Escena 4. La bohème

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Henry G. Aguiar Sanchez

Contestar la llamada no era una opción, sabía que no podría escapar de la suave melodía de su voz y ese acento que lo enloquecía, ese "por favor", hacía que surtiera un efecto hipnó­tico dentro de su cerebro y, de allí en ade­lante, estaría a merced de todos sus antojos. Después de cinco llamadas perdidas decidió terminar con su tortura, en el preciso momento en que iba a pulsar el "off" del apa­rato, llegó un whatsapp.

—¿Tampoco vas a leer el mensaje? —preguntó su in­condicional amiga.

Estaban los dos llegando al Starbucks y a punto de cruzar la puerta para empezar a trabajar. Mar no le qui­taba la mirada de encima, soñando despierta una vez más de que fuera ella quien causara ese efecto en Andrés y, volviendo a la realidad sugirió:

—¡Léelo! —Andrés levantó la mirada y esbozó una sonrisa de "qué pardillo soy" y pulsó abrir. Entonces em­pezó a sonar aquella suave melodía en piano y seguido la letra que decía:

Bohemia de París

Alegre loca y gris de un tiempo ya pasado

En donde en un desván

Con traje de can-can

Posabas para mí...

Mar disimuló lo más que pudo y entró al local haciendo un gesto amable, viendo como su gran amigo y secreto amor se quedaba suspirando, inmóvil, paralizado en el tiempo escuchando aquella canción, era un lenguaje que solo él y Brigitte conocían.

En una de sus tantas salidas, en un restaurante que había escogido en esa ocasión Brigitte, el músico que amenizaba la velada y que complacía a los clientes del lugar, entonó aquella canción, se limitaba a cantarla, no decía de quien era la sugerencia, pero fue Brigitte quien le hizo saber a Andrés que esa era su petición. Esa canción le recordaba a su madre, que en su juventud fue bailarina del Moulin Rouge, el lugar donde nació el popular baile y, que hasta la fecha actual, las bailarinas que interpretan el famoso can-can, son el sello de la casa. Allí su padre quedó encandilado de su madre en una de sus tantas visi­tas, en lo posterior se casaron y formaron una familia, pero era esta canción de Aznavor con la que su madre se transportaba a esos viejos tiempos y con la que Brigitte creció, escuchándola en su compañía.

Andrés seguía hipnotizado por la melodía, recor­dando su sonrisa, su mirada, sus gestos y cómo su larga melena pelirroja bailaba con el viento, recordaba esas no­ches de pasión desenfrenada, su perfume y hasta el embria­gador aliento de su boca. Que ahora solo fueran recuer­dos, dolía, se sentía incompleto y lo peor de todo era que ella estaba prohibida para él. Por fin la canción terminó. Andrés suspiró y pasó su mano acomodando sus rebeldes rizos oscuros, en ese acto, su mirada se cruzó con la de Mar, que con una cómplice sonrisa y un leve gesto le hizo saber que tenía que entrar ya.

Toda la mañana y parte de la tarde que duró el turno de trabajo, Andrés pasó abstraído en sus pensamien­tos, con sentimientos encontrados, con unas ganas locas de salir corriendo a buscarla y fundirse con ella en un eterno abrazo, y a la vez intentando contenerse porque debía alejarse de ella, se lo había prometido a De Martino y no podía poner en peligro a su mejor amiga, Mar.

En completo silencio una vez terminaron el trabajo, cada quien fue hasta su taquilla para quitarse el uniforme, cuando Andrés salió buscando a Mar para ir a comer algo, no se dio por enterado de cómo ella se había arreglado, llevaba un modelito muy sexy, hasta se había puesto algo de maquillaje resaltando sus verdes ojos que contrasta­ban con su pelo negro azabache.

—Vamos por un kebab aquí en la esquina y... —sugi­rió Andrés a medias, porque su discurso se cortó en seco cuando justo en la acera de enfrente, un músico ento­naba en melodía de violín, la misma canción: La Bohème. Andrés se puso en alerta total y sin disimulo em­pezó a buscarla con la mirada, de pronto escuchó una frase que llamó su atención:

—¡Hay que joderse! —subrayó Mar que no pudo con­tener su desazón, y para sorpresa de Andrés, que hizo caso omiso a la mencionada alusión. Mar se percató de su reacción, levantó las dos manos mientras dibujó una forzada sonrisa y se le venían los colores encima.

—Lo siento Mar, nos vemos mañana —explicó Andrés sin darle tiempo a réplica, inmediatamente en un par de saltos cruzó la calle a la vez que buscaba con su mirada en todos los transeúntes, sin obtener el resultado que él esperaba: Brigitte. A cambio, el músico improvi­sado extendía su mano y le entregó una nota que decía: "entra por el callejón, Brigitte". El mencionado callejón que era así conocido por todos, y solo transitado por viandan­tes, se comunicaba con la calle paralela, era estrecho y oscuro, incluso a luz del día por la poca luminosidad que dejaban pasar los edificios que lo custodiaban. Sin perder tiempo caminó a paso ligero y una vez entró en él, divisó la silueta inconfundible de Brigitte, sentía que el corazón se le salía del pecho, y Mar quedó plantada frente al Star­bucks viendo cómo aquel con quien ella soñaba, casi co­rriendo se adentraba en el callejón para desaparecer en el acto. Brigitte mientras tanto cruzaba la calle quedando en la acera de enfrente y empezó a caminar. Andrés con respi­ración agitada una vez alcanzó la calle donde la di­visó, también empezó a caminar, uno frente al otro, uno en cada acera, sin quitarse las miradas, era como si el mundo se hubiese parado y, aun estando las calles atiborra­das de personas, para ellos no existía nadie más.

Entonces Brigitte se adentró una vez más en otra ca­llejuela que decía "Solo vecinos", era una calle estrecha donde cabía solo un coche a la vez. Andrés no dudó ni un instante en lanzarse a la otra acera para seguirla, esa calle­juela estaba desolada, y a unos veinte metros detrás de unos enormes contenedores, escuchó:

—¡Aquí! —reconoció inmediatamente ese acento quelo enloquecía, rodeó los contenedores y allí estaba ella: perfecta, con unpequeño vestido gris que se amol­daba a su esbelta figura, un pañuelo blancocubría su ca­beza, parecía un ángel. Con respiración agitada, su mi­rada, suboca, sus manos la reclamaban, Andrés se aba­lanzó contra ella y sin mediarpalabra la besó apasionadamente, sus cuerpos vibraron...

El peligro de amarWhere stories live. Discover now