Esta historia se la voy a dedicar a una gran amiga que me dio la idea. Aquí esta. Espero que sea lo que querías.
Ella estaba sentada en la orilla de la fuente, mojando sus pequeñas manos en el agua. Había olvidado hasta su nombre. Solo recordaba el motivo por el cual tenía que estar allí encerrada. Y cada día que pasaba se le hacía más eterno. Cada rezo y cada tarea se convertían en una tortura difícil de soportar.
Se odiaba por su cobardía, por no haber sabido luchar por sus sueños. En ese momento tenía diecinueve años, pero cuando sucedió todo tenía diecisiete. Todavía seguía sin soportar la idea de estar casada con alguien que no amaba. Con alguien que cuando la tocaba lo único que le producía eran nauseas y miedo.
Ya tenía sus fuerzas renovadas, si salía del convento no soportaría la vida que tenía planeada su estricto padre para ella.
Oyó el susurro de la tela del habito y se estremeció, "ya la madre superiora me encontró. Se acabó la paz." Pensó con desagrado.
Pero cuando levantó la mirada se atragantó, unos enormes y preciosos ojos verdes la observaban. Todo su cuerpo dormido despertó a la vida. Por primera vez en su vida su corazón latió desesperado.
Él llevaba años muerto en vida, había optado por ser cura porque no le gustaba el tacto de las mujeres en su piel. En su momento creyó que era una buena idea, se aislaría del mundo y de aquello a lo que le tenía tanto miedo.
Pero últimamente se le hacía una tortura aquella rutina que él mismo se había impuesto. Necesitaba algo que no sabía que era. Una chispa, algo que le recordara que era un hombre.
Se bajó del coche, ya llegaba tarde, tenía que confesar a un ejército de monjas y hasta eso se le hacía fastidioso.
Entonces la vio, vio a un ángel sentado en la vieja fuente. Se paró a observarla y se preguntó cómo sería su cuerpo debajo de aquel hábito, sus manos temblaron cuando ella levantó la mirada y sus ojos grises se quedaron trabados con los suyos.
Una explosión recorrió sus almas y diferentes pensamientos se sembraron en sus mentes.
"Esto debe ser cosa del diablo." Pensó él.
"Esto debe ser cosa de Dios." Pensó ella demostrando que los polos opuestos podían atraerse.
Una monja anciana con cara de amargada se acercó a ellos rompiendo la magia de aquel extraño momento.
-Ah aquí estás Adela, tienes una visita. Te espera en mi despacho.- Informó la religiosa.
-Pero si atiendo a mi visita me perderé la misa madre.- Dijo ella con la voz más dulce que él había escuchado en su vida.
-Es importante, ve pero no te acostumbres a saltarte las misas y las confesiones.- Ordenó la monja.
Adela cabizbaja se levantó y dirigió sus pasos a la enorme puerta de madera, solo se paró unos instantes para escuchar la voz más sensual que había escuchado en su vida.
-No sea tan dura madre. Ahora entremos para que no se nos haga de noche.-
-Si padre Francisco, después de usted.- Dijo avergonzada la madre superiora.
Adela por educación aguantó la puerta abierta para que ellos accedieran al interior del convento. Cuando Francisco pasó por su lado sintió que su olor la mareaba y la excitaba. Nunca en su vida se había sentido así.
Francisco sintió que el olor a rosas de ella inundaba sus fosas nasales, nunca en la vida había deseado nada tanto como tocar a esa muchacha. Eso lo sorprendió, nunca había querido tocar a nadie de esa manera.
Adela se perdió por el luminoso pasillo hasta llegar a la puerta del despacho de ella, respiró hondo antes de abrir.
Pensaba que se encontraría con su padre pero se sorprendió cuando se encontró a aquel hombre que solo una vez en su vida había visto. El hermano de su padre. Su tío.
-¿Tío Javier?- Preguntó sorprendida.
-Si ratoncita. Siento no haberte visto más veces pero tú padre y yo no nos llevamos bien. Estoy aquí porque me estoy muriendo y llamé a tu madre para preguntarle por ti. Quiero despedirme de mi hija.- Contestó Javier dejándola en shock.
-Verás hija mía déjame contarte una historia. Mi hermano y yo fuimos rivales por el amor de tu madre. Por eso no nos toleramos. Por eso no he estado en tu vida. Tienes que saber que tu madre nos amaba a los dos, pero al final se decidió por Germán. Pero cuando se decidió por él ya tú estabas en su vientre. Nunca me lo confesó hasta que la llamé. Cuando le confesé que me moría aceptó verme, decirme dónde estás y aceptó que te dijera la verdad. Germán es muy dominante y controlador por eso creo adivinar porque estás aquí.-
Adela miró a aquel hombre que algo se parecía a ella, su misma tonalidad de gris en los ojos. Pelo castaño y lacio. Aunque él ya poco pelo le quedaba.
No sabía cómo sentirse respecto a aquella confesión, así que solo le contó la historia de su corta vida:
-Con diecisiete años mi padre decidió que me tenía que casar con Alejandro, su socio, me lo presentó pero a mí me daba miedo. Una vez intentó besarme y lo único que pude sentir fueron nauseas. Estaba aterrorizada, así que con dieciochos años decidí encerrarme en este convento. Es la única manera que encontré para escapar de esa situación.-
-Mi pequeña.- Dijo triste Javier, la encerró en su abrazo para darle consuelo. Cuando la dejó libre ella se sintió desamparada. Era extraño lo que el abrazo de un desconocido podía hacerla sentir.
Vio como iba hasta la mesa y cogía una carpeta que parecía estar llena porque abultaba mucho.
-Aquí te dejo la llave de tu libertad. Toda mi herencia es para ti, nunca tuve mujer ni hijos. Así que todo lo mío es tuyo. Te doy mi humilde hostal, mi casa en el campo y mi cuenta bancaria. Ahora tienes tanto dinero que incluso podrías cambiarte el nombre para que Germán no te encuentre.-
-¿Dónde irás?- Preguntó ella.
-Al hospital del pueblo donde he vivido todos estos años.- Contestó él triste.
-¿Cómo se llama el pueblo?-
-La hija de Dios.- Contestó él causando el asombro de Adela. -¿Quieres que te cuente la historia del pueblo?- Preguntó Javier.
-Si por favor.-
-Verás el nombre del pueblo proviene del latín, pero también corre la leyenda de que el pueblo recibió ese nombre por el primer propietario de mi hostal, que se apellidaba Dios. Cuando él murió la hija heredó el establecimiento. Y el lugar empezó a ser conocido como la hija de Dios. Bonito ¿Verdad?-
-Debes estar de broma.- Protestó ella sonriendo por primera vez.
Para despedirse se dieron un abrazo lleno de sentimientos.
En la foto Adela.
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PECADO TERRENAL
RomanceElla quiso huir de su padre, del compromiso que quería imponerle. Entonces tomó la decisión más fácil. Él es un hombre con unas fuertes convicciones morales. Ninguno conoce el amor, ni el deseo. Dios decide que se conozcan. Saltarán chispas. Tendrán...