Repita conmigo -dijo el hombre llamado padre Juan con profunda voz que hacía pensar en el mismo Dios-. Yo, Alejandra, te tomo a ti, Rafael.
Alzo la vista para mirar a Rafael a los ojos.
-Yo, Alejandra, te tomo a ti, Rafael.
-Por esposo...
-Por esposo.
-Ante estos testigos y prometo...
-Ante estos testigos y prometo... -repito el resto -amarte y respetarte el resto de nuestras vidas. Te tomo a ti, Rafael, con todos tus defectos y virtudes como me ofrezco a ti con todos mis defectos y virtudes. Te ayudare cuando necesites ayuda y recurriré a ti cuando yo la necesite. Prometo cumplirlo hasta que la muerte nos separe.
El padre Juan se volvió hacia Rafael.
Repita conmigo...
Y Rafael repitió tras él las mismas frases que había pronunciado Alejandra. Fue todo muy grave y solemne. Alejandra trato de no sentirse culpable de que aquello no fuera real. Rogó en silencio que Dios la perdonara por sus mentiras, pero luego se dijo que no era una mentira, que la mayoría era real. Solo las partes referidas al amor y al para siempre eran falsas. Los siguientes dos años estarían tan casados como dos personas cualesquiera que pensaran pasar juntas el resto de sus vidas. Solo que sin amor. Y, en la medida que ella pudiera evitar lo inevitable, sin sexo.
Ni amor, ni sexo, ni para siempre. Igual no estaban tan casados después de todo.
Sonrió interiormente. ¿Estaba rezando a Dios? Si ella no rezaba, no desde que había sido consciente de que, si había un Dios, la había traicionado.
-El anillo -dijo el padre Juan.
Su primo Daniel, enorme y guapo en su esmoquin negro, saco un anillo. Se lo dio a Rafael que busco la mano de ella. Se había preparado para eso, sabía que tendría que tocarla. Sintió los dedos que se cerraban sobre los suyos y el pánico la asalto, se recordó que era Rafael, que jamás le había hecho daño, que siempre había sido bueno con ella.
El pánico ceso. Dejo escapar el aire que había retenido en los pulmones mientras el anillo se deslizaba en su dedo. El diamante, grande y brillante, brillo en su mano. Parecía todo irreal: el blanco vestido largo de cuello alto que llevaba, el anillo, la capilla de Las Vegas, con sus paredes pintadas y las columnas doradas que flanqueaban el altar. Incluso al hombre que los estaba casando y que se hacía llamar padre Juan. Se parecía sospechosamente a un actor de Hollywood con su cabeza plateada y los ojos demasiado azules.
Miro el rostro de su marido. Él sonrió y ella le devolvió una sonrisa temblorosa.
-Puedes besar a la novia.
También se había preparado para eso. Una mano de Rafael le rozo el brazo y en sus ojos vio una pregunta. Casi pudo oírle preguntar si estaba preparada para que le diera un beso. Ella hizo un asentimiento minúsculo y él se inclinó para besarla. No estuvo tan mal. Cerró los ojos y trato de controlar la respiración recordándose otra vez que era Rafael, que siempre la había tratado con respeto, con generosidad y amabilidad.
Un segundo después él alzo la cabeza. Sus manos aun sujetaban sus brazos, ligeramente con suavidad. Era consciente de su calor, de su aroma ni agrio ni sucio, sino fresco y limpio. Y lo dejo seguir.
-Les presento a los señores Medina.
Se dieron la vuelta hacia la familia sentada en los bancos. Por el lado de Rafael estaban sus padres y su hermana, Julieta. Nadie de la familia extensa había podido asistir por lo repentino de la boda.
A Alejandra le había sorprendido que la familia hubiera aceptado tan bien que Rafael y ella se casaran, sobre todo Don Rafael, el padre. Había oído a Rafael hablar con cansancio de su padre más de una vez. Don Rafael quería que sus hijos se casasen con mujeres de familias ricas y poderosas. Anteriormente, cuando sus hijos habían elegido mujeres que no le gustaban, había dejado claro su disgusto. Pero esa vez no. Esta vez no había opuesto ninguna resistencia cuando Rafael había dicho que se casaba con su aman de llaves, al menos ella no había oído nada.
Además de los padres y Julieta, estaban unos primos de Las Vegas, Aarón y Fernando y sus esposas, Karla y Alina con sus hijos mayores. Los bebes se habían quedado en casa con sus niñeras.
Por el lado de la novia, estaba Daniel con su esposa, Mónica con sus dos hijos pequeños. Miranda y Esteban. Miranda, que tenía seis años, grito encantada:
-¡Hurra, tía Alejandra! - y había empezado a aplaudir.
Su hermano de cuatro años de había seguido, después el resto de los niños y finalmente todos los asistentes.
Rafael la rodeo con un brazo. No se había preparado para eso, pero lo acepto. Su mano era cálida y firme en su cintura. Le sonrió y él le devolvió la sonrisa mientras todos aplaudían.
Sonó la música grabada y Rafael le ofreció el brazo. Bajaron del altar y salieron al débil sol de la tarde de febrero.
La mujer que había asistido al padre Juan los esperaba. Los guio hasta un jardín con un estanque y un cenador. Les hicieron muchas fotografías solos y con la familia.
Después de las fotografías, mientras empezaba a oscurecer, se metieron en una limosina y volvieron a los hoteles gemelos, High Sierra e Empresario, donde habían pasado la noche anterior. La familia de Las Vegas estaba en el negocio del juego, le había explicado Rafael. Aarón era el jefe de High Sierra y Fernando el consejero delegado del Empresario. Ambos vivían con sus familias en los Áticos de los edificios.
No había mucha distancia. Solo los dos en su limusina privada. Fueron un momento en silencio. Ella miraba por la ventanilla viendo pasar las altas palmeras que flaqueaban la calle. A su lado, Rafael se movió ligeramente en el asiento de cuero. Se dio la vuelta y vio que la miraba con una sonrisa. Sus miradas se encontraron.
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Amor Inesperado
RomansaQuien lo diría, que de esta unión inesperada nacería el amor más grande