capítulo 3

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"Si Dios existe, lo que yo sinceramente no creo, sabrá que el entendimiento del hombre tiene un límite. Fue Él quien creó este caos, donde reinan la miseria, la injusticia, la codicia, la soledad. Su intención debe de haber sido excelente, pero los resultados son nefastos. Si Dios existe, Él será generoso con las criaturas que deseen alejarse más pronto de esta tierra, y puede ser que hasta llegue a pedir disculpas por habernos obligado a pasar por aquí".
Que se fueran al diablo lis tabúes y las supersticiones. Su religiosa madre le decía: "Dios conoce el pasado, el presente y el futuro. En este caso, ya la había colocado en este mundo con plena conciencia de que ella terminaría suicidándose, y no sorprendería por su gesto.

Olivia comenzó a sentir un leve mareo,  que fue creciendo rápidamente.
A los pocos minutos ya no podía centrar su atención en la plaza que se extendían ante su ventana. Sabía que era invierno, debían de ser alrededor de las cuatro de la tarde, y el sol se estaba poniendo rápidamente. Sabía que otras personas continuarían viviendo; en ese momento, un muchacho que pasaba frente a su ventana la miró, obstante, tener la menor idea de que ella estaba a punto de morir. Un grupo de músicos bolivianos (¿donde está boliviano? ¿por qué los artículos de las revista no pregunta eso?) tocaba delante de la estatua de francè  Prseren, el gran poeta esloveno que marcara profundamente el alma de su pueblo.

¿llegaría a escuchar hasta el fin música que provenía de la plaza? Sería un bello recuerdo de esta viva: el atardecer, la melodía que comparta los sueños del otro lado del mundo, el cuarto templado y escogedor, había decidido detenerse y ahora se dirigía hacia ella. Como se daba cuenta de que las pastillas ya estaban haciendo efecto, él sería, con toda seguridad, ka última persona que vería.
Él sonrió. Ella retribuyó la sonrisa: no tenía nada que perder. Él la saludó con la mano; ella decidió fingir que estaba mirando otra cosa, al fin y al cabo el muchacho estaba queriendo ir demasiado lejos. Desconcertado, él continuó su camino, olvidando para siempre aquel rostro en la ventana.

Pero Olivia se quedó satisfecha de haber sido deseada una vez más. No era por ausencia de amor por lo que se estaba suicidando. No era por falta de cariño de su familia, ni problemas financieros, o por una enfermedad incurable.
Olivia había decidido morir aquella bonita tarde de Ljubljana, con músicos bolivianos tocando en la plaza, con un joven pasando frente a su ventana, y estaba contenta de no tener que contemplar aquellas mismas cosas durante treinta, cuarenta o cincuenta años más, pues iría perdiendo toda su originalidad al estar inmersas en la tragedia de una vida donde todo se repite, y el día anterior es siempre igual al siguiente.

El estómago, ahora empezaba a dar vueltas y ella se sentía mal. " Qué gracia; pensé que una sobredosis de tranquilizantes me haría dormir inmediatamente." pero lo que le sucedía era un extraño zumbido en los oídos y la sensación de vómito.
" si vómito no moriré"
Decidió olvidar los cólicos, procurando concentrarse en la noche que caía con rapidez, en los bolivianos, en las personas que comenzaban a cerrar sus tiendas y salir. El ruido en el oído se hacia cada vez mas agudo y, por primera vez desde que había ingerido las pastillas, Olivia sintió un miedo terrible ante lo desconocido.

Pero fue rápido. Enseguida perdió la conciencia.

Entre La Vida El Más AlláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora