Escena 8. La habitación del pánico.

53 2 0
                                    

Itsy Pozuelo

Mar lloraba desconsolada. Quería salir de allí, que la dejaran en paz, acudir a los brazos de Andrés en busca de refugio. La imagen de su amado le vino como un flash, se preguntaba si acudiría a rescatarla. Era consciente de que estaba allí por él, por esa estúpida relación que mantenía con la mujer del mafioso. Mil veces le había advertido de que todo acabaría mal, pero no la había escuchado, estaba demasiado cegado por la pasión como para verlo incluso después de haber sido amenazado por él. Mientras, ella observaba todo desde la lejanía, sufriendo. Era su sino, sufrir por los hombres de su vida.

Sus gritos empezaron a elevarse cada vez más, la desesperación se apoderó de ella. Por su mente se pasaban las terroríficas imágenes de lo que harían con su cuerpo. Iban a matarla y la harían sufrir. No iban a conformarse con darle un tiro en la cabeza. El marido quería vengarse y cobraría toda su frustración con ella. El miedo la bloqueó, sintió cómo su mundo se desmoronaba y la presión pudo con ella. Su cuerpo quedó inerte en el suelo. El matón que la sujetaba miró al suelo al notar que Mar había dejado de poner resistencia.

—El cachorrito se ha desmayado —se burló dejándola caer con desprecio. Andrea soltó una carcajada.

—Metedla en la habitación —ordenó—. Avisadme cuando despierte.

Cuando Mar despertó todo era oscuridad, sus ojos estaban tapados con una gruesa tela. Quiso gritar pero se encontró con una gran resistencia; tenía en la boca un trozo de papel y cinta aislante. Notó cómo los brazos le tiraban, los tenía atados a la espalda junto con las piernas. Cada vez que las movía tiraba a su vez de sus brazos. El dolor era insoportable y las lágrimas volvieron a recorrer su rostro angustiado.

En la habitación solo se escuchaba el sonido de su agitada respiración, el latir de su corazón y los intentos, ahogados en la desesperación, de expulsar la voz de su cuerpo. Los minutos pasaban en lo que a ella se le antojaban horas, las imágenes de Andrés con la francesa la taladraban y un intenso odio empezaba a surgir en su interior. Estaba pasando por todo aquello por culpa de ese miserable, podría haberse quedado con ella, haber tenido una relación normal, pero no... Él tenía que tener un idilio con la francesa. Con esa maldita bruja que no había sido capaz de dejar a su marido y ahora ella estaba allí, atada de pies y manos, a punto de morir.

El tintineo de unas gotas de agua estrellándose contra el suelo le llamó la atención, ese sonido era nuevo. ¿Habría alguien ahí con ella? De ser así debía ser muy silencioso. Lo descartó, nadie podría estar tanto tiempo en silencio sin hacer el más mínimo ruido. Se preguntaba cuántas horas habrían pasado ya. El sonido del agua la estaba volviendo loca. La desesperaba. El trasero le dolía de estar sentada. Necesitaba moverse, se moría de sed, necesitaba ir al baño y ahora se añadía el molesto sonido de las gotas de agua.

Sentía que iba a enloquecer.

El entumecimiento había llegado a parte de su cuerpo, quería llorar pero ya no le quedaban lágrimas que desechar. Su estómago rugía molesto.

Un chillido ahogado acompañado de un fuerte espasmo hizo que Mar cayera al suelo.

Se maldijo por dentro y se juró que si conseguía salir de allí con vida, ella misma se lo haría pagar. La Mar buena e ingenua acababa de morir en la oscuridad que le proporcionaba la tela que cubría sus ojos.

Debía conseguir salvar su vida y si para ellotenía que vender su alma al diablo, lo haría.    

El peligro de amarWhere stories live. Discover now