Escena 10. Más que amigos.

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Mary Ann

La mano de Fernando se dirigió lentamente a la mejilla de Mar. Recogió aquella lágrima y la acarició, sonriendo para tranquilizarla.

—Pronto llegaremos a buen resguardo, le llamaremos desde allí —comentó él.

Después ya no habló en todo el trayecto hasta su casa. Mar lloró casi todo el camino, pero él le dejó intimidad para que pudiera soltar tanta tensión acumulada en las últimas horas. Un par de veces él acercó su mano a la rodilla de ella, acariciándola lentamente, para volver a colocarla en el volante. Ella no apartaba su mirada de la ventanilla, avergonzándose al expresar sus sentimientos de aquel modo, pero sin poder ni querer evitarlo.

Al llegar a la verja, Fernando se bajó para abrir la cancela. Volvió a entrar en el coche con el fin de meterlo dentro, junto al jardín. Ella le preguntó:

—¿Dónde estamos, Fernando?

—En mi casa. Bueno, de mi mujer, para ser exactos —le respondió serio—. Estate tranquila. Aquí no nos encontrarán.

Fernando la abrazó, ofreciéndole su pecho para llorar. Ella le pasó de nuevo los brazos por el cuello y lloró. Lloró mucho. Hasta que se tranquilizó. Entonces él salió del coche, le abrió la puerta y cogiéndola de la mano, la acompañó al interior de la casa.

Ya sintiéndose resguardados en la seguridad que les brindaba aquel chalet, Fernando rápidamente le dio su móvil a Mar, pues el de ella no sabía dónde lo había perdido entre todo lo sucedido, Mar marcó el número de su imposible amor. Andrés al ver un número desconocido llamándolo, no supo qué hacer, terminaba con tres nueves, se le quedó grabado en la memoria, entonces Brigitte intervino:

—Espera, déjame ver quién es. —Pensativa dudó un momento—. No es de mi marido, será de uno de sus guardaespaldas, pero... no estoy segura.

—Brigitte, tengo que contestar.

—No, lo haré yo, que yo esté aquí seguramente es la razón de que sigas con vida —y sin preámbulos contestó—: Hola, ¿quién es?

Mar se quedó en silencio al reconocer esa voz, sentimientos entremezclados de rabia y celos le invadieron y colgó. Brigitte al otro lado solo hizo un gesto y creyó haber acertado en su suposición. Mar también creía y se consolaba al pensar que, si estaba con ella, seguramente De Martino no se atrevería a nada, al menos de momento.

Fernando dejó a Mar en el sofá y la tapó con una manta. Inmediatamente se puso con la tarea de encender la chimenea, preparar una sopa caliente para cenar y por fin, se sentó junto a ella.

—Mil gracias, Fernando. —Y le dio otro beso en la mejilla. Esta vez fue más lento, más cálido. Fernando cerró los ojos, queriendo guardar la sensación de aquellos labios en su cara. Por un segundo los imaginó en sus propios labios y un leve gemido escapó de su boca.

—Voy a por la cena. Ya estará lista —comentó azorado. Si él se atreviera... Si tan sólo pudiera dejarse llevar...

Mar ya estaba mucho más tranquila. Aprovechó para ir al servicio y asearse un poco. Al volver al salón de la preciosa casa, Fernando ya había preparado unas bandejas con unos cuencos de sopa y unas tortillas. Había sacado pan del congelador y lo había descongelado en la chimenea.

—¡Qué bien huele! ¿Has cocinado? Y ¡¿cuántas cosas hay en la casa?! —preguntó ella felizmente asombrada.

—Vengo a menudo aquí. Siempre tengo pan y comida en el congelador, así como huevos, aceite y esas cosas que se tienen en una casa de pueblo.

El peligro de amarWhere stories live. Discover now