PATRE 3

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Canción::Blue Foundation – Eyes on fire
Yo fui quien veló por el sueño de Eric. Mauro había recibido una llamada advirtiéndole de problemas con Kathia y decidí sustituirle sin saber que aquel gesto convertiría esa noche en una condenada pesadilla.
—Puedes irte... Estoy bien. —Había farfullado Eric, dándome la espalda. Estaba nervioso.
Seguramente se escondía de mis miradas, pero aquel gesto dejó su espalda desnuda a la vista y provocó que me costara mucho más quitarle ojo de encima.
—Cállate y duerme —le protesté.
Pero Eric, como de costumbre, no obedeció. Su voz volvió a surgir pasados unos minutos.
—Diego... —Ese modo de decir mi nombre... Como si estuviera dándole el mayor de los placeres.
—¿Qué? —gruñí.
—Le echo de menos... —Cristianno.
Apreté los ojos y los dientes y me aferré a los brazos de aquel sofá deseando que el suelo me engullera y me llevara allá donde estuviera mi hermano.
Tragué saliva, me levanté de mi asiento y me dirigí a la cama acatando mis impulsos. Capturé la sábana y cubrí el torso de Eric al tiempo en que me sentaba al filo. Me traicionaron mis manos y me enloqueció la respuesta que tuvo su piel bajo la yema de mis dedos cuando decidieron acariciarla. Se estremeció proporcionándome una sensación de debilidad absoluta.
—Yo también —le susurré al oído—. Duerme, por favor. —Pero de algún modo deseé que se diera la vuelta y me... abrazara.
Después de eso, no pude hacer otra cosa más que observarle dormir. De vez en cuando, temblaba. Y ese temblor dio paso a la tensión. A la mañana siguiente, cuando subió a mi coche después de ofrecerme a llevarle a su casa, Eric contuvo el aliento y se obligó a mirar al frente mientras fingía no querer clavarse las uñas en los muslos. Yo no actué diferente, pero mi cuerpo esperaba que pasara algo. Tal vez una mirada de reojo o alguna reacción... ¡¿Qué demonios?! ¡Era un crío! ¡Y yo ni siquiera sabía qué coño me estaba pasando, joder!
Detuve el coche frente a su edificio en la viale dei Parioli. Tuve que hacer malabarismos para que Eric no notara que estaba muy cerca de comenzar a hiperventilar como un imbécil. Pero lo que si vio fue como apreté el volante durante el trayecto, porque le interesaba mucho más mirar mis manos que mirarme a mí. Maldita sea.
—¿Te dolió? —Se supone que debería haberme despedido de él y no haberle lanzado una pregunta como aquella.
Eric frunció el ceño. Al fin pude sentir sus ojos conectando con los míos, pero no lo hicieron como esperaba. Titilaban y, aunque me gustó muchísimo descubrir que yo se lo había provocado, me dolió darme cuenta de lo cerca que estaba de dañarle.
—¿A qué te refieres? —preguntó precavido, dejando su boca entreabierta.
—Luca —murmuré y su reacción dijo todo lo demás. Empalideció lentamente e incluso tuvo un espasmo.
—Preferiría no hablar del tema. —
Y yo habría preferido permanecer callado.
—¿Por qué? —Fui inquisitivo y un capullo.
—Porque me hiere —gruñó él, con furia.
Aquellas tres sencillas palabras se me clavaron una a una en el pecho.
Luca le había hecho daño... No le importó tener al mejor de los compañeros a su lado. Ese hijo de puta malgastó algo por lo que yo empezaba a suspirar. Había visto crecer a ese chico, había dormido en mi casa cientos de veces.
¿Por qué ahora? ¿Por qué ya no le veía como a un hermano?
—¿Cómo lo supiste? —continué. Volvía a insistir en preguntas de las que no quería escuchar respuesta.
Si se enfadaba, llevaría razón. Pero Eric lo soportó, suspiró y cerró los ojos buscando paciencia en sí mismo.
—Diego, no quiero hablar de...
—¿Cómo supiste que estabas enamorado de él? —le interrumpí insistiendo en su dolor como el buen cabrón que era.
—¡No lo supe porque no lo estaba! —Gritó y golpeó el salpicadero. De la comisura de sus ojos colgaba unas lágrimas que no dejaría escapar—. Si lo hubiera estado ahora mismo no albergaría rabia sino dolor. ¿Responde eso a tu pregunta?
¿Sí? ¿No? Qué más daba. Lo único que me importó en ese momento fue que me miraba a mí y no a su maldito novio. Era yo quien se reflejaba en sus pupilas.
Eric quiso irse. No diría ni haría nada más, simplemente huiría de mi lado sin más. No me atacaría, ni me reprocharía. Probablemente olvidaría que alguna vez Diego Gabbana, el hermano de su mejor amigo, le obligó a dar voz a un sentimiento que tenía escondido en lo más recóndito de su alma.
Pero no quería ser solo eso. Mi cuerpo exigía más de él, aunque me conllevara consecuencias. Cada minuto que pasaba... más fuerte se hacía.
Le detuve. Capturé su brazo e impedí que abandonara el coche sin esperar que nuestras caras quedaran tan terriblemente cerca.
—¿Qué se siente, Eric? —siseé al tiempo en que él contenía un silencioso jadeo.
No entendió mi pregunta. No supo que responder. Y supe que a mí me habría pasado lo mismo de haber estado en su lugar, porque ni yo mismo entendía bien lo que quería conseguir de él en ese momento.
Lo intimidé, lo vi en sus ojos. Y la forma de su boca en ese instante me hizo débil.
—¿Vas a soltarme? —murmuró y cometió el error de mirar mis labios.
Un beso... Besarle quizás habría terminado con aquella tormenta porque me habría hecho recapacitar.
—Podrías hacerlo tú mismo si quisieras.—
Pero no se soltó, sino que cerró los ojos y liberó el aliento dejando que acariciara mi barbilla. Me acerqué un poco más... Solo un poco más, reduciendo a un estúpido centímetro la distancia que nos separaba.
Eric tembló y entonces me alejé de él.
—Gracias por traerme... —dijo antes de salir. Le vi entrar en el edificio arrastrando los pies.
—Joder... —me golpeé la cabeza contra el volante.
Debería haberle besado... Quería besarle.

Diego Gabbana Relatos 1 a 7Donde viven las historias. Descúbrelo ahora