II

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Al llegar el nuevo día guardó el Pequeño Cupido en el bolso y salió disparada a la tienda donde trabajaba en el centro de su ciudad. Era un popular local dedicado a vender artículos de decoración para el hogar. La tienda estaba decorada a base de tonos blancos y negros, con columnas jónicas que separaban los espacios y una gran mesa redonda de pino donde colocaban las novedades. Allí trabajaba con Bruno, su jefe; Eva, la encargada y Tom.

– Sara, llegas tarde – le dijo Bruno con tono firme.

Ella se disculpó y fue a ponerse el uniforme. En el vestuario, tiró el bolso al suelo, con tan mala suerte que el querubín se encendió, mientras Sara salía de los vestuarios dispuesta a cumplir con un nuevo día

– ¿Ya estás lista? – le preguntó su jefe. Sara asintió. – Quiero que ordenes estas cajas que nos han traído y pongas los artículos en la mesa. Luego quiero que tú y Eva mováis el biombo ese que lleva una semana muerto del asco y lo traigáis al escaparate, a ver si le damos salida. ¿Entendido?

Bruno se dio la vuelta y llamó a Tom para decirle que moviese unos artículos de un estante a otro. Cuando estaban todos dedicados a sus tareas, el Pequeño Cupido salió revoloteando de los vestuarios de los empleados. La tienda abrió y algunos clientes entraron. Ninguno prestó atención al robot que iba de allá para acá porque parecía parte de la decoración del local.

– Oye Sara, ¿qué es eso? – dijo Tom.

– ¿El qué? – ella se giró y vio a su compañero señalar con el dedo al cupido que estaba acechando por detrás a Bruno –. Ay, no. A él no.

El angelote cogió una pequeña flecha y disparó justo al corazón. Por un momento, todo el mundo se asustó, porque Bruno dio un alarido de dolor cuando le atravesó la flecha. Con la mano en el corazón se tambaleó hasta que cayó al suelo con un ruido sordo. Algunos clientes huyeron y Eva intentó calmar a los allí presentes. Sara fue corriendo a coger su cupido para desactivarlo antes de que nadie se diese cuenta y Tom se quedó junto a Bruno para tomarle el pulso.

– ¿Está bien? – Preguntó Sara mientras se arrodillaba junto al herido.

– Eso creo... Parecía un infarto pero ahora es como si durmiese. El pulso está bien.

– Joder, menos mal, pensé que lo había matado – Tom se la quedó mirando desconcertado. – ¡Mira! Perece que vuelve en sí. Bruno, ¿estás bien?

El atontado jefe abrió los ojos. Miró alrededor sin saber dónde estaba hasta que vio a Sara.

– Jefe, viene ahora una ambulancia. No se mueva – le dijo la encargada.

– Eva, diles que no hace falta. Todo lo que necesito está aquí mismo – dijo pausadamente sin apartar la mirada de Sara.

– ¿Perdón? – dijo Eva.

– Ya me has oído. Sara es mi luz y mi oscuridad. Mi alegría y mi tristeza. Con ella nada malo me pasará.

– ¿Pero qué coño le pasa a éste? Tom, echa a todo el mundo. Cerramos hasta que Bruno se encuentre mejor.

Sara no sabía dónde meterse. Realmente funcionaba el cacharro de la teletienda. Y no sólo eso, sino que había enamorado accidentalmente a su jefe. Bruno alargó la mano y le acarició la cara con ternura, a lo que ella respondió con un manotazo.

– Vaya confianzas se toma – dijo en voz alta.

– ¿Qué dices amor?

– Ya viene la ambulancia.

Explicaron a los médicos lo ocurrido, pero el enfermo insistía en que se encontraba bien, que sólo quería estar con su amor. Los médicos tuvieron que hablar con Sara para que les acompañase, porque sino Bruno no quería ir al hospital. Al final accedió.

– Te quiero – le susurró al oído Bruno cuando se sentó junto a él en la ambulancia.

– Para, me estás agobiando – le dijo apartándole de sopetón. – Esto lo hago porque quiero que te encuentres bien. Nada más. Así que no pienses nada raro.

– En serio, te quiero y desde hace mucho. Me gustas desde hace meses. Pero tenía que tratarte igual que a los demás porque no quería que sospechasen. Ahora da igual, me siento lleno de valentía para decirte todo lo que pienso. Ahora, cuando veo el cielo azul, las flores y todo lo que es hermoso, pienso en ti y que nada puede compararse con tu belleza. Siempre he pensado que nuestra historia era como la de esta canción.

Y en ese momento Bruno se puso a cantarle una canción de amor en inglés. Uno de los médicos de la ambulancia se quedó pasmado y Sara se enterró la cara entre las manos. El otro médico incitó al paciente a que se tumbase en la camilla y se quedase tranquilo, mientras le administraban un calmante para que llegase relajado al hospital.

Cupido desatadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora