—Pasame el helado que quedó en el frízer —le dijo Bola a Christina mientras levantaba sus cartas de la mesa.
—¿Seguro, Bola? ¿Qué te parece si comenzás a bajar los rollos? —contestó ella en modo de gracia, al mismo tiempo que acomodaba su juego, pero con su rostro serio. Acompañaron sus palabras las risas de mis amigos y yo.
Pobre Bola, él no tiene la culpa de ser como es, me da lástima; pero también me da risa cuando hacen esos tipos de chistes y me es imposible no reír.
—Siempre repito lo mismo, estoy harto. No me digan Bola, llámenme por mi nombre, por algo lo tengo —respondió indignado por nuestro comportamiento. Claro, somos una clase de amigos suyos. Por eso me da lástima. Si bien esos apodos o ese tipo de chistes negros son geniales—. Y no, prefiero aumentar los rollos a quedarme con hambre. Sería un dolor con el que no puedo vivir.
—Callate, Bolón —intervino mi novio, Joel, mientras pasaba un brazo por mi espalda para apegarme a él—. Todos tuvimos apodos feos algún día, ahora te toca a vos.
—No juego más —dijo Bola, mejor dicho, Leonardo, con las cejas unidas en una V, los ojos tan opacos como la madera, las mejillas parecidas a las de un Bulldog, y con la nariz arrugada. Tiró las cartas sobre la mesa con descaro y cortó el juego. Se levantó de la silla y se fue caminando hacia el baño, supongo; donde se esconde a llorar por su típico apodo.
—¡Ha, Bola!
—¡Volvé acá y terminá el juego, Bolón! —se quejaron Alejo y Germán, quienes jugaban junto a Leo y Chris al truco. Nadie les contestaba.
—Es un idiota —susurró mi novio rodeando los ojos y cambiando de canal en la televisión al mismo tiempo.
—No es idiota, simplemente no le gusta que lo llamen así. Pero sí causa gracia.
—¿De qué lado estás? —pregunta mirándome con asco. Siempre pierdo ante esta pregunta, puesto que sólo me convenzo a rodear los ojos y mirar los canales televisivos.
Con Joel nos encontramos sentados en mi sillón, mientras mis demás amigos están sentados jugando a las cartas en la mesa. Estamos en el comedor todos, pero en diferentes lados.
Mi casa generalmente es el lugar de encuentro. Acá es donde solemos juntarnos a hablar, jugar, comer, o lo que sea; siempre y cuando le parezca divertido para todos. A otra casa nadie quisiera ir; no es porque no sean buenas, es que estamos tan acostumbrados a este lugar que ir a otro lado no sería lo mismo.
Cuando es época escolar generalmente vienen para almorzar o merendar, y los viernes, si mi papá está de acuerdo, se quedan a dormir; entre ellos eligen qué traer, sin embargo, lo que traen más a menudo es la Play Station 4 para que mi papá acepte con más seguridad que se queden para así él también poder jugar.
Cuando es vacaciones, como lo es ahora, vienen todos los días, o hay veces que ya ni se van; Joel menos, le gusta quedarse a mi lado. Sinceramente no sé si para controlarme o por gusto, pero al menos está conmigo.
De todos modos, cuando no está disponible mi casa por alguna razón, también existe la casa de Bola. Es grande, mucho más grande que la mía. Tiene algunas que otras cosas sorprendentes; no obstante, es una casa muy humilde y bonita. Si bien, no vamos muy seguido ahí debido a que prefieren todos mil veces la mía. No es que tenga cien aparatos electrónicos fascinantes como la casa de Germán, o los mejores muebles como la casa de Christina; sino que durante estos tres años que nos conocemos sólo utilizábamos más la mía. También entra el hecho de que tenemos algunas más libertades: fumar (mi papá lo hace y no le molesta que alguien más lo haga), tomar (sólo de 10pm a 12am, no más porque se da cuenta), y hacer lo que sea menos drogarse, eso ya es mucho; lo bueno es que, por lo menos hasta lo que yo sé, nadie se droga.
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Supervivencia
DiversosNunca hubiera hecho esa apuesta si realmente supiera cómo resultaría el proceso. Emma Hiler, una chica de ciudad de unos 18 años, se deja llevar por las apuestas sin siquiera pensar en cómo podrían terminar. Si tan sólo hubiera hecho caso a su cereb...