No sé si nací hincha de Racing o si el tiempo me volvió así. No sé si estaba escrito en mi destino o si el destino me lo puso en mi camino. Lo único que sé es que Racing Club de Avellaneda es mi vida, por elección o por suerte, es mi vida.
No me acuerdo cuando fue realmente que sentí este amor, esta locura, esta enfermedad. Sólo recuerdo que decía "Soy de Racing", en 2001 cuando fuimos campeones, cuando por primera vez vi a mi equipo campeón. También lo recuerdo en 2008 cuando casi descendimos. Ese momento en el que me decían: "Estás a tiempo de cambiar", pero no, mi corazón ya era celeste y blanco. O cuando los técnicos pasaban, los jugadores se querían ir y los que quedaban o llegaban no estaban al nivel de la Academia y los constantes "cambia, estás a tiempo", se repetían cotidianamente.
Obviamente que no cambié, al igual que los miles y miles hinchas de Racing seguí fiel. Si hay algo que nos caracteriza es eso, somos fieles, no abandonamos a nuestro amor ni en las peores. "Ni la quiebra, tampoco el descenso, NADA puede con el sentimiento...", dice una de las canciones que más nos define. Es así, no abandonamos ni en las peores. El amor, claro que existe, es para toda la vida.
No hay hincha que pueda dejar de amar a Racing aún cuando el corazón este partido en millones de pedazos por perder un partido, quedar afuera de una copa o terminar goleados en un clásico. No hay ni uno que pueda abandonar esta locura, que curarse de esta enfermedad. Puede sonar raro pero esto es una enfermedad y de la que nadie, absolutamente nadie, quiere curarse.
¿Conoces algún hincha que haya dejado a Racing? Yo no. Todos estamos enfermos en el mismo nivel. No importa cumpleaños, no importa casamientos, no importa nada, si juega la Academia ese es un día para ir a la cancha. Es un día para empezar desde temprano con el ritual, preparar la camiseta, el gorro, la bandera y partir al Cilindro con la felicidad de saber que ese día ves rodar otra vez la pelota.
