Los cuatro hombres, que habían estado manteniendo una agradable charla hacía unos momentos, más el francés, quién seguía los pasos de sus compañeros, se detuvieron al llegar a la zona donde se encontraban las jaulas de esos animales.
Dos de ellos, se acercaron a la celda en la cual Samuel reposaba su cuerpo sobre la incómoda cama de ese sitio y lo llamaron.
—Eh, tú —El chaval levantó la mirada para ver qué coño querían esos payasos—. Acércate.
Guillermo no entendía lo qué estaba sucediendo. Se acercó a los barrotes para ver y poder entender algo. ¿Sabrían que había sido Samuel y sus amigos quienes lo quemaron? ¿Y cómo era posible eso? ¿Se lo habrían chivado algún preso? Deseaba con toda su alma que así fuera.
Él no lo había dicho, así que no podían enfadarse más aún con él y vengarse por haberlo contado.
Miró a uno de los presos, quién también lo miraba a él. Y parecía hacerlo con lástima. ¿Por qué? Se había preguntado, pero aún así no conseguía sacar nada a relucir.
—¿Qué pasa? —La voz del castaño sonaba furiosa y sin ganas. Odiaba que lo molestaran.
—¿Qué te parecería que durante una hora, te cambiásemos de celda? —El chico arrugó el entrecejo, sin entender nada. ¿Por qué harían eso? ¿Habían descubierto algo y querían castigar lo de alguna manera que aún no entendía?
El hombre que le estaba hablando, fijó los ojos en Guillermo, el cual seguía allí asomado para enterarse de lo que estaba ocurriendo.
A Samuel se le despejó el rostro y estuvo a punto de sonreír. Pero no lo hizo. Tenía que ser cuidadoso.
—¿Queréis...? —El de uniforme azul asintió sin dejarlo terminar la frase.
—Como mandes, jefe —dijo, haciendo un gesto con las manos, como si les diera a entender que estaba dispuesto a hacer todo lo que le dijeran. Aunque bien sabían que eso no era así. Pero ese caso era especial, y el chaval lo aceptaría—. ¿Qué tengo que hacer?
Los ojos rasgados del moreno buscaron con urgencia los de algún otro que pudiera ayudarlo. Ninguno lo estaba observando ahora. Todos estaban pendientes de Samuel, menos uno de ellos, Pierre, quién se sentía culpable de colaborar en eso. Pero él no podía hacer nada. Era el único que no estaba de acuerdo con las formas de solucionar los problemas en ese lugar. No podía hacer nada en contra de tanta gente.
Guillermo miraba al francés con terror, y este último casi podía leer su mente. No, por favor, decían sus ojos. No permita que lo hagan.
Los labios del joven Pierre se movieron para articular dos palabras mudas. Lo siento. Y el chico había conseguido entenderlas.
La única persona que, quizá, podría ayudarla, no iba a hacerlo.
—Sólo tienes que mantener una acalorada charla con él —Miguel era quién hablaba ahora—. Consíguenos información. Y si no te suelta nada...
Esas palabras dejaron a la imaginación de De Luque, hasta donde podría llegar con el chico.
—Sé lo más paciente que puedas.
—Lo seré. —respondió. Levantó la cabeza, echó un vistazo a su nueva celda por tiempo limitado, y dibujó una pequeña sonrisa en sus labios. Guillermo se estremeció al ver que le sonreía.
Percy, quién se hacía el dormido, escuchaba atentamente lo que estaban diciendo ahí afuera. Y era interesante. Muy interesante.
—Bueno, ya sabes el procedimiento...
Samuel se colocó de espaldas a la puerta, con las manos cruzadas a su espalda.
Le abrieron, colocaron las esposas alrededor de sus muñecas —las cuales no le iban a durar demasiado—, y lo sacaron de allí.
Mientras eso estaba sucediendo, otro había introducido la llave en la cerradura de la celda de Guillermo. Este se fue tan lejos de la puerta, como fue posible. Sabía que eso no solucionaría nada, pero su cuerpo se había movido automáticamente, presa del pánico.
Su nuevo compañero entró con él.
El chico nuevo veía todo eso como a cámara lenta.
Mientras le quitaban las esposas, Samuel, que estaba de espaldas a todos ellos, sonreía con maldad hacia el chico. Nadie podía verlo, sólo él.
Esa sonrisa era sólo para él.
De nuevo, su cuerpo se movió inconscientemente, queriendo protegerse.
Retrocedió un par de pasos más y notó algo que se le clavaba en la espalda. Era la maldita fuente.
—Muy bien —habló, de nuevo, uno de los carceleros. Samuel se giró para mirarlo a los ojos—. Os dejamos solos. Lo que pase a partir de ahora no nos incumbe —Cerraron la puerta y corrieron la llave—. Mucha suerte, pequeño... —Aquello último había sido dicho con maldad. No sólo se había notado en la voz, sino en esos oscuros ojos que habían mirado al chico con odio.
Se escucharon un par de escandalosas risas, antes de que los azules desaparecieran de allí.
Samuel se dio media vuelta, y sus miradas se cruzaron otra vez.
El contrario se había quedado estático. No era capaz de mover un sólo músculo.
Ese hombre iba a estar en el mismo cubículo que él, durante una hora que se le haría increíblemente eterna.
¿Cuánto podía demacrar su cuerpo en ese tiempo? Mucho, se dijo. Eso si no lo terminaba matando.
Si esos hombres lo habían dejado allí con él y después se habían largado, era evidente que no les importaba si llegaba a suceder.
—Hola... Guillermo —A medida pronunciaba las palabras, los temblores iban incrementando en el cuerpo del chico. Su cuerpo se acercaba, lentamente al del novato, y este seguía sin poder moverse. Todo eso lo había pillado de imprevisto—. Ohhh... ¿Tienes miedo? No tienes porqué tenerlo... Ven aquí...
—¡No des un paso más! —Se atrevió a vociferar. Samuel se había detenido, pero porque no se esperaba el grito del chico. Luego continuó acercándose a él, con expresión divertida en su rostro— ¡Te golpearé!
Y lo hizo en cuanto el castaño estuvo a su alcance. Este se puso serio. Realizó un movimiento rápido con ambas manos, dejando al menor tumbado en el suelo.
De Luque se sentó sobre su cuerpo, acercó sus labios a su oído y le susurró algo que le heló la piel.
—Deberías aceptar ser mi zorrita... Quizás así te deje vivir...
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Prisioneros [Wigetta]
FanfictionSamuel y Guillermo son dos prisioneros que empiezan su relación con mal pie. Uno hará lo posible para encarar al otro, quien, en vez de rendirse y dejar de molestarlo, se hará cada vez más pesado. ¿Qué pasará entre estos dos chicos? ¿Decidirán, alg...