Mi cruel destino

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Sin duda era la persona más desamparada en este mismo momento. Ahora comenzaba a pagar cada uno de los errores y faltas que había cometido en el pasado. Definitivamente ya no tenía a nadie, estaba sola en este mundo sin posibilidad de huir de mi oscuro destino. El dolor punzante que tenía en la cabeza se negaba a dar tregua, mi cuerpo temblaba de la desesperación y mi maquillaje corrido con mi rostro bañado en lágrimas daba respaldo a que había estado llorando por horas. Aún me negaba a creer que mi madre estaba a unos pasos de mi, sin vida y que en unas horas, luego de ser enterrada ya no la vería jamás.

Estaba rodeada de personas que me consolaban y se acercaban a darme el "pésame" y yo solo quería que me dejaran sola. Sabía que aunque lo dijeran nunca podrían comprender realmente como el corazón se agita de dolor, ese vacío en el alma y todo lo que yo sentía.

Sabía que, aunque indirectamente, era mi culpa, después de todo siempre había sido un problema. Mi padre, o mejor dicho el hombre que embarazó a mi mamá había huido luego de enterarse de mi venida, dejando a mi madre, a los dieciocho años, con una inmensa responsabilidad y escasos recursos económicos. Ella siempre me había dicho que esperaba que fuera una buena persona y que jamás cometiera un error como el de ella. Sin embargo ¿Qué era yo? el retrato vivo de la traición e inmadurez. Me negaba a que mi madre se emparejara con otra persona, y al ver que lo hacía ese capricho me había llevado a cometer acciones de las que no estaba orgullosa.

Mick, él era el único que me entendía y me escuchaba, el que hacía que me desconectara un poco del mundo, el que me amaba, o eso había creído yo. En un mal día había cometido un acto de desesperación y hace poco más de una semana me había enterado que, teniendo quince años, cargaba un bebé en mi vientre. Al enterarse, Mick había decidido hacer lo que mi irresponsable padre había hecho: huir.

¡¿Acaso no se podían ir ya?! Odiaba que me vieran llorar, pero era inevitable no hacerlo ahora.

Estaba segura que ese accidente automovilístico había sido mi culpa, no sabía como, pero lo era.

Lo peor era que cada una de las cosas que ella me había dicho eran ciertas, y yo estúpidamente nunca les había dado importancia.

Ni siquiera había podido hablar bien con ella por última vez. En nuestra última conversación se la había pasado criticando a Mick, mientras yo trataba de decirle todo acerca del bebé. Se había vuelto loca, trataba de meterse en la cabeza como, a pesar de todos sus esfuerzos, había cometido su mismo error, solo que ahora era peor.

Salí de la iglesia a caminar con la intensión de que el dolor de cabeza cesara. El aire puro entraba por mis fosas nasales produciendo una verdadera sensación de alivio. Mis piernas temblaban y cada paso que daba era cada vez más inseguro. ¿Valía la pena seguir en este mundo físico en una situación como la mía? Estaba convencida que no, pero no tenía el valor para quitarme la vida por mi cuenta. Además, yo no era nadie para quitarle a mi bebé su derecho a existir.

Pobre, yo jamás iba a poder ser una buena influencia para él, jamás iba a tener una familia real. No podría darle todas las comodidades que me hubiese gustado poder darle, yo, quisiera o no, seguía siendo una niña.

¿Por qué alcanzar la muerte para algunos era tan fácil y para otros todo lo contrario? Tal vez por mi inmadurez no lograba entenderlo. En este momento lo que más deseaba era abandonar este mundo e ir junto a mi madre, pero sabía que no lo merecía. No era digna del descanso eterno.

El dolor que segundos antes había desaparecido regresaba, haciendo que me sujetara bruscamente del barandal ubicado a la entraba de la iglesia. Volví a entrar. Caí en la cuenta de que si no había aprovechado mi tiempo cuando ella aún vivía, debía verla y pasar a su lado los últimos momentos que le quedaban a su cuerpo inerte sobre la superficie.

Me dolía tratar de recordar y solo encontrar recuerdos de peleas o reproches, no habíamos compartido muchos buenos momentos y ahora que ya era tarde me arrepentía. 

Mis ojos habían vuelto a ceder ante las lágrimas que ahora recorrían mis mejillas hasta perderse en el piso.

Siempre le contaba mis problemas a Mick y sin duda, a pesar de todo, sus consejos no eran malos. recuerdo que una vez dijo que toda historia tiene un final feliz y si había algo malo en mi vida era porque faltaba mucho para que la historia acabara, y tal vez era cierto, definitivamente ese no era el problema. El dilema era si lograría aguantar cada mal que me tenía el destino antes de llegar al final del túnel, a la luz, donde por fin lograría descansar hasta la eternidad.

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