Al poco llegaron a su destino. Bajaron a Bruno en la camilla y se lo llevaron a urgencias. Allí Sara tuvo que explicar lo ocurrido para que a su jefe le tomasen el pulso y le hicieran un electrocardiograma ya que el paciente aún seguía sedado. Como no le encontraron nada decidieron dejarle en observación. Sara sólo tenía ganas de irse de allí para evitar que Bruno montase el número de circo en cuanto recobrase el conocimiento. El efecto de la flecha de amor duraría durante doce horas y mientras tanto, su jefe sería una especie de peluche con incontinencia amorosa.
Sin embargo, las cosas no se pusieron tensas hasta que llegó la mujer de Bruno. Sara ya la había conocido en alguna de las cenas de empresa y, por lo que había visto, era una mujer con carácter. Cuando la vio aparecer sintió como si le echaran un cubo de agua helada por la espalda.
— Hola Penélope — dijo a la recién llegada.
— Bruno cariño, ¿qué te ha pasado?
La mujer dejó con la palabra en la boca a Sara, que lentamente bajó la mano y se mordió el labio inferior. Penélope actuaba como si no hubiera nadie más en la habitación. Después de unos minutos incómodos, Sara vio que allí sobraba y empezó a andar hacia la puerta. Fue entonces cuando la esposa de su jefe le clavó la mirada.
— ¿Tú qué estabas haciendo aquí?
— Pues... Me ofrecí para venir con él, porque en la tienda no le queríamos dejar solo. Y... ¿Y tú cómo sabías que estaba en el hospital?
— Me avisó Eva.
— Ah, Eva...
— Sí, la encargada. ¿Qué te pasa, has perdido la memoria?
— No, no.
— Mmm, hummm
— ¡Se está despertando! Bruno, cielo. Cuéntame qué te ha pasado. ¿Estás bien?
El enfermo abrió pesadamente los ojos, pestañeó un par de veces y miró a su mujer con extrañeza. Luego miró por toda la habitación como buscando, pero Penélope le cogió la cabeza para que le mirase a los ojos mientras le acariciaba la mejilla. Sara aprovechó para volver sigilosa al lado de la cama y coger una pequeña bandeja metálica donde las enfermerashabían puesto un vaso de agua y unas pastillas.
— Penélope mira, por ahí llega el médico — le dijo Sara mientras señalaba a la puerta.
— ¿Qué? ¿Quién? — dijo mientras se daba la vuelta.
— Sar... — Bruno por poco se atragantó debido a que su amada le había metido el vaso lleno de agua en la boca. Sara señaló con la cabeza a Penélope y se llevó el dedo a los labios.
—¿Pero por qué? — dijo Bruno apartando el vaso.
— ¿Qué pasa cielo? ¿Por qué, qué? — Le preguntó su esposa.
— No, que por qué... — Miró a Sara que lo alentó a seguir — Has salido antes del trabajo... Cuando tenías una reunión importante esta mañana.
— Porque Eva me llamó diciéndome que había venido una ambulancia a la tienda a recogerte. Estaba muerta de miedo. Medijeron que parecía un infarto.
— Ya, pero yo no quería venir. Me encuentro bien. Lo único que ha cambiado es que quiero a Sara.
— ¿Perdón? — dijo Penélope.
— Quiere decir que me quiere como empleada, porque le dije que encontré una oferta en otro sitio mejor y me dijo que me quedase. ¿A que sí?
— No... Yo...
En ese momento entraron dos enfermeras y el médico para ver a Bruno. Se alegraron de que ya se hubiese despertado y le pidieron a Penélope que saliese de la habitación para que le explicasen las pruebas que le habían hecho y por qué había ingresado. Mientras estaban ocupados Sara se agachó para hablarle al oído a Bruno.
— ¿Qué haces? Tu mujer se va a enterar.
— Me da igual, ella quiere el divorcio... Le vi los papeles en el despacho esta mañana.
— Pero si se le ve muy preocupada por ti.
— Tú estás más preocupada, mí pequeña flor, has venido hasta aquí sólo por estar conmigo — Bruno entonces la besó de pronto, y con el susto, Sara le dio un bandejazo en la cabeza —. ¡Ay! ¿Qué haces? Ah, ya sé. Te gusta lo duro...
Con el alboroto entraron el equipo médico y Penélope. Se encontraron a Bruno a punto de abalanzarse sobre la pobre Sara, que intentaba pararlo con la bandeja.
— ¡¿Pero qué estás haciendo Bruno?! — le dijo su mujer.
— Lo siento Penélope, pero ya lo nuestro no funciona. Ya no siento lo mismo por ti y creo que tú tampoco lo sientes. Quiero a esta chica, con todo mi corazón. Es sincera, amable, trabajadora, divertida... Y aún tiene un sinfín más de cualidades. Todos pensáis que estoy enfermo, pero realmente, lo que estoy es enamorado.
— Ay madre, lo ha hecho... — dijo Sara horrorizada.
— Cuando quieras te firmo los papeles, esos que vi en tu escritorio, para que te sientas libre de hacer lo que quieras.
— Bruno, soy abogada. Los papeles que viste son del divorcio de unos clientes, pero ya puestos, tendré que sacar unos para nosotros... Es cierto que no estamos bien, pero pensé que lo podríamos arreglar... Y de repente, vas y me haces esto. ¿Cómo has podido? Después de tantos años juntos... —Se volvió hacia la muchacha—. Y tú qué, ¿qué vas a decir? Destroza-hogares.
— Yo... No sé... — Sara no sabía dónde meterse. Miraba a todos sin saber qué decir. Se sentía culpable de haber roto esa unión. Si su Cupido no hubiese disparado a su jefe todo eso no habría ocurrido y ella estaría esperando al hombre de su vida armada con flechas amorosas. Ante tanta presión, no supo cómo reaccionar, así que cogió sus cosas y salió corriendo de la habitación.
Esquivó a pacientes, doctores, camillas y carritos llenos de medicinas. Su meta era la calle, quería sentir la luz del sol y la brisa fresca para ver si de esta manera, escapaba de esa especie de pesadilla alocada. Lo peor es que no era así. Era tan real como el aire que respiraba. El agobio que sentía le hizo perder la coordinación y tropezar para caer de bruces al suelo frío. Con la caída su bolso se deslizó unos cuantos metros, esparciéndose casi todo su contenido por el suelo hasta que llegó a los pies de una niña de unos siete años. La pequeña recogió las cosas y se acercó a Sara para darle el bolso.
— Hola, esto es tuyo. Me gusta la muñeca que tienes. ¿Me dejas jugar con ella?
— Gracias. Te la dejaría, pero no es un juguete — le dijo Sara mientras se ponía en pie—. No, no, no... Espera, no le toques la cabeza...
Sin querer, la niña había encendido el Pequeño Cupido que empezó a revolotear alrededor de ellas. Unas voces llamaron su atención. Eran Bruno, Penélope y un médico que la habían seguido hasta allí. Cada uno quería una explicación, aunque realmente, el médico quería que su paciente no realizase demasiado esfuerzo por no saber aún lo que le ocurría. Sara intentó correr nuevamente, pero la caída le había dañado el tobillo. Tendría que enfrentarse a la situación con valentía. Y cuando estaba lista para el encuentro, un alarido de dolor sonó en los alrededores. El pequeño angelote había vuelto a hacer de las suyas. Por lo visto, la víctima era un grandullón al que le estaban dando el alta. Lo que siguió después de esto fue un completo caos.
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Cupido desatado
RomanceSara aún no ha encontrado el amor de su vida. Por eso, cuando en una noche solitaria ve un anuncio sobre un robocito que puede enamorar a la persona que elijas durante doce horas, no duda en comprarlo. Pero Sara descubre que nada es lo que parece.