Capítulo 2 ¿Nos casamos?

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-No me lo puedo creer que fueras a marcharte así y dejarme preocupado y preguntándome que habría sucedido. Si no hubiera llegado pronto... -sacudió la cabeza incrédulo-. Ibas a marcharte y ya está ¿no?

-Sí. ¿Ya terminamos la conversación?

La brillante idea se dibujó en su mente en ese momento mientras la miraba allí de pie, triste y perdida entre dos baqueteadas maletas. Sabía que hacer.

-Nos casaremos -dijo él-. Es la solución perfecta.

Ella no dijo nada, se limitó a mirarlo en silencio en medio de esas dos maletas.

Tenía que alejarla de las maletas.

-Vamos -hizo un gesto por encima del hombro-. Vamos al salón. Sentémonos. Bebamos algo. Hablemos. Lo pensaremos juntos.

Ella siguió allí de pie entre sus maletas mirándolo con una expresión que no decía nada.

-¿El salón? -repitió el casi temiendo haberla asustado y que tirase las maletas por la ventana y ella saltase detrás.

Hubo otro largo silencio y entonces, cuando estaba a punto de perder las esperanzas, dijo:

-Vale. De acuerdo. Hablemos.

-Estupendo -dijo él-. Fantástico -se dio la vuelta y ella lo sigue sin hacer ruido. En el salón, se apoyó en un sillón de cuero-. ¿Algo de beber? -pregunto en tono alegre.

-No, gracias -dijo ella, y apretó los labios.

Así que él se sentó en el sillón a pocos metros de ella y puso su expresión más sincera.

-Alejandra, no me puedo permitir perderte. De eso va todo esto. Eres demasiado buena en lo que haces. Jamás podría reemplazarte. Es sencillamente imposible.

Extraño. Llevaba dos años trabajando para él. La cuestión de no poder tocarla nunca había sido un problema antes, pero en ese momento era irritante. Si pudiera tocarla, sabría que la convencería. Pero él estaba en un sillón y ella en otro, y dado que el contacto físico estaba descartado, decidió que tenía que conseguir llegarle al corazón. Por surte, era un maestro en eso. Se ganaba la vida así, después de todo.

-Tienes que admitirlo. Nos hemos llevado muy bien. No tengo quejas, ¿Y tú?

Trago saliva y negó con la cabeza, el largo flequillo se movió como un velo sobre sus grandes ojos.

-Además está Daniel, Alejandra. ¿Qué le digo a Daniel si no arreglamos esto? No puedo creer que ni siquiera se lo fueras a decir.

-No... Puedo decírselo. Tiene familia aquí. Ya hace mucho por mí. Mejor no implicarlo

-Le debo la vida -dijo Rafael con un toque dramático.

O eso pensaba el hasta que se dio cuenta de que ella trataba de no sonreír.

-No deberías conducir tan deprisa.

Si, cierto, le gustaba conducir deprisa, siempre le había gustado. Cuando aún estaba en Utah, Daniel le había sacado de un coche en llamas después de que él hubiera perdido el control y hubiera chocado contra un muro. Aun se arrepentía de haber destrozado ese coche. Un Mustang del 68 que había restaurado el mismo en el instituto con un poco de ayuda de su hermano Andrés.

-Esto no tiene nada que ver con la conducción -le dijo en un tono al mismo tiempo severo y de reproche-. Esto tiene que ver contigo y conmigo y con el pobre de Daniel, que se va a quedar más alucinado si te marchas de mi casa y desapareces. Esto tiene que ver con que necesitas permitirme que haga estos por ti y por el hombre que salvo mi vida.

Alejandra lo miraba con expresión indescifrable. Finalmente dijo con calma:

-Te casas conmigo para no tener que casarte con esa tal Marian.

Pillado. Sí, claro. Quitarse de encima a Marian Celeste era un beneficio extra. De todos modos, ¿en que estaba pensando para acostarse con una colega? Jamás debería haberlo hecho. Pero era un problema que tenía en lo referente a las mujeres. ¿Cómo iba a resistirse? Olían tan bien y tenían una piel tan suave...

Carraspeo.

-Alejandra, sabes que no iba a casarme con Marian.

-Lo malo es que Marian no lo sabe.

Cierto. Demasiado cierto. Justo la noche anterior, Marian lo había seguido por la casa diciendo: "Tic, tac, tic, tac..." Era el sonido de su reloj biológico. Quería un anillo y un bebe antes de los treinta y cinco. El solo quería quitársela de encima. Pero Marian era una mujer de ideas fijas y no aceptaba que él no fuera su hombre.

Volvió a Alejandra y sus problemas con inmigración. Puso la mejor de sus sonrisas.

-Bueno, una vez que nos hayamos casado, Marian lo vera todo claro.

Hubo un silencio enervante. Alejandra seguía mirándolo desde abajo del flequillo con las manos unidas en el regazo. El mantuvo la boca cerrada esperando a que accediera a casarse con el reconociendo que era útil para los dos. Pero ella no decía nada. Cuando no pudo soportar el silencio por más tiempo, dijo:

-Mira, ¿Podemos olvidarnos de Marian, por favor?

Ella se limitó a asentir en silencio.

-Acordado -dijo con confianza-. Volaremos a La Vegas mañana y nos casaremos el día de San Valentín. La semana que viene podrás ir a inmigración con un certificado de matrimonio en la mano.

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Amor InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora