El libro

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— ¿Qué tal con tu cita? — me dijo Ruth nada más llegar a casa. Estaba de pie en la cocina comiendo helado de naranja, mientras Manu limpiaba las sartenes que había estado usando para preparar la cena. Era su famoso pollo teriyaki con verduras a la plancha.

— Espera y ahora te cuento, que voy a dejar las cosas —le dije.

Fui a mi habitación para dejar el bolso, una caja metálica con galletas de Begoña encima de la cama y a Heliodoro dentro de la jaula. Le tapé y fui resuelta a la cocina. Cuando llegué ayudé a poner la mesa y terminar de recoger para que Manu no lo hiciese todo solo. Ruth era buena chica, pero siempre intentaba escaquearse de las tareas domésticas. Según ella la cocina era "territorio de Manu" y el baño mi "zona de recreo particular". Por lo que a ella le quedaba barrer, fregar el suelo cada dos días y quitar el polvo... Una vez al mes. Al final te acostumbras, pero cuando Manu llegó a casa las primeras semanas tuvo muchas discusiones con Ruth porque él era alérgico a los ácaros. Al final lo solucionaron y acordamos que el polvo se pasaba una vez a la semana por turnos.

— Manu es la hostia cocinando, pero le falta innovar. ¿Qué tal si le pones un toque de naranja a tu salsa teriyaki y creas, no sé, la salsa manutaki?

— ¡Ni se te ocurra echar helado ahí! — Manu corrió a salvar su cuenco de salsa de las traviesas manos de nuestra amiga. — Con tanto Top Chef se te va la olla. Siéntate, anda.

— Que no hombre, te lo digo para fastidiar. Mañana cocinaré yo una cosa de esas llenas de contraste, textura y sabor.

— ¿Y lleváis así toda la tarde? No se os puede dejar solos pareja — dije riéndome.

— Tu no te vas a librar de contarnos lo tuyo, así que no desvíes el tema. Venga ahora te toca. ¿Qué tal hoy? — me dijo Ruth mientras Manu le servía la cena.

— Bueno pues eran unos amigos de mi abuela, la que se murió hace poco. Se conocían de la escuela y de la juventud. Muy majos, viven en una casita en el campo con su hijo que es biólogo o algo así... Se llama Max. Y nada, me invitaron a comer un guiso y luego hemos estado hablando y haciendo galletas. He traído unas cuantas para el postre.

— Entonces, ¿no los habías visto nunca antes? — me preguntó Manu. — Porque si tan amigos eran podías haber coincidido con ellos en la residencia, el hospital o el entierro.

— Ya... No sé, quizá me los he cruzado y no me he dado cuenta. Pero coincidir como tú dices, nunca.

— Vamos a hablar de cosas serias chicos, como por ejemplo ¿estaba bueno el hijo? ¿Tendría yo alguna posibilidad con él?

— ¡Ruth! —Rechistó Manu.

— Bueno, no estaba mal —dije.— Pero no era mucho de mi estilo. Parecía de esas personas que se enfrascan en una cosa y hasta que no terminan no lo dejan. Es como una especie de biólogo y está haciendo un libro sobre especies de la Península.

— Un cerebrito... Me gustan los tíos inteligentes. Ya me lo presentarás — dijo mi amiga riéndose. Sus mejillas se pusieron un poco rojas. Manu la miraba meneando la cabeza con desaprobación. — Venga vale, me pongo seria. ¿Y te han enseñado fotos o algo?

— Sí, de ellos en un cumpleaños de mi padre, cuando era muy pequeño y mis abuelos muy jóvenes. También de los tres cuando se graduaron y de alguna vez cuando salían al cine.

Les seguí contando sobre mi visita y las personas que había conocido aquel día, pero obviando toda la parte mágica, puesto que parecería que me hubiese vuelto loca si hubiera empezado a contarles todo ese mundo. Ya me costaba a mí asimilarlo como para empezar a decirlo por ahí como si nada.

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⏰ Última actualización: Feb 07, 2016 ⏰

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La abuela SilvinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora