la cantidad necesaria de aire en mis pulmones.

Primero Nedd, ahora Robb. Yo no era una Stark, pero en aquel tiempo que había pasado con ellos había sido aceptada en su familia como una, y estaba en territorio enemigo. ¿Dónde podía ir?

Probablemente Roose Bolton iba a ocupar Invernalia ahora que esta no le pertenecía a nadie. En Desembarco del Rey nos tenían por traidores. Tampoco podía cruzar el mar, o al menos así, herida. Y los Greyjoy no eran una opción.

Estaba sola. Pero aún estaba viva.

Presté atención, agudizando el oído. No había nadie. Tenía que cubrirme y desaparecer de allí. Salí de debajo de la mesa como pude, y una vez fuera revisé mi brazo. No parecía grave, pero sí había perdido mucha sangre. Partí el trozo de flecha que sobresalía, siseando por el tirón que eso causó.

Miré a mi al rededor. Pensé en vestirme como un guardia de los Frey, pero me llevaría mucho tiempo cambiar mis ropas en ese estado.
Seguí buscando algo útil con desesperación, hasta que vi la capa de Robb en el suelo. Estaba llena de su sangre y el enganche era el emblema de la casa Stark, pero no era nada que no pudiera cubrirse.

Agarré la pesada capa, quité la piel que decoraba la parte de los hombros y arranqué el enganche. Dos lobos enfrentados; los acaricié con las yemas de mis dedos con tristeza, y acto seguido limpié las lágrimas que aún no habían dejado de resbalar por mis mejillas. Puse la tela en mi cabeza, creando una capucha, y como pude usé el enganche de los lobos para poder cerrar la capa y así tapar el color rojo que manchaba mi vestido. Aún así, la noche era oscura, y esperaba que nadie me reconociera.
Caí en la cuenta de que iba desarmada, de modo que agarré un cuchillo de encima de la mesa, y pensé en llevarme un arco y una espada. El arco sería de los Frey, pero la espada debía ser de Invernalia.

Recogí todas las flechas que pude del suelo, y automáticamente deseché la idea de llevarme un arco. Necesitaba las manos libres, no podía ir cargando con las flechas. Las tiré con rabia y seguí buscando entre los cuerpos con desesperación, hasta que un destello negro captó mi atención.
Parecía ser la empuñadura de una espada que estaba oculta debajo del cuerpo de un caballero. Estiré de ella, escuchando como el metal sonaba al rozarse con la piedra. Un sonido afilado y agudo. Una vez estaba en mi mano por completo pude examinarla mejor.

No pesaba, pero tampoco era liviana. Aún brillaba a pesar de estar manchada de sangre. Y su empuñadura, estaba tallada para que pareciera un lobo. No era un lobo perfecto, simplemente lo habían tallado con su forma. Era un tallado pobre aunque parecía que estaba hecho con marfil, pero era tan negro como el color de las plumas de un cuervo.

Aquella comparación me llevó a pensar en el Muro, la única casa que había tenido hasta llegar a Invernalia y era la única casa que me quedaba ahora. ¿El Maestre Aemon seguiría allí? No lo sabía, pero sí tenía la certeza de que Jon estaría allí. Era la única certeza tenía.

Quité el cinturón que llevaba el hombre, susurrando un leve "lo siento", para así poder llevar la espada ahí colgada.

Caminé hacia una de las puertas laterales, intentando no mirar los rostros de Jeyne y Catelyn. Las lágrimas amenazaron con salir de nuevo, pero preferí centrarme en la rabia que sentía y pensar en la venganza que todos aquellos iban a sufrir. Aún no sabía cómo, pero iban a sufrirla.

"Os vengaré. Juro por los Dioses, por los Antiguos y los Nuevos, que os vengaré" susurré entre dientes, antes de abrir la puerta y salir de allí.

La visión que había fuera no era muy diferente a la de dentro. Cuerpos amontonados de caballeros de la casa Stark. Había que admitir que habían sido astutos, pero eso no quitaba que eran unos cobardes. Emborrachar a todo un ejército, por pequeño que fuera, para garantizar una victoria segura era de cobardes.

Me aproximé hacia un caballo que estaba atado a un poste y pensé en Eskol. La tristeza volvió a hundirme aún más en la miseria. Lo había perdido todo en apenas un momento.

"Eh, tú. ¿Dónde vas? ¿Cómo has entrado aquí, campesino?" Escuché que decían a mis espaldas. Llevé mi mano discretamente a la empuñadura del cuchillo que había agarrado en el salón y me giré en su dirección, levantando lo suficiente la cabeza como para que mi pelo largo y mis facciones pudieran verse. "Oh, ya veo" exclamó riendo. Podía decir que estaba borracho por la forma en la que se acercaba a mí. "¿Has venido a entretener alguien? Eres guapa... Nosotros necesitamos diversión. ¡Necesitamos una gran recompensa!" Gritó, acortando del todo la distancia que quedaba entre los dos. Apreté aún más el agarre del cuchillo. "Nos merecemos un poco de diversión. ¿Tienes idea de lo que acabamos de hacer? Hemos acabado con los Stark, ha sido tan rápido... Pobres infelices" dijo riendo.

No soporté más aquel estupido monólogo. Saqué el cuchillo rápidamente y se lo clavé, al igual que Roose Bolton lo había hecho con Robb.

"Por los Stark" dije, clavando mi mirada en la suya, y giré el cuchillo con rabia, escuchando el quejido de dolor por su parte. Saqué el filo y lo volví a guardar rápidamente. Cayó al suelo de rodillas, y después se derrumbó.

Desaté el caballo del poste y limpié las lágrimas que todavía caían de mis ojos sin querer. Subí al animal y salí de allí.

Sólo acababa de empezar.

Lady Invierno | Juego de TronosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora