Inma Flores
Mientras, Andrea de Martino apenas podía pensar debido al estado de ira en el que se encontraba.
—¿Qué hago con la muchacha? ¿La voy descuartizando, poco a poco? —preguntó a uno de sus sicarios, Mario, el más bárbaro de todos.
—No se preocupe, jefe, la tiraremos al mar desde su helicóptero. Antes le pondremos un cubo de cemento en los pies, así se hundirá más rápido —contestó Mario.
—No es una buena idea; tenemos que demostrar a Andrés que la "pierde poco a poco", como yo he ido perdiendo a mi esposa —dijo Andrea de Martino bastante enojado.
—Entonces, jefe, cogeré las tenazas y comenzaré por cortarle alguno de sus dedos... o mejor aún, una oreja —dijo, con los ojos abiertos como platos—. Mejor aún, podemos cortar su lengua, así jamás podrá decirle qué es lo que ha ocurrido.
—¡Le quiero ver sufrir, le quiero humillado, le quiero rendido...! —gritó su jefe.
Dos plantas más abajo, en el sótano, Mar casi se asfixiaba. Su respiración era agitada, pero sin el oxígeno suficiente. A través de la boca no le entraba nada de aire, y por la nariz no entraba el necesario. Estaba nerviosa... más que nerviosa, histérica.
Por instantes dejaba de amar a Andrés para comenzar a culparle por la situación en la que se encontraba. Cuando pensaba en sus ojos le recordaban un veraniego cielo y se sentía volar... ¡Cuánto hubiese dado por poder volar a su lado y advertirle del peligro que corría! En su interior había una enorme contradicción: lo quería a su lado, disfrutar de su compañía, de su amor... y a la vez deseaba que no le pasase nada, que fuese feliz, aunque fuese en los brazos de otra mujer. Aún así tenía claro que Brigitte no era mujer para él. Esa estúpida pelirroja con aspecto de astro de celuloide era capaz de poner en peligro a Andrés sólo por el antojo de verlo.
A momentos sentía que se desmayaba... perdiendo la consciencia. No era capaz de escuchar el ruido del vehículo que merodeaba por la casa una y otra vez.
El conductor del vehículo estaba buscando el furgón en el que raptaron a Mar. Se trataba de Fernando, un profesor de la Facultad de Ciencias de la Información, donde estudió Mar, aunque no terminó la carrera.
Fernando conoció a Mar cuando le daba clases. En una tutoría se fijó en el carácter amable y dulce de la joven y siempre estaba pendiente de ella porque sabía que con la sensibilidad que poseía, además de lo avispada que era para percatarse de lo que la mayoría de la gente no veía, sería una buena periodista. Cuando al año siguiente la joven tuvo que dejar los estudios para cuidar a su madre, la llamaba de vez en cuando a casa para interesarse por ambas. Al fallecer doña Manuela, Mar no pudo volver a estudiar, así que desde que Fernando se enteró que trabajaba en el Starbucks se convirtió en un cliente asiduo. Así fue como también conoció al muchacho y se hizo amigo de Andrés. Fernando había perdido a su familia en un accidente de coche (esposa y dos hijos), y desde que supo que Andrés también estaba solo, siempre se sintió parte de su familia.
La brusca forma en la que secuestraron a Mar, en plena calle, le torturaba.
Cuando ya se convenció de que el vehículo sólo pudo huir hacia la dirección en la que se encontraba, paró su vehículo, tomó un palo de béisbol que guardaba escondido bajo el asiento trasero y se bajó del coche.
Comenzó a acercarse a las viviendas, mirando a través de las ventanas. Casi todas las casas de aquella manzana parecían abandonadas.
Cuando se aproximó, sigiloso, a la tercera de las viviendas, vio tras una ventana una furgoneta igual a la que perseguía.
—¡Ajá, ya te tengo! —se dijo, intentando no hacer ruido.
Bordeó la casa de tres plantas, mirando ventana a ventana todas las que se encontraban a su alcance y que daban a diferentes habitaciones de los sótanos.
De repente vio, tras una de ellas, lo que le parecía el cuerpo de Mar, todo encogido, atado de manos y pies y, caído en el suelo.
—¿Cómo podré entrar sin hacer ruido? —pensó.
El ruido de una moto que se acercaba le distrajo un poco.
Acto seguido se quitó su chaqueta y envolvió en ella el palo que portaba, dando un golpe certero en el cristal a la vez que aprovechaba el ruido que hacía la potente moto para que no se escuchase la rotura de la ventana.
Como pudo se deslizó por ella y entró en la habitación. Tuvo que saltar pues la ventana que estaba casi a ras del suelo del jardín, dentro de la habitación estaba a dos metros de altura.
Sacó la navaja que siempre llevaba en el llavero y se dispuso a cortar las ataduras a la joven, a la vez que le susurraba:
—Mar, no te asustes, soy yo... Fernando. He venido a buscarte. No temas —le dijo dulcemente, al oído.
—¿Fernando? ¿Eres Fernando? —preguntó Mar sin poder abrir los ojos, aún con ellos vendados—. ¿Dónde estoy? —prosiguió.
—No lo sé aún. Vi cómo te secuestraban en plena calle. Los seguí, y tras dar muchas vueltas llegué a la conclusión de que sólo podían estar por aquí, así que me bajé y comencé a investigar. Ahora no hagas ruido. Nos pueden oír —comentó el profesor en voz muy baja, con mucho miedo en la mirada, que intentaba disimular para no trasmitírselo a la muchacha.
Cuando Mar tuvo las manos libres se abalanzó sobre su cuello y le besó una mejilla. Fernando se puso rojo como un tomate maduro, e intentó disimular.
Tomó una silla, con sumo cuidado y la puso junto a la ventana, ayudando a la joven a salir por ella para acto seguido conseguir salir él. A los pocos minutos ambos estaban a salvo en el vehículo, rumbo a la casa donde antiguamente vivía Fernando y que no constaba inscrita en ninguna parte, pues aún continuaba a nombre de su fallecida esposa.
—Te llevaré a un lugar seguro, donde no puedan encontrarte —le dijo, mirándola fijamente a los ojos, con una ternura infinita.
—Debería llamar a Andrés, debe saber que ya estoy bien.
—¿Andrés también está metido en este lío?
La respuesta de Mar fue una lágrima rodando porsu mejilla.
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El peligro de amar
RomanceEl peligro de amar, es la segunda creación de la dinámica llamada "Anaquel Live" del grupo literario "Anaquel Literario", en esta ocasión el género romántico pero... no solo eso... descúbrelo. La escritora María del Pino es la invitada a dar inicio...