Aquello que tanto cuesta

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El olvido. Olvidar y ser olvidado. Amar y ser olvidado. Olvidar ser amado. Amar y olvidar. Y mientras más repetís la palabra “olvidar”, empezas a pensar que está mal dicha. Cuando sos olvidado por alguien que amas, deseas con todas tus fuerzas que esa palabra no existiese. Y cuando amas tanto, con la misma fuerza terminas deseando lo mismo. Es tan extraño el significado de esa palabra de acuerdo en qué espacio y lugar se la coloque. Duele más o menos de acuerdo qué espacio ocupa. Duele más o menos si la palabra “amar” está en la oración o no, y si es así, también depende del lugar que ocupe, si antes o después. Olvidar, algo que deseamos todos los que nos encontramos con algún rasguño (a veces suele ser más grande para ser llamado rasguño) en el corazón. Porque decir “con el corazón roto” ya suena demasiado cliché. Porque si somos realistas, el corazón simplemente deja de cumplir la función de “amar sin hacerle caso al cerebro”, porque de acuerdo a la cantidad de decepciones, el cerebro termina ganando ya que nuestro corazón termina agotado. ¿Pero si hablamos de los que aman? Hablemos de los que se encuentran perdidamente enamorados el uno del otro. Hablemos de aquellos a los que la palabra “olvidar” no les juega mucho a favor. Es una de las mejores sensaciones ser amado y poder devolver ese amor con la misma fuerza. Y de solo pensar en el olvido hace que la sangre se congele del miedo. Se vuelve adicción, algo así como algún tipo de droga o alcohol. Algo que es tan sumamente difícil de dejar, que pensar en eso se torna tan horrible. Pero el olvido llega. El olvido nos llega, y algunos le agradecemos y otros lo maldecimos.
Es curioso como la vida nos va quitando muy lentamente a la gente que cumple un papel importante para nuestra vida. Es curioso también como cuando nos lo quita, intentamos desesperadamente reemplazarlo. Por algo o alguien. Y mientras buscamos un reemplazo, como si se tratase de una obra de teatro cuyo protagonista enferma, nuestra pequeña voz interior nos susurra palabras tan bajitas. Nos encontramos tan obstruidos por el ruido, por el temor a no encontrar ese reemplazo tan deseado, que cuando llegamos al final, cuando nos detenemos a respirar pesadamente del cansancio, el ruido empieza a disminuir y nuestra voz habla una vez más. “No existe el reemplazo” nos susurra una vez más. Cuatro pequeñas e indefensas palabras que nos ha estado susurrando desde el comienzo de la búsqueda y que sirven como un gigantesco balde de agua fría, porque en ese momento es cuando vemos cuanto tiempo hemos perdido buscando algo que no va a volver, ni en la misma persona que se fue, ni en otra que buscas. Ahí, en ese instante, es cuando “el olvido” empieza a hacer su trabajo. A eso se refiere uno cuando dice “gracias a dios lo olvide”. Lo lamentable de olvidar, es que uno no olvida los momentos, olvida a la persona. Podes olvidarte hasta el nombre de aquella persona con la que estuviste tantos años o tal vez meses. Pero siempre te vas a acordar de que al menos una simple vez, el roce de los labios “de ese alguien” te hizo querer olvidar todo, a todos, menos a él.

Olvidar y ser olvidado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora